19 Oct Truco, un juego que unió campo y ciudad
Por Silvia Long-Ohni
Los juegos han estado siempre presentes en todas las sociedades y han servido, incluso, para caracterizar a las diferentes clases sociales. Cartas, dados, rifas, loterías, en sus diferentes formas, amenizaron tertulias y reuniones, pero en cada ocasión y en cada lugar fueron diferentes, porque es cierto que hay un sitio para cada juego y que cada juego corresponde a un sitio preciso, del que sería absurdo querer extrapolarlo.
En el caso del truco, que es el juego de naipes más arraigado en nuestros usos, se lo jugó asiduamente en los boliches de la ciudad y en las pulperías del campo, sobre todo por elección de los sectores más populares: gauchos, peones, compadritos y trabajadores de toda laya. Se sabe, además que, dadas las características del juego y de sus adeptos, era frecuente que las partidas terminaran en riñas y peleas.
Pero el polisémico término no se restringe a designar un juego de naipes. Al parecer, la palabra viene de “truc”, por derivación de trucar, “pegar” en el antiguo provenzal, heredera del latín vulgar trudicare e, indirectamente, del latín clásico trudere, que es “empujar”. Sin contar con que en italiano se llama trucco a otro juego -del tipo billar- que consiste en golpear con la bola propia a la del contrario, con el objeto de mandarla a la tronera, lance en el que hay, pues, habilidad pero no engaño. Tampoco en castellano “trocar”, cambiar una cosa por otra, implica necesariamente el uso de la mentira.
Aunque la etimología se discute, y si bien Coromina le atribuye prosapia latina, otros la suponen derivada del árabe. Afirman éstos que “truco” o “truque” (en valenciano, truc) proviene del término árabe “truk” o “truch” y que ese juego fue inventado por los moros introducidos en España y de allí traído a América, alegación que sería fácil filiar con el sentido de “truchiman” (del árabe turyumän), originariamente, “intérprete”, pero, asimismo, persona de pocos escrúpulos que usa el conocimiento de varias lenguas para obtener ventajas mediante engaños, y esta consideración sí nos acerca más a lo que es la esencia del truco, pues más allá de sus reglas y del valor dado a las cartas es, en lo fundamental, un juego en el que lo que vale es la habilidad para el engaño.
Los naipes fueron traídos a Europa desde el mundo árabe, probablemente en el siglo XII, junto con los caballeros que volvían de las Cruzadas, y se popularizaron de inmediato. Ya en 1331, el rey Alfonso XI prohibió jugar a los Caballeros de la Orden de la Banda, que había fundado, lo que da también la idea de que hallaría en los naipes tufillo islámico. Y existe, asimismo, una curiosa anécdota que va en idéntica dirección: ¿Por qué el truco se juega sólo con algunas de las cartas del mazo? Cuenta la leyenda que los niños de una familia mora tomaron las figuras -reyes, caballos y sotas- y las recortaron para jugar a la guerra, lo que forzó a los mayores a inventar el “truk”.
Astutos, hábiles, pícaros, atrevidos, ingeniosos, templados, corajudos, gauchos, inmigrantes, hombres del campo o de la ciudad, los jugadores de truco son parte indisoluble de nuestra identidad.
LA NACION