El hombre que salvaba almas a lomo de mula

El hombre que salvaba almas a lomo de mula

Por Roque Sanguinetti
Dicen que no era mal jinete, pero antes de cumplir los cincuenta años la mula malacara ya lo había tirado. ciento quince veces, y eso lo tenía un poco acobardado, como cuenta en una carta.
Pero con o sin miedo, a fines del siglo diecinueve y principios del veinte allá iba y venía montado el cura de San Alberto, por lo que ahora es el próspero Valle de Traslasierra, trepando las peñas para llegar hasta el último de sus feligreses. En esos días frescos y luminosos de las sierras, o con lluvia o frío o calor, lo veían venir desde lejos, mitad gaucho y mitad cura, los pobladores de esa zona que era una de las más aisladas de Córdoba.
Con su sombrero y su sotana arratonada, con poncho en invierno y algunas veces pitando un cigarro, criollo, bajo, orejudo y picado de viruelas, campechano y dicharachero, llegaba para ocuparse de las necesidades espirituales de cada uno de los pobladores, y también de las materiales, por las que trabajó incansable. A otros iba a pedirles para su gente: a sus pocos amigos ricos, como el gobernador Cárcano o el presidente Juárez Celman, que había sido su condiscípulo. Y se iba hasta Córdoba en mula, y a Buenos Aires en tren, y los hablaba, les escribía, insistía, y a la larga muchas veces le hacían caso.
Sus logros espirituales no se pueden medir, pero lo que dejó por añadidura en aquel desierto de piedra resulta increíble. Ahí está ese gran edificio de la Casa de Ejercicios Espirituales a la que llevó en sucesivas tandas a más de 70.000 personas, frente a la plaza de la antigua Villa del Tránsito que hoy lleva su nombre: Villa Cura Brochero. Cambio de nombre que a él lo hubiera disgustado. Y el también notable Colegio de Niñas, para el que trajo en caballos a quince monjas desde Córdoba, monjas con las que después tuvo algunos conflictos. Y la iglesia de la Villa, y otras iglesias que construyó o restauró, y acueductos, canales y diques, y. sesenta y seis caminos vecinales, cuando se arremangaba la sotana y trabajaba con su gente de sol a sol, como en su gran obra del camino de Soto a Villa Dolores o en los comienzos del ahora magnífico de las Altas Cumbres.
Todo logrado con una fe y una preparación tan sólidas como esas piedras de las sierras, décadas de esfuerzos, y una pintoresca y simpática forma de ser y de hablar.
Austero, duro y sufrido, ahí andaba Brochero, con la mula malacara los primeros años y con un caballo también malacara después. Imparable. Como cuando se tiró con la mula al río desbocadamente crecido para ir a auxiliar espiritualmente a un moribundo. O como esa otra vez en que estaba muy llagado en las nalgas y ante un pedido parecido se hizo atar al recado “para no aflojar” y poder llegar. O como la vez que salió a buscar al bandido “Gaucho Seco” y se lo trajo con otros forajidos a la Casa de Ejercicios, de donde salieron como mansos corderos. Lo mismo intentó hacer con el temible Santos Guayama, que asolaba el valle, quien al conocerlo en el monte le prometió ir con trescientos hombres. Pero no pudo ser, porque antes Guayama fue capturado y fusilado. Esa fue una de sus dos grandes frustraciones. La otra fue no conseguir que a la zona se llevara el ferrocarril, por el que bregó toda su vida.
En la década de 1940 se filmó una película famosa, El cura gaucho, con Enrique Muiño en el papel de Brochero. Todos los años, en marzo, se hace la multitudinaria Cabalgata Brocheriana que recorre el camino de las Altas Cumbres desde Córdoba hasta la Villa. En la plaza del pueblo, señalando la Casa de Ejercicios, está su estatua en bronce, lástima que de a pie y no montado. Muchos libros y artículos se han escrito sobre él y permanentemente se realizan actividades en su nombre.
Pero murió dolorosamente, ciego, llagado y aislado, porque se había contagiado la lepra, enfermedad entonces terrible, al visitar asiduamente a dos feligreses que la sufrían y con quienes compartía el mate.
Era todo para todos. Su causa de beatificación se tramita en el Vaticano lentamente, se diría que a paso de mula. Pero no importa, los habitantes del Valle de Traslasierra ya saben que allí vivió un santo. Y como dijo Félix Luna: “Curas ha habido muchos, curas agauchados, algunos, pero cura gaucho hubo uno solo: José Gabriel Brochero”.
LA NACION