“El elitismo almidonado apenas si tolera a la literatura sobre fútbol”

“El elitismo almidonado apenas si tolera a la literatura sobre fútbol”

Por Mónica López Ocón
El fútbol es popular porque la estupidez es popular.” Esta frase es atribuida a Jorge Luis Borges, quien sentía una particular satisfacción en escandalizar con su discurso colocándose en la vereda de entrente de los gustos de las mayorías. Rodolfo Braceli, periodista y escritor de larga trayectoria, está en las antípodas de las posición borgeana. No sólo es futbolero del alma, sino que, además, ha escrito diversos libros referidos al fútbol. El último es Querido enemigo, cuentos que tienen como eje a ese juego que es pasión nacional pero que van mucho más allá de él. Sin embargo, hay un punto de coincidencia entre uno y otro: el descubrimiento de un aleph. Mientras el personaje de Borges, Carlos Argentino Daneri, lo descubre en una casa del sur de la ciudad, Braceli lo encuentra en otro sitio. “El fútbol –asegura– es un ojo prodigioso, un aleph que permite alumbrar taras, comportamientos, complejos, virtudes, defectos, manías, delirios, sueños, destrucciones, construcciones de eso que englobamos en la expresión nuestra sociedad. “Por eso, en la medida en que el fútbol nos concierne a todos, las lectura de Querido enemigo no requiere un lector futbolero, sino que para abordarlo “basta con saber leer”.
–No es la primera vez que usted escribe sobre fútbol. ¿Cómo nació su pasión futbolera?
–No es la prime ra vez, y espero que no sea la última. Antes del reciente Querido enemigo, escribí De fútbol somos y Perfume de gol. En esos libros barajo ensayo, reportaje y pura ficción. Mi pasión futbolera nace con mi pasión por la escritura. Ya en la escuela, en quinto y sexto grado escribía comentarios de los partidos de los campeonatos internos. Los escribía a mano y los pegaba en una pizarra y no los leía ni dios, aunque era colegio de curas. En esas crónicas hasta elegía a la figura de la cancha. Que, dos por tres, era yo. Ahí descubrí la “objetividad” en el periodismo. Dicho sea: nadie menos objetivo que esos periodistas que se vanaglorian de tales. Ni hablar de los señores y señoras que se elogian autodenominándose “independientes”.
–En el prólogo de Querido enemigo reivindica la literatura que tiene al fútbol y quiere rescatarla del ninguneo de los intelectuales. ¿Por qué le parece que en un país tan futbolero hay quienes consideran que una literatura que hable de fútbol es algo menor?
–El ninguneo de los propietarios del canon y del relieve literario, en relación a la literatura referida al fútbol, por empezar lo padecieron Soriano y Fontanarrosa. Diría que necesitaron enfermarse y hasta morirse, para recibir la valoración que merecían. No se les perdonaba la popularidad. Desde la academia, hacia lo popular, hacia lo que se disfruta masivamente hay una (desgraciada) suerte de racismo. Creo que a la hora de seleccionar los grandes cuentos del habla castellana, figurarán varios vinculados al fútbol. Ya es hora de dejar de mirar a la literatura futbolística con una mirada perdonavida, condescendiente. Un poema, cuento, novela referida al fútbol es bueno o es una bazofia, tiene pulso o no tiene pulso como cualquier poema, cuento, novela referido a otro asunto. Dejémonos de joder.
–Usted considera que el menosprecio a la literatura que hable de fútbol tiene que ver con el desprecio a lo popular.
–Así es. Entre nosotros lo popular se asocia a lo simplón, a lo cursi, a lo demagógico. El elitismo amanerado, almidonado y “güevón” se atrinchera en la solemnidad, en el falso hermetismo. Apenas si “toleran” la literatura futbolera. Pero esa tolerancia no siempre encarna respeto. La tolerancia es un modo de disimular los complejitos de superioridad. Sobran los opinólogos que se creen tan perfectos como la raya del poto; se sienten semidioses y operan desde una chatura que ellos confunden con el nivel del mar.
–No soy futbolera y el fútbol despierta en mí sentimientos ambiguos porque lo relaciono con el Mundial 78, sin embargo, disfruté de los cuento, sus cuentos porque me parece que a partir del fútbol hablan de otra cosa. Por ejemplo, el primero, el de Labruna y el maestro jujeño es muy conmovedor. Evidentemente el fútbol es una metáfora de otras cosas. ¿De qué?
–Pienso que al fútbol se lo puede venerar o aborrecer. Se lo puede gozar y se lo puede violar, como en el ’78. Más allá de ese juego prodigioso, y más acá, puede ser una herramienta preciosa para conocernos como sociedad y como suciedad, para asomarnos al caracol de la condición humana. El fútbol evidencia y desnuda nuestras distintas formas de violencia, nuestro racismo subcutáneo, nuestros complejos y mañas, nuestra supersticiones convertidas en religión y nuestra religión convertida en superstición, nuestra ciclotimia, nuestras oscilaciones entre la euforia y la depresión. Es el espejo que mejor nos espeja. Puede ser una especie de aleph para vislumbrar los misterios de la condición humana. No debiéramos enojarnos con el espejo, ni romperlo. El fútbol sirve para eso… y mucho más.
–¿Qué encierra ese mucho más?
–El fútbol tiene la palabra más perfecta que existe en cualquier idioma: gol. Con una g que sale de la garganta, con una o redonda como la pelota y el planeta, con la elástica ele de libertad. Nada más igualitario que el fútbol, salvo la muerte. Pero con la muerte no nos enteramos de esa igualdad. Un gol, aparte de ser un orgasmo, es un orgasmo que unifica en el mismo instante a mujeres y hombres, a muchachos, a adultos, a ancianitos (y sin ayuda). Esa igualación empareja y convoca tanto a un premio Nobel como a un analfabeto, a un científico como a un cartonero. Es inapresable el fútbol, por lo cambiante. ¿Hay algo más parecido a la impredecible vida que el fútbol? ¿O será que la vida se parece al fútbol?
–En algún cuento suyo, usted imaginó al mundo sin fútbol.
–Siempre me pregunto: si el fútbol dejara de existir sobre la faz de la tierra entera, ¿no habría genocidios preventivos, no habría hambre y analfabetismo y analfabetización? ¿La condición humana estaría un escaloncito más arriba?
–Su libro se llama Querido Enemigo. La construcción de un enemigo parece esencial en el fútbol como en la política. ¿Por qué?
–En estos cuentos de Querido enemigo me he encontrado transitando por una sociedad que está sembrada de antinomias. El fútbol las evidencia: River y Boca, Central y Newll’s, Estudiantes y Gimnasia, Fangio y Gálvez, Ford y Chevrolet, Gatica y Prada, etcétera, etcétera. Con mis ficciones no intento decir que hay que cancelar esas antinomias. Creo que hay momentos en que los dos polos armonizan. Pero las antinomias siguen, y pueden ser un saludable combustible de nuestra personalidad. Cuando River se fue al descenso hubo hinchas de Boca que cayeron en cierto desasosiego: el síndrome de la falta de enemigo.Lo del enemigo (o del adversario, para no espantar a los civilizados que conquistaron el desierto violándolo) es inherente a la condición humana, en este caso, a la condición argentina. En este arduo tiempo de hipocresía, las señoras muy aseñoradas y los señores muy almidonados reclaman, para la construcción política, la “conciliación nacional”. Esto haciendo juego con un Lanata acongojado por la “grieta” que hay en “esta Argentina”. Cuando en mis cuentos surgen ciertos momentos de armonía entre las dos partes de la antinomia, de ninguna manera me refiero a la “conciliación nacional”. Quienes enarbolan la amorosa “conciliación nacional” usan eso como coartada. Se esconden en un eufemismo asqueroso. Hablan de conciliación y lo que exigen es olvido, desmemoria, es decir, obscena impunidad.
–El libro está dedicado a tres personas: Troilo, Spinetta y Marcelo Bielsa. ¿Qué sentimiento lo une a cada uno de ellos?
–A Troilo y a Spinetta, el gordo y el flaco, los conocí entrevistándolos. Padecían la enfermedad que significa ser hinchas de River positivos. Eso, ser hinchas de River o de Boca es algo que le puede pasar a cualquiera. Y ser argentino también es algo que le puede pasar a cualquiera. A Bielsa no lo conozco personalmente. Le dediqué el libro porque es el DT que no supimos conseguir, seguramente porque esta sociedad futbolera nunca terminó de merecerlo. Bielsa, por un gol que no se hizo, fue fusilado, ahorcado y pasado por la silla eléctrica. Espejó nuestro triunfalismo y derrotismo. Después, viendo lo que consiguió con una precaria selección chilena, se lo convirtió en una especie de Pascal. Si es verdad que tenemos que construir una nueva clase dirigente, ahí tenemos a Marcelo Bielsa, un loco fanático de la ética.
–¿De qué modo escribió estos cuentos? Quiero decir, si se puso a escribir cuentos sobre fútbol o por el contrario, reunió cuentos dispersos entre relatos sobre otros temas.
–Cuando me vienen las ocurrencias no me doy cuenta. Las cazo en el aire, las anoto sobre el pucho, conservando la virginidad de esas palabras con su sintaxis. A esas anotaciones, luego las meto en una caja. Al tiempo, la caja se empieza a sacudir como si tuviese un animalito adentro. Abro la tapa y las anotaciones saltan sobre mí, me agarran de las solapas y, por así decir, de las amígdalas. Qué voy a hacerle, yo me dejo. Con Querido enemigo me pasó eso. Lo que hice fue tejer esas historias que sucedían con el sello de nuestras arduas y queridas antinomias. Héctor Tizón escribió que el fútbol en mis cuentos era “un gran pretexto para meditar sobre lo esencial de nuestra vida”. No pienso contradecir tan generosa opinión. Creo que el fútbol es una prodigiosa herramienta para alumbrar los recodos más escondidos de esa condición humana nuestra que oscila entre el cielo y el infierno y, lo que es más grave, el limbo. Pronuncio limbo y pienso en el Mundial del 78.
–¿Por qué?
–Porque en esta patria idolatrada, en el ’78 más que tocar fondo, habíamos desfondado el abismo. Y desnucado el surrealismo. La muy sospechosa hazaña de la selección dirigida por el locuaz Menotti, fogoneada por los pulpos medios de descomunicación y por la otra perenne dictadura, la del Papel Prensa, consiguió que el grueso de nuestra sociedad se entregara a la celebración y a la euforia. Es decir: “la fiesta de todos” encima de un enorme velatorio. Lo nuestro era el limbo durante el infierno.
TIEMPO ARGENTINO