Sola en los bares

Sola en los bares

Por Daniela Dini
Lo primero que hubiera dicho mi abuela: “Tené cuidado con qué te ponen en el vaso, nena”. Las cosas que podría haber escuchado, según vaticinaron mis amigos: “Tu ruta es mi ruta, rubia”, o el clásico “¿Qué haces tan sólita vos?”. Todo eso fue parte de lo (pre)supuesto cuando salí a experimentar la noche porteña en soledad, para disfrutar de una de las cosas que más me gustan -aunque antes, siempre había sido en compañía-: sentarme a la barra, pedir mi cocktail favorito y observar. La misión: escuchar las historias en la barra, las de los bartenders, que mucho ven y oyen mientras crean tragos, y las que están del otro lado, que se suceden casi silenciosamente mientras otros se divierten, se pelean, conversan, se enamoran, se seducen, se aman, se engañan, se separan, se reconcilian. Es que todo puede pasar en una barra y con una copa en la mano. Observar es mi trabajo, pero ser parte de la escena es también, ser observada. Así es que además de entrevistar, decidí ser parte del experimento y ser yo misma una chica sola en la barra. El puntapié, admito, fueron los lugares comunes y los prejuicios: ¿qué pasa si una chica llega sola a un bar, se acomoda en la barra, pide su cocktail y no espera a nadie más? Si eso es sinónimo de levante o no, si después de Carrie Bradshaw todas podemos salir a pedir un Cosmopolitan y eso suma glamour, si disfrutar del beber justifica que no siempre tenga que haber un caballero o un grupo de amigas como excusa para tomar un buen cóctel, si la mirada machista queda fuera… será cuestión de dilucidarlo a lo largo de esta nota. Afortunadamente, si hay algo que abunda en la noche porteña son las barras, los tragos… y las historias.

Ellas saben lo que quieren
Arranco en BASA, uno de los últimos hallazgos del nuevo polo gastro¬nómico en el Bajo porteño. Tras la barra imponente -con un fondo de más de 300 botellas de todas las marcas, formas y tamaños- está Ludovico De Biaggi, un joven bartender que hace gala de los detalles. “La coctelería entra también por la vista, lo estético suma”. Agrega que tienen mucho público femenino y que hay de todo cuando hablamos de hacer barra en solitario: “Está quien se sienta a disfrutar un trago y hablar con el bartender, quien tiene ganas de charlar o quien viene a chatear por Whatsapp”. Mal de nuestros tiempos donde la hipercomunicación nos incomunica. Mientras prepara para mí un ‘Elegante cocktail’ -uno de los 25 tragos de la carta, a base de gin, cynar, jerez, oporto y bitter de naranja-, veo a una chica tomando una copa de vino, sola. Se llama Lourdes, trabaja en gastronomía y apenas pasó los 30. Me confiesa que es una habitué de las barras en soledad: “Viví en Nueva York y allá no hay prejuicios, es lo más común ir a tomar un cocktail sola. Acá cada vez se ve más, pero todavía sigue estando la idea de que si sos mujer y nadie te acompaña, estás de levante”. Me revela algo que después confirmo: “Si estás sola, es difícil que los hombres se te acerquen”. Parte de un prejuicio machista muy argentino, que por más liberales que nos creamos, todavía está. No obstante, cosas divertidas pasan cuando no hay compañía. “El cantinero era históricamente el que escuchaba al cliente, antes no había psicólogos. El bar sigue siendo un lugar donde traspasas la puerta y sabes que vas a estar bien”, me explica Juan Sebastián Ruiz, desde la barra de Dill & Drinks, otro bar de buen beber en la zona de Retiro. Cuando le pregunto qué diferencias hay entre hombres y mujeres al pedir un cocktail, es tajante: “Bórrate todos los estereotipos de días, horarios y sexismo. No hay reglas: hay señoritas que toman whisky y caballeros que piden tragos refrescantes. Para los que vienen solos, la barra se transforma en el living de una casa”. Lo compruebo al instante, en el que me pongo a hablar con Emilce, una productora de shows de 28 años, habitué de las barras en soledad desde hace una década. “Cosas maravillosas pueden pasarte sola en una barra, como conocer a Jarvis Cocker y terminar siendo la asistente de producción de Pulp”, me cuenta mientras toma un Negroni con pepino. Ella echa por tierra todos los prejuicios y confirma que una chica de barras sabe tomar: “Es obvio que a veces podes conocer a alguien, pero la que va de levante se ve no sólo en cómo está vestida sino también en lo que toma. Un daikiri de frutilla es sinónimo de que no estás ahí por el cocktail”. Para Bernabela, que hace prensa gastronómica, la barra le permite hacer lo que no puede con sus amigas: “En mi grupo toman cai-pirinhas y cervezas, no cocktails. Es una cuestión de gustos personales y de experiencia, porque de chica no gastas en tomar. Tengo 32 y desde los 28 disfruto de salir sola”, cuenta, Martini en mano.

Chicas tras las barras
Llego a Florería Atlántico, uno de los nuevos lugares de culto de la coctelería en la ciudad. No es para menos: detrás de la barra está Tato Giovannoni -uno de los bartenders locales de mayor prestigio- y también sus coequipers, que no son cantineros sino cantineras, Loly y Picea. Para Tato, hay virtudes propias de tener un equipo femenino, como la prolijidad y los detalles, fundamentales en la coctelería. No obstante, mi artillería de preguntas va directamente a las chicas y con ellas doy vuelta el lugar de la mujer en la barra. Si hay preconcepto con una chica tomando sola, ¿qué pasa cuando es una bartender la que prepara el cocktail?: “Nos pasa seguido que nos preguntan si el trago nos lo piden a nosotras, o directamente dicen: ‘Pedile al barman tal cosa”‘, coinciden. Y Picea agrega: “La barra sigue siendo un lugar machista. La idea es profetizar la bebida buena, que las mujeres vayan dejando la caipirinha y el daikiri. Estamos para eso. Odio la idea de trago de mujer o de hombre”. Para Loly este lugar de ‘desventaja’ de la mujer frente a un cóctel se da mucho da mucho en la primera cita de una pareja: “El chico elige el trago de la chica para impresionarla, presuponiendo que no sabe. A mí me indigna, y una chica no debería permitir eso tampoco”. Sigo camino hacia el speakeasy del momento, un bar oculto en Palermo, pariente cercano del ya clásico Frank’s. Y detrás de una de las barras más exclusivas de Buenos Aires, también hay una chica. Sonrisa fresca, pelo revuelto, un lunar y anteojos de marco grueso que son su sello: ella es Chula y Chula es su personaje. La barra, su escenario. Así lo siente ella, como bartender y actriz. Una verdadera artista de los cocktails. Para definir qué me preparará, ni me da la carta ni me pregunta lo obvio. Me desestructura con un “¿Cómo te sentís hoy?”. Sensibilidad femenina, pienso, y no me equivoco. “Cada vez veo más chicas solas en las barras”, afirma, mientras me prepara un trago de autor, que crea espontáneamente para mí en base a lo que dije, pero más a lo que ella captó. “Me encanta que las mujeres se pidan un whisky o un Negroni. Es el momento en el que se rompe la teoría del trago de hombre o el de ‘minita'”, sentencia. Chula comparte la barra con otros dos talentos, Sebastián García y Gonzalo Cabado, y, como Loly y Picea de Florería Atlántico, también asume que el imaginario popular sigue siendo machista a la hora de pedir un cocktail: “Los que no me co¬nocen siempre se acercan primero a los chicos para pedir los tragos”. Es evidente que todavía falta camino por recorrer, pero parecería que estamos en el principio del cambio, con mujeres de un lado de la barra, que saben y disfrutan del buen beber, y también del otro, que con profesionalismo y actitud, rompen esquemas. La evidencia la tengo frente a mis ojos, y también a mi lado, donde hay varias chicas solas con un cocktail en la mano. “Tengo mis lugares y conozco a los bartenders, disfruto mucho charlando con ellos. Es salir sola pero acompañada”, me dice Mechi, una diseñadora gráfica sibarita, que hasta lanzó un blog donde cuenta sus experiencias de bares, bajo el personaje de ChicaChupi (www.chicachupi.tumblr.com). A su lado Romina, productora de TV y frecuentadora de barras en solitario, suma algo determinante sobre la mística de la barra: “No concibo el que dice que sale de bares y se sienta en una mesa. El bar está en la barra. Ahí la histeria desaparece, están quienes van a tomar de verdad, a charlar, a compartir un placer en común”. A la conversación se suma otro solitario, Esteban, que halaga que haya mujeres con hábitos como éstos, y niega cualquier preconcepto del imaginario argentino: “La barra es una especie de refugio, es algo que hay que respetar”.
Para cuando se termina la noche para mí, me retiro sola, haciendo honor al espíritu de la nota. Lejos del lugar común, me doy cuenta que encontré más historias que intentos de levante. Algún que otro piropo, sí, pero más charlas de filosofía de bar, de esas inmejorables, con extraños que terminan siendo amigos mientras duren la noche y los tragos y vivan los bares. Derribado el prejuicio, mientras camino bajo la madrugada porteña, me acuerdo de una de las frases que me dijo un compañero de barra, parafraseando a Schopenhauer: “La soledad es la virtud de los espíritus excelentes”. Suficiente para seguir de ronda, hasta la próxima barra.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS