El Pumita, entre ser y parecer…

El Pumita, entre ser y parecer…

Por Ricardo Gotta
Era un sábado a la tarde y estaba allí para la carrera de Top Race. No había marcado un buen tiempo. Tenía puesto un sombrero de ala amplia y cara de aburrido. Ese fue el tema que abrió la charla. Él puso énfasis en aclarar que no era así, que el automovilismo lo seguía apasionando como siempre, que cada vez que se subía a un auto de carrera le pasaba la misma electricidad por el cuerpo que cuando de muy pibe se subía a los vehículos que corrían su viejo o su tío. Y una y otra vez surgía el tema del apellido. La charla fue interesante, trasparente. El periodista, aún hoy, cree que el piloto que negaba que le pesara ser el hijo de quien era, era sincero con su discurso, pero que inconscientemente sí sentía esa presión y que en aquel entonces creía que le sería mucho más complejo que a cualquier otro piloto, llegar a la cúspide en el Turismo Carretera. El muchacho que durante la charla volvió a sonreír y a gesticular, sostuvo una frase emblemática: “Siempre va a haber algún boludo que va a decir que yo corro porque soy hijo de mi viejo”. Y, luego de un rato, como una continuidad, aseguró: “Te imaginás las cosas que van a decir cuando salga campeón…”. Parecía convencido de que alguna vez lo sería. Aunque ante la repregunta, pareció conciliar una realidad distinta, casi una confesión íntima a un tipo que no era su amigo. “Es mi gran ilusión. Sería extraordinario. No sabés lo que lo deseo, pero… ”
Todavía tenía cara de chico travieso. Se arreglaba el jopo una vez tras otra. El encuentro, la charla inesperadamente abierta, fue hace unos seis años.
Pasó el tiempo. Hace sólo un par de años le empezaron a salir canas. Subió algún que otro kilo, se cortó el pelo muy corto y su discurso se tornó algo más profesional. Sólo tenía en la parte más pesada de su currículum un título de Gran Turismo Internacional en 1997 y otro en Top Race en el 2002 (con una BMW Serie 3 E36 impecable). Y también el apellido Aventín, el mismo apellido que su tío Tony (primer campeón de la categoría don un Dodge), y su padre Oscar, quien luego de lograr dos torneos se hizo el hombre fuerte de la categoría, un presidente inquieto, fuerte, de mano pesada, de conducción sumamente personal, de un estilo bien parecido al de Julio Humberto Grondona. A los dos les dicen Jefe. A los dos los tipifican como el Padrino, aunque el de Sarandí no tiene un nieto al que le pusieron Vito…
Ese es el punto. Cómo no va a haber sospecha latente en una categoría que cambia los reglamentos a mitad de camino, para darle más polenta a una marca que a otra (mil ejemplos en los últimos meses), para bajar a un piloto que venía volando (Silva en el 2008), o para conformar a tal o cual sponsor. Una categoría que tiene un tribunal de disciplina que sanciona según la cara y los amigos del cliente (que lo cuente el Bebu Girolami o los otros pilotos de Cuervo si no…). Una categoría que elige autódromos al mejor postor y no por factores lógicos, como por caso la seguridad (verbigracia Balcarce, y la muerte de Guido Falaschi, aún no tan lejana). Una categoría que actúa la salida, pomposa y melodramática, de su presidente, quien sin embargo, mantendría negocios paralelos como para llegar a afirmar que de ninguna manera se fue. Y ya sin tener en consideración que sus históricos adláteres se subieron al escenario que sigue siendo suyo, y que en la comisión directiva uno de los votos más poderosos, es ahora justamente el de su propio hijo, el que ayer se consagró campeón. En fin, juez y parte, en una ensalada en la que ser y parecer se hace demasiado difuso.
Todo en una categoría que comete esas trapisondas y muchas otras que le quitan credibilidad y que alimentan los argumentos de quienes no consideran al automovilismo como un deporte, uno en el que los intereses comerciales tienen un peso mayor al de cualquier otro, pero que al fin, logra mantener la esencia de la competitividad. El Negro Carlos Marcelo Thiery celebraba que siempre y a pesar de todo, el piloto seguía siendo el factótum de la cuestión. Dante Panzeri, en cambio, llamaba al automovilismo “actividades industriales”. Entre uno y otro genial periodista, el TC del siglo XXI.
El TC arrancará el 2014 con un Ford llevando el 1. Será el de Diego Raúl Aventín, el Pumita, el hijo del Puma, oriundo de Morón, 33 años, quien con más de dos centenares de categorías en el lomo hizo una segunda mitad de temporada avasalladora, con una máquina que demostró ser la más confiable del parque y con una muñeca que demostró ser la más equilibrada de la categoría. Un piloto rápido y rendidor, cada ingrediente en su medida necesaria, según el momento. Hizo los méritos para pegar el 1 en su auto en el 2014.
Que se consagró campeón en el bochorno que fue la invasión de hinchas desaforados en pista del Gálvez, algo que la categoría también se obstina en fomentar.
TIEMPO ARGENTINO