Vito Campanella, el poeta del surrealismo

Vito Campanella, el poeta del surrealismo

“Poesía surrealista”. Esa es la definición que, según Vito Campanella, mejor se ajusta a su estilo. Porque en sus lienzos se despliegan infinitas lecturas que invitan a ingresar a un mundo enigmático. Como una ojiva que da paso a otra dimensión del ser, el universo de este pintor que eligió ser argentino en 1955 y que nació en 1932 en Bari, Italia, está habitado por cuerpos que se exhiben en un vaivén entre lo real y lo fantástico: un estado en el que el tiempo y el espacio responden a leyes caprichosas. Rasgos renacentistas pintados al óleo con la técnica de los viejos pintores flamencos conviven con elementos futuristas. Todas las épocas se enlazan y fusionan en un concierto de figuras inquietantes. La Biblia, el Martín Fierro, seres mitológicos, alquimia y dilemas humanos… Campanella tiene mucho para contar. No en vano es considerado uno de los referentes del movimiento surrealista, al que se sumó conquistado por la obra de Salvador Dali (de quien fue discípulo) y animado por el italiano Giorgio de Chirico, el pionero de la pintura metafísica, con quien mantuvo interminables charlas filosóficas, allá por los años bohemios y existencialistas en Europa. Su trayectoria incluye numerosas exposiciones en los museos y galerías más importantes del mundo, como la Gallería degli Uffizi, en Florencia, y el Museo de Arte Moderno de Tel Aviv; premios como el Gran Premio Palma de Oro de Montecarlo en 1978, el Premio Deloye, en el Salón Bienal de Bellas Artes de París en 1982, y un Lorenzo íl Magnifico otorgado por la Bienal de Arte Contemporáneo de Florencia en 1999, entre muchos otros; y distinciones como la Orden Honorífica en el grado de “Commendatore” de la República de Italia, y Académico de Honor otorgada por la Academia Ligure de Genova. Hoy, Campanella tiene su lugar para soñar despierto frente al caballete en pleno centro porteño. Su atelier es la puerta de entrada a un microcosmos en el que la música clásica nunca deja de sonar.

¿Cómo nace una de sus obras? ¿De un sueño, una imagen, una idea?
Es una mezcla de todo. Me nutro de información a través de todas las artes y a ello le agrego la inquietud propia de un ser que vive inmerso en la actualidad. Y se me aparecen imágenes como diapositivas hermosas a las que trato de acercarme desesperadamente con mi mano. Otras veces, la obra llega mediante una provocación: la música, una lectura, una poesía… Todos mis conocimientos y mis angustias están ahí.

¿Qué papel juega la inspiración?
La inspiración es un chispazo. Lo mío es imagen mental y realización rápida. Si no la plasmo inmediatamente, se va y no vuelve nunca más. Mi universo es muy grande y sensorial: tengo sueños increíbles con aromas, colores y sonidos, tan estrafalarios que me río solo cuando intento recrearlos.

¿Qué siente cuando está dibujando frente al lienzo?
En el momento de la creación siento un estado de ánimo sumamente placentero, difícil de expresar. Aunque sue¬ne soberbio, la sensación es la de estar un escalón más arriba. A veces percibo una especie de presencia que me dirige y me sugiere hacer ciertas cosas.

Entre los sueños y la metafísica
Su formación transcurrió entre Florencia, Milán, Roma y París. Allí, el joven Vito pudo moverse codo a codo con las vanguardias y explorar a fondo sus inquietudes. “Pasé por todos los ‘ismos’. Ensayé con el arte figurativo, fui impresionista, abstracto, geométrico y hasta hice pop-art -cuenta Campanella-; pero fue la pintura fantástica la única que me permitió dar cauce a mi imaginación”. Tras quedar boquiabierto ante la obra de Dalí, logró acercarse al genio y hacerse un lugar en su grupo de estudios. “El romance duró siete meses, hasta que cometí un gesto soberbio: le señalé un error en un cuadro y me echó, enfurecido”, recuerda. Si le preguntan, Campanella asegura que la mejor enseñanza que le dejó ese tiempo con Dalí fue la certeza de que la obra siempre debe estar delante del artista. “Somos sólo un instrumento sujeto de circunstancias y movimientos cósmicos que nos permiten concretar una obra”, afirma.

¿Qué intenta transmitir con sus cuadros?
Sólo retransmito la belleza que veo y siento. Mozart lo hacía mediante la música, yo lo hago por medio de mis obras. Hay gente que crea belleza, sin embargo creo que al artista hay que diferenciarlo del creador. Un artista puede dominar muy bien una técnica y hacer arte, pero crearlo está a otro nivel. Y yo me considero un creador de arte.

¿El hecho de radicarse en la Argentina influyó en su manera de pintar?
Sí, bastante. Este es un país en donde la metafísica está muy arraigada sin que nadie se dé cuenta. Esto lo sentí en la provincia de La Pampa, cuando hice la serie del Martín Fierro. A cielo abierto, uno nota una presión cósmica y la conexión es inmediata. Aquí hay mucho movimiento interior que se canaliza en el arte.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS