19 Nov El diálogo socrático, puesto a prueba 24 siglos después
Por Nora Bär
A juzgar por los escritos de Platón, hace 2400 años Sócrates dio una notable lección de geometría que se convirtió en el primer registro detallado de un método pedagógico.
En el diálogo Menón, Platón describe cómo el filósofo heleno guía a un esclavo con preguntas hábiles para que averigüe cómo duplicar el área de un cuadrado usando la diagonal del primero como lado del segundo aplicando sólo sumas o multiplicaciones simples.
La mayéutica, como se llamó este método, consistía precisamente en hacerles preguntas a sus alumnos para que construyeran nuevos conocimientos basándose en los que ya traían. Como esta metodología todavía es muy utilizada en las aulas, un equipo de neurocientíficos argentinos decidió poner a prueba el diálogo socrático… en adolescentes y adultos educados del siglo XXI.
El resultado fue inesperado: los estudiantes secundarios y universitarios de hoy ¡cometen los mismos errores que el esclavo de Menón!
“Entre otras cosas, descubrimos que el diálogo socrático se basa en una sólida intuición del conocimiento humano que persiste más de 24 siglos después de su concepción, lo que prueba que existe una increíble universalidad a través del tiempo y las culturas”, dice Andrea Goldin, del Laboratorio de Neurociencia Integrativa de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y primera autora del trabajo que acaba de publicarse en la revista Mind, Brain and Education .
El trabajo surgió para explorar una idea del psicólogo y epistemólogo Antonio Battro. “El nos planteó que se sabe mucho de cómo el cerebro aprende, pero no de cómo enseña”, cuenta Goldin.
Goldin, que integra también la organización Expedición Ciencia, que todos los años realiza campamentos para adolescentes en los que se estimula el espíritu científico, destaca que en la actualidad se les pide a los estudiantes que planteen preguntas y se los va guiando para que encuentren maneras de responderlas, pero en el diálogo socrático las preguntas las hace el profesor y el alumno simplemente contesta.
CON “TRADUCCIÓN”
Para este experimento, los científicos tradujeron el diálogo al “argentino” coloquial. Aunque la mayor parte de las preguntas pueden responderse con un simple “sí” o “no”, definieron exactamente cómo se iba a decir cada pregunta e hicieron un guión muy preciso teniendo en cuenta todas las respuestas posibles.
“Hicimos una especie de «elige tu propia aventura» -cuenta Goldin-. Si el estudiante contestaba lo mismo que el esclavo, seguíamos; si contestaba algo distinto, nos fijábamos: si era matemáticamente correcto, pasábamos a la pregunta del diálogo que correspondía; en cambio, si decía algo diferente, repreguntábamos hasta conseguir alguna de las respuestas que figuraban dentro del diálogo.”
La sorpresa llegó cuando los científicos analizaron las respuestas de los 58 participantes. La mayoría (alrededor del 97%) seguía estrictamente el diálogo socrático, y cometía los mismos errores que el esclavo de Menón, a pesar de ser estudiantes avanzados de la escuela secundaria y hasta universitarios.
“Otro dato interesante es que existe una relación inversa entre la educación en temas relacionados, como las ciencias exactas, y las respuestas al diálogo socrático -dice la investigadora-: a menor formación, mayor correspondencia con las respuestas del esclavo. Esto podría indicar que la educación verdaderamente aumenta nuestra capacidad de resolver problemas.”
En el diálogo socrático, las cuatro últimas preguntas tienden a reforzar la respuesta correcta: que el lado de un cuadrado del doble del área de uno dado es igual a la diagonal del primero. En el trabajo local, los científicos decidieron agregar una pregunta más y les pidieron a los participantes que contestaran lo mismo, pero para un cuadrado de una medida diferente.
“Ahí nos encontramos con lo que más nos sorprendió -dice Goldin-: la mitad de los adolescentes y un tercio de los adultos no pudieron responder «la diagonal».” Dado que si un aprendizaje no se puede transferir, no sirve, el grupo, también integrado por Laura Pezzatti y Mariano Sigman, ambos del laboratorio de la UBA, llegó a la conclusión de que el diálogo socrático no funciona para todos. Esto explicaría por qué, aunque a veces los docentes creen que sus alumnos comprendieron un problema, si les cambian un solo número no pueden responder.
“Esta investigación permite atisbar cómo se construye la memoria, el aprendizaje -dice Goldin- y nos da la pauta de que el diálogo socrático es eficaz cuando se utiliza con personas formadas. También prueba que Sócrates tenía un conocimiento de la mente que nos excede.”
Al parecer, nuestro cerebro no es hoy muy diferente del de los antiguos griegos. En términos evolutivos, dos mil años no es nada.
LA NACION