Como rezar sin palabras

Como rezar sin palabras

Por Fernando Castro Nevares
La danza existió desde el comienzo de la humanidad. Desde siempre el hombre se comunicó con lo trascendente, creyera en uno o en muchos dioses”, cuenta María Bestani, profesora de teodanza, una práctica que acompaña a las personas en un proceso de crecimiento y transformación interior con el cuerpo como herramienta. En 1994, Bestani cursaba una maestría en Pastoral en Estados Unidos, en la Universidad de Boston College, cuando conoció al sacerdote y coreógrafo jesuita Robert VerEecke, que dictaba un taller de danza litúrgica. “Se elegía un pasaje de la Biblia y se lo dramatizaba con movimientos, música y vestuario”, recuerda Bestani. VerEecke decía: “Se puede experimentar la belleza de expresar, a través del cuerpo, la acción del Espíritu Santo en uno”. Bestani quedó tan encantada con el taller que pensó en traerlo a Buenos Aires, esta vez sumándole elementos de psicología. Por eso, así como algunos hacen yoga, meditación, salen a correr o van al gimnasio, hay quien elige practicar teodanza. Y no es necesario ser creyente ni tener conocimientos de danza.

Camino enriquecedor. “La teodanza es un camino para enriquecer la vida diaria. A través de la música -clásica, cantada, étnica, rock, de películas- y el movimiento nos conectamos con lo que somos hoy y así nos vinculamos con las personas que nos rodean y con Dios. La oración se expresa de un modo no convencional, sin palabras, con todo nuestro ser, produciendo la integración de aspectos que a veces percibimos como desconectados.”

Ser el buen samaritano. Un ejercicio que se realiza en el taller es la dramatización de un texto bíblico. Sentados, los participantes leen un fragmento y marcan con birome sustantivos y verbos. Después se asignan los distintos papeles. Un pasaje recurrente es la parábola del buen samaritano. Uno hace del hombre asaltado y abandonado medio muerto en un camino, otros de sacerdote y levita, de los viajeros que pasan de largo, y del samaritano que se compadece de la víctima. Durante la dramatización, cada uno busca dentro de sí los sentimientos que mueven a los personajes. “Cuando uno vive el papel con el cuerpo, lo registra y lo elabora”, explica Bestani.

Reaccionar distinto. Al trabajar con las emociones, con la psique, con el cuerpo, se modifican indirectamente conductas. Lo oculto pasa a ser consciente. Fuera del taller, a las semanas, al mes, uno se encuentra en la vida cotidiana con una situación similar a la dramatizada en el taller y es entonces cuando se dispara lo trabajado. “Uno respira hondo y, esta vez, reacciona distinto. Sale de las entrañas actuar de otra manera. La transformación no se logra a través de la voluntad, sino a través del cuerpo.”

De un hondazo. “La teodanza lo baja a uno de un hondazo a la propia realidad. Uno se encuentra con lo que es. En el taller se curan las heridas, lo que no permite amar como uno quisiera. Lo que realmente importa es ser pleno y el secreto está en la calidad de lo que hacemos, no en la cantidad.”

Conciencia corporal. Acostados en el piso, en silencio, los participantes toman conciencia de las partes del cuerpo, de sus órganos, y dan gracias a Dios por eso. “Uno de los pensamientos que surge con la percepción del cuerpo es: ¿me quiero sanar o estoy manipulando determinada carencia mía para no perder privilegios o ventajas que disfruto por esa condición?”, se pregunta Bestani.

Gestos cotidianos. En teodanza se trabajan oraciones danzadas libres donde uno se mueve espontáneamente; oraciones comunitarias pautadas, donde a partir de un movimiento preestablecido se baila en círculo, y oraciones danzadas con gestos de la vida cotidiana como desperezarse o saludar. En la oración danzada con gestos de la vida cotidiana es fundamental la puesta en común: que cada uno cuente qué sintió al danzar una oración y al ver danzar a los demás. “Se trata de usar la razón, la intuición, la percepción sensorial, aprender lo que el cuerpo de uno y del otro tienen para decir. Encontrarse con las emociones propias y ajenas.”
LA NACION