El largo camino de Mandela no terminó aún

El largo camino de Mandela no terminó aún

Desde el fin del apartheid y sus primeras elecciones libres en 1994, Sudáfrica trató de equilibrar la democracia con la realidad del gobierno del partido Congreso Nacional Africano (CNA). No ha sido una combinación sencilla. Mimados por masivas mayorías, los líderes del CNA se atribuyeron poderes y privilegios sin razón alguna. No obstante, la nación se mantuvo unida, un logro mayormente derivado del notable legado de un hombre: Nelson Mandela.
La muerte, a los 95 años, del primer presidente sudafricano democráticamente electo es un momento de inmensa importancia para su país y para el mundo. En una era de políticos a escala humana, Mandela fue sin duda un gigante, una figura que se ubica junto a excepcionales líderes del siglo XX. Fue indispensable para la transformación que tuvo Sudáfrica del apartheid a un gobierno de la mayoría. Dio un gran ejemplo a la humanidad al emerger de 27 años de prisión sin rencores ni ansias de venganza. Como resultado de eso, en las últimas dos décadas Sudáfrica se condujo por el sendero de la reconciliación y no del derramamiento de sangre.
El regalo de Mandela a Sudáfrica no fue simplemente negociar la pacífica entrega del poder y dar inicio a la reconciliación racial que vino después. Su manto también guió el desarrollo de la sólida Constitución de Sudáfrica, sus instituciones democráticas y su Poder Judicial en funcionamiento. Reconoció la necesidad de una política económica liberal, lo que permitió equilibrar la obligación de redistribuir drásticamente la riqueza con la exigencia del crecimiento económico.
Sin embargo, hoy no está asegurado el legado de Mandela. Sudáfrica enfrenta muchos desafíos. Su sistema de educación está fallando, la pobreza y el desempleo abundan y el sector minero (el tradicional pilar de la economía) se tambalea debido a conflictos laborales. En particular, surgen un gran duda en cuanto al CNA. Cualquier análisis de la historia post-apartheid de Sudáfrica debe reconocer la escala del desafío que enfrentaron sus líderes. Sin embargo, la responsabilidad de muchos de los fracasos del país también tienen como culpable al partido.
La fuerza política dominante de Sudáfrica estuvo en el corazón del acuerdo constitucional que forjó Mandela. Debido a su rol en la lucha por terminar con el apartheid, el CNA disfrutó de una enorme legitimidad política y benevolencia. Pero en los últimos 20 años, se mantuvo congelado a mitad de camino entre el movimiento de liberación que fue y el partido político en el que debe convertirse. Disfrutando del aura de Mandela, prescindió de la necesidad de completar la transición.
Como resultado, el CNA es hoy sinónimo de liderazgo débil y nepotismo. Engloba a los magnates recién enriquecidos, los liberales, nacionalistas raciales, populistas y líderes sindicales; e intenta presentarse como un movimiento nacional. Es limitada su capacidad de acción.
El logro de Mandela fue, contra todos los pronósticos, darle a la sociedad sudafricana, que estaba racialmente dividida, el sentido de propósito, orgullo y unidad. Pero sus sucesores no siguieron adelante con eso ni se ocuparon de las profundas injusticias que dejó el gobierno de la minoría. Los puestos de mando de la economía siguen siendo de dominio de la élite blanca. La política de empoderamiento económico negro ha sido cosmética, dándole las riquezas a un grupo pequeño con buenas conexiones políticas. Sorprende que hoy Sudáfrica tenga una sociedad más desigual en términos de distribución de ingresos que cuando estaba regida por el apartheid.
El logro más grande de Mandela, la armonía racial que hoy vive la nación, está en riesgo. La intolerancia empezó a filtrarse en los diálogos privados y públicos. Las quejas en contra de los blancos de Julius Malema, ex líder de la juventud del CNA, son sólo un ejemplo de eso.
La muerte de Mandela ahora traerá un período de duelo, que con suerte unirá a los sudafricanos. Pero su deceso debería también abrir paso a un tiempo de reflexión. Los sudafricanos querrán revivir los logros de la era post-apartheid y la extraordinaria capacidad de la nación de abrazar la diversidad y fomentar la reconciliación. Pero también deben mirar hacia delante y ser concientes de lo que queda por hacer. Necesitan reestructurar la economía, reformar radicalmente el sistema educativo, hacer cambios y redistribuir la propiedad de las tierras, y aplicar una política de redistribución que preste más atención a los pobres.
El CNA solo cada vez está menos capacitado para lograr eso. La esperanza debe estar en el surgimiento de una nueva fuerza política que pueda exigir responsabilidades del gobierno y garantice que los políticos representan los intereses de los ciudadanos comunes. Eso bien podría requerir de una nueva generación de líderes que encuentren mayor inspiracion en la extraordinaria historia de Mandela.
EL CRONISTA

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