Los rebeldes de Hollywood

Los rebeldes de Hollywood

Por Natalia Trzenko
“Cuando que me nominaron a los Oscar por Lazos de sangre yo sólo había hecho films independientes y de repente me encontré en ese nuevo mundo en el que no me sentía como yo misma. Me vestían con ropa rara y escuchaba a las personas hablar de cosas que no entendía. Y recuerdo leer eso mismo en esta novela y pensar: «Entiendo lo que se siente. No sé lo que es prepararte para tu muerte, pero sí se lo que se siente ser casi un títere»”. Así de contundente, así de sincera es Jennifer Lawrence al hablar, en una entrevista reciente con la revista Vogue, de su tirante relación con Hollywood. La industria la ama, pero ella mantiene distancia y no se calla sus reservas respecto de la maquinaria que la coronó reina con el Oscar que ganó por El lado luminoso de la vida . Una estrella capaz de ver que no todo lo que reluce es oro y que está más que dispuesta a comentarlo. Una honestidad brutal e inusual que la une a Katniss Everdeen, su personaje en Los juegos del hambre: En llamas , el film que presenta Diamond mañana en la Argentina en sincronía con el resto del mundo.
La nueva película retoma el cuento de ciencia ficción justo donde terminó la primera, con Katniss y Peeta (Josh Hutcherson) como los ganadores de Los juegos del hambre del título, una competencia a muerte entre representantes adolescentes de los doce distritos que integran Panem, un país dirigido con mano de hierro por el presidente Snow (Donald Sutherland). Traumatizada y acosada por su evidente rebeldía, Katniss debe presentarse frente a los medios y sus oprimidos compatriotas como la triunfadora que no siente ser. Todos los focos apuntan a ella, a su vida amorosa y a qué vestido usará en su próxima aparición en público. Una rutina que, más allá de la ficción, Lawrence ya conoce a la perfección. Y si la resistencia de su personaje se traduce en amenazas y revoluciones a punto de estallar la de la actriz es bastante más prosaica y superficial, pero una cuestión de vida y muerte para Hollywood.
“En Hollywood soy obesa…, me consideran una actriz gorda”, dijo Lawrence a la revista Entertainment Weekly atreviéndose a expresar el sinsentido de una industria que monitorea el peso de sus actrices como si fuera una cuestión de Estado, que las critica cuando los vestidos no les quedan como a las modelos de pasarela y que cuando adelgazan empiezan a “preocuparse” por ellas con extensas notas que detallan su supuesto “mal momento” con las fotos necesarias para ilustrar el despropósito.
“Nunca voy a pasar hambre para conseguir un papel. No quiero que ninguna nena piense: «Me quiero parecer a Katniss, así que no voy a cenar». Eso es algo de lo que estuve muy consciente en mi etapa de entrenamiento para este personaje, en un momento en el que estaba intentando que mi cuerpo luciera bien para la película. Quería lucir fuerte y en forma, no flaca y subalimentada”, explicó Lawrence en más de una entrevista cuando la pregunta sobre su cuerpo aparecía una y otra vez en el cuestionario. Que la belleza de la actriz de 23 años, además de su talento y carisma impresionantes, sean evidentes cada vez que aparece en pantalla no parece conformar a una industria obsesionada por el peso de sus estrellas femeninas. Y toda semejanza con Panem puede que no sea una casualidad.

OTROS CAMINOS
Si Lawrence aparenta ser única en su tipo, tal vez, sea porque lo es. Está claro que no es la única actriz en Hollywood que se anima a ser sincera. Allí están, diciendo lo que piensan sin censura propia o ajena, Meryl Streep, Julia Roberts, Susan Sarandon y Kate Winslet por nombrar a algunas de sus colegas más destacadas y desembozadas, pero ninguna de ellas tiene 23 años ni está al inicio de su carrera. Ni siquiera su contemporánea Kristen Stewart se animó a los niveles de rebeldía de la bella Jennifer. Cuando la protagonista de la saga de Crepúsculo se resistió a sonreír para las cámaras en toda ocasión, fue hostigada con una virulencia que suele reservarse a los criminales peligrosos. Algo similar, aunque con menor intensidad, a lo que fue sometido Joaquin Phoenix cuando decidió no bailar al son de Hollywood. Más allá de ese período en el que decidió hacer de cada una de sus apariciones públicas una performance que buscaba escandalizar y repeler a los medios -además de aportar material para el falso documental que dirigió su amigo Casey Affleck-, Phoenix decidió hace tiempo que salir a vender las películas de las que participa no es lo suyo. Y mucho menos participar del circo de ocho pistas que implican la promoción y el lobby para conseguir una nominación al Oscar que se multiplica si la intención es ganar uno. Por ahora, su elección no le funcionó del todo mal al actor: ya consiguió tres nominaciones de la Academia por sus trabajos en Gladiador, Johnny y June-Pasión y locura y The Master, y ya se habla de una cuarta oportunidad de hacerse la estatuilla el próximo año por su papel en la nueva película de Spike Jonze, Her.
Otro que decidió seguir ese camino que hace tiempo trazaron próceres de los actores rebeldes como Marlon Brando y Sean Penn es Michael Fassbender. El actor británico que consiguió la atención de Hollywood gracias a su papel en Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino, hace años que no para de trabajar tanto en la industria como en sus márgenes. Es el joven Magneto en las precuelas de los X-Men, Carl Jung en Un método peligroso, de David Cronenberg, y próximamente un cruel esclavista sureño en 12 Years a Slave, el film de Steve McQueen (Shame, sin reservas, también protagonizada por Fassbender) que podría conseguirle su primera nominación al Oscar. Aunque, si sucede, será sin la ayuda del primer interesado.
“Entiendo que todo el mundo tiene que hacer su trabajo. Así que intentás ayudar lo mejor que podés, pero no voy a pasar por esa situación de nuevo. Es una picadora de carne y no soy un político, soy actor”, decía el intérprete hace unas semanas a la revista GQ cuando le preguntaban por los rumores de una candidatura y él todavía recordaba los esfuerzos que hizo cuando sucedió lo mismo con Shame, sin reservas. Así que antes de que la maquinaria de Hollywood empezara a sumarlo a su marcha, el tipo se bajó de la montaña rusa. Lo mismo eligieron hacer Charlie Hunnam y Joseph Gordon-Levitt. El primero renunció, luego de haber firmado contrato y de que su foto diera la vuelta al mundo, al papel de Christian Grey en Cincuenta sombras de Grey, y el segundo aseguró que rechazó el protagónico en Antman, la próxima película de Marvel. Aunque parece que sólo lo dijo para que ese fundado rumor no opacara la promoción de su proyecto independiente como director. Porque se sabe: en Hollywood la rebeldía es un acto de valentía que pocos se animan a intentar.
LA NACION