28 Nov Taxistas y pasajeros, una relación difícil
Por Ángeles Castro
“Tengo una lista negra de choferes de taxi. Es moneda corriente que tengan el auto sucio, de 15 días sin pasar por el lavadero. Ni hablar de los que, por la mañana, llevan la radio a todo lo que da o escuchan programas chabacanos sin importarles qué piensa el pasajero. Ni de los que no tienen cambio pese a que uno avisa a la empresa de radiotaxi que necesita”, enumeró sin interrupción Laura Fernández, diseñadora de indumentaria y usuaria frecuente de los taxis porteños.
Marcelo García Guardado, chofer de autos de alquiler desde hace 25 años, retrucó: “Me molesta que los pasajeros coman, beban y ensucien; que suban chicos y empiecen a caminar sobre los tapizados de los asientos; que el pasajero te diga que está apurado y, cuando llegamos, tarde cinco minutos en pagar porque no encuentra el dinero; que suban con perros grandes que ensucian todo y, en especial, que estén borrachos, muy borrachos y vomiten el auto”.
La relación entre taxistas y pasajeros suele tener picos de tensión, tal como lo ejemplifican estos testimonios, si bien por lo general la necesidad mutua -los usuarios buscan una alternativa de traslado rápida y confortable, mientras los choferes trabajan por un ingreso- tiende a que ambas partes intenten generar un ámbito de afinidad durante el viaje.
Pero las cuestiones de higiene y modales muy frecuentemente enfrentan a unos con otros. Los clientes exigen que el servicio por el que pagan hoy hasta 521% más que en 2003 tenga parámetros acordes con el alto costo de la prestación. Y los taxistas reclaman poder mantener un ambiente laboral lo más ameno posible. No siempre las expectativas se cumplen a bordo de los 37.000 taxis que -según fuentes oficiales- circulan por Buenos Aires.
La voz de los pasajeros
Una encuesta realizada por La Nacion en su página de Facebook ( facebook.com/lanacion ) permitió identificar los defectos de los choferes de taxi que más molestan a los porteños, que en promedio realizan 1.050.000 viajes en autos de alquiler por día. Entre esos vicios, figuran todos los mencionados por la pasajera Laura Fernández. Y más.
“Tener el auto sucio o con olor a sucio” es, sin duda, la irregularidad más señalada por los clientes. Según el 38% de los casi 400 usuarios que participaron de la encuesta, el mantenimiento de la limpieza de las unidades sigue siendo un déficit, pese a que en los últimos años la flota de los autos de alquiler sufrió una modernización notoria.
Dos de cada diez participantes del relevamiento criticaron, en tanto, que los choferes fumen sin pedir permiso al pasajero, cuando suelen ser muy exigentes en la situación inversa: es habitual encontrar en las cabinas carteles que prohíben al usuario encender cigarrillos. Que los taxistas quieran imponer un recorrido distinto al solicitado constituye otro vicio cuestionable. “A veces te escuchan tonadita del interior, piensan que no conocés y te pasean una hora. Hay honestos, pero una minoría son chantas”, opinó Luciano Noceti.
Como Cristina Czajka, muchos usuarios escribieron en el Facebook de La Nacion que lo que más les molesta de los taxistas es que estén pendientes del celular mientras manejan. “Otros comportamientos con multas o penalidades tienen solución. Pero esta conducta me expone al riesgo de perder mi vida”, dijo.
Lejos de aquellos que se autotitulan “taxistas filósofos-psicólogos” y ponen la oreja a las penurias de los pasajeros, el chofer que monologa todo el tiempo es otra figura mal vista. “Lo que más me molesta es que no me dejen hablar”, opinó Popy Quiroz, y como ella, varios más.
Que el taxista no conozca cómo llegar a destino -y, peor aún, que no admita que no sabe- también es una falta de profesionalismo casi imperdonable, sobre todo en épocas de GPS.
El uso de desodorantes “baratos” para rociar los asientos indigna. “Se me impregnan en la ropa, se mezclan con el olor a jabón o a perfume que yo tengo puesto, y entonces llego a reuniones de trabajo con una mezcla de olores espantosa”, expresó Laura Fernández.
Que el conductor se detenga durante el viaje a cargar combustible, con la consecuente demora; que no tenga cambio y que escuche música a volumen muy fuerte son otras conductas señaladas por los pasajeros como perturbadoras de la convivencia a bordo.
La voz de los taxistas
Los clientes también tienen mañas que complican el trabajo a los taxistas, como las señaladas por García Guardado. En sintonía con él, Abraham Chijner, chofer desde 1975, describió: “Lo más molesto es que coman; ensucian todo, y lo hacen bastante seguido. También, que los chicos jueguen con la manija de la puerta y, cuando se sientan atrás del conductor, que te pateen el respaldo”.
Para Luis Capelli, que lleva 12 años como taxista, no hay nada peor que la prepotencia del usuario. “Hay gente mal predispuesta, que te trata mal, que todo lo cuestiona o lo dice de mala manera”, explicó. Roberto Bertino también mencionó a “la gente arrogante, sobre todo, los profesionales”, como el principal defecto de los usuarios.
Sergio Bogado, que conduce taxis desde hace 19 años, cuestionó la desconfianza. “Tienen miedo: te dicen una dirección, pero cuando llegás te indican que son cinco cuadras más. Otro problema es que creen que uno es como el auto: tal vez el vehículo está sucio y les parece que uno es sucio, pero en realidad lo dejó sucio el compañero del otro turno y yo no tuve tiempo de lavarlo antes de ponerme a trabajar.”
Su colega José Bustos, en cambio, se quejó de que “la complejidad del tránsito irrita al pasajero y, al final, se enoja con nosotros, como si fuéramos los causantes del caos. Pero nosotros no lo podemos evitar”. Algo similar objetó Felipe Abramovich. “Se creen que uno puede predecir dónde van a estar las manifestaciones y se enojan si se cruza alguna”, dijo.
El movimiento de dinero es otro motivo de cuestionamientos. “Se creen que somos bancos”, sintetizó Juan Aciar, taxista desde hace 40 años, y Alberto Aguirre, chofer desde hace 16 años, indicó: “Es molesto que por un viaje corto paguen con 100 pesos”.
Todo indica que el binomio amor-odio viaja frecuentemente en ese mundo de cuatro asientos que es el taxi.
LA NACION