Stieg Larsson, el hombre que amaba a su mujer

Stieg Larsson, el hombre que amaba a su mujer

La viuda del autor de la saga Millennium revela cómo nació uno de los mayores best sellers del mundo. La inspiración autobiográfica, el feminismo y la ética de lavar los platos.

Por Eva Gabrielsson
No es que Stieg se sentara un día delante del ordenador y exclamara: “¡Voy a escribir una novela policíaca!”. De hecho, casi podría decirse que nunca la empezó del todo, ya que jamás trazó un plan para el primer volumen, ni para los dos siguientes, y menos aún para los siete posteriores. Escribía secuencias que, a menudo, no tenían ninguna relación las unas con las otras. Luego las “cosía” al hilo de lo que le apetecía y de la historia. En el 2002, durante una semana de vacaciones en una isla, me di cuenta de que se aburría un poco. Yo estaba escribiendo un libro sobre el arquitecto sueco Per Olof Hallman y él daba vueltas.
—¿No tienes nada que escribir? —le pregunté.
—No, pero estaba pensando en aquel texto que escribí en 1997 sobre un anciano que recibe una flor cada año por Navidad, ¿te acuerdas?
—¡Claro!
—Pues me apetece saber qué ha sido de él.
Stleg se puso manos a la obra de inmediato y el resto de la semana estuvimos trabajando al aire libre, cada uno delante de su ordenador, con el mar en el horizonte y la hierba bajo los pies, felices. Mi libro y “Millennium”, pues, tomaron forma al mismo tiempo.
Contrariamente a lo que cabe imaginar al leer “Millennium”, Stieg no era un genio de la informática, y durante mucho tiempo escribió a má¬quina. Nos pasamos al ordenador a principios de los años noventa, después de que yo trabajara en una empresa en la que había ordenadores. En “Expo” incluso tuvimos que llamar a unos técni¬cos para que protegieran los ordenadores de la piratería, porque nadie sabía. Stieg tampoco era un apasionado de las matemáticas, aunque en “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” Lisbeth Salander descubra el teorema de Fermat, al que Stieg dedica varias páginas y al que Lisbeth vuelve más de una vez, hasta que en el tercer volumen lo deja de lado.
De hecho, Stieg siempre fue nulo en esta materia, que casi le impidió aprobar el bachillerato, pero forma parte del tipo de conocimientos que nos encantaban a los dos, una especie de cultura heteróclita que, aunque no sirva de gran cosa, nos apasionaba. Bastaba con que leyéramos una frase sobre un tema que desconocíamos para que sintiéramos la necesidad de ahondar en ello. Stieg era como una esponja; lo absorbía todo sin tomar ninguna nota. Por ejemplo, para describir la ropa de los personajes con tanto detalle, jamás hojeó ningún catálogo ni se detuvo frente a un escaparate. Cuando iba por la calle era muy observador, eso es todo. Stieg se vestía de forma muy personal. Llevaba chaquetas de tweed, elegantes pero en absoluto caras. A diferencia de la gente de su círculo, que vestía de modo informal y no cambiaba de estilo en función de las circunstancias, Stieg se adaptaba a los acontecimientos y a la gente con la que había quedado. Tenía clase sin parecer un dandi o un esnob. En dos años escribió dos mil páginas. Escribiera para Searchlight, para la agencia de noticias TT, para “Expo” o para “Millennium”, siempre desplegaba la misma energía. El primer año se ponía manos a la obra por las noches y los fines de semana. Se acostaba muy tarde, pero no más que de costumbre. A decir verdad, a mí se me hacía muy cuesta arriba, pero nos salvaba el hecho de reírnos tanto. Trabajaba mucho rato, salía al balcón a fumarse un cigarrillo y retomaba el trabajo, muy concentrado de nuevo. El último año también escribía de día y en la sede de “Expo”, en lugar de hacer lo que debía. Ese fue el año en el que trabajó tanto que apenas dormía cinco o seis horas al día. Me daba cuenta cada vez que releía los últimos textos de “Millennium” y veía que los había escrito a las tres o las cuatro de la madrugada. Creo que “Millennium” se convirtió en un refugio para él.
Bohemio. Stieg era un artista y, como tal, no siempre tenía los pies en la tierra. En casa, yo, la mujer del artista, me encargaba de las cosas del día a día, pero en “Expo” era un desbarajuste. Stieg era un gran redactor jefe del periódico, pero un mal director de la fundación. No solo era desorganizado y no disponía de ningún asistente, sino que el dinero escaseaba.
No sabía supervisar las tareas que encargaba. Como tenía que resolver los problemas a toda prisa y bajo presión, estaba agotado. Tras su muerte, encontré una carta dirigida a los patrcinadores de “Expo” en la que, una vez más, les pedía dinero. Estaba datada el 7 de noviembre y no la había mandado. Stieg murió el día 9. A la hora de la verdad, todas las recompensas y los elogios que recibía “Expo” por su extraordinaria contribución no eran sino papel mojado, pues a comienzos de mes Stieg tenía que batallar para encontrar los medios necesarios para publicar el periódico. Lo peor es que, mes a mes, iba perdiendo la confianza. Había abandonado la agencia TT, se había fundido la indemnización y las esperanzas que tenía en “Expo” se desmoronaban. Todo aquello en lo que había creído se desvanecía, así que escribía sin cesar. Era su terapia. Describía Suecia tal y como la veía, los escándalos, la opresión de las mujeres, a sus queridos amigos, a los que quería rendir homenaje, la isla de Granada, que nos ponía el corazón en un puño… Elaboraba cada pequeño detalle, pues tenía una memoria de elefante; lo conservaba todo en la cabeza y… en su ordenador.
Sin los combates y el compromiso de Stieg, “Millennium” no habría existido jamás. Sus inquietudes son el corazón, el cerebro y los músculos de sus novelas. Ellas. “Millennium” constituye un repertorio de todas las formas de violencia y de discriminación que pueden sufrir las mujeres. Durante su adolescencia en Umeá, Stieg presenció un acontecimiento atroz que le marcó de por vida. Un fin de semana fue testigo de la violación de una chica en un camping; algunos de los violadores eran amigos suyos, a los que no quiso volver a ver. Siempre se arrepintió de no haber intervenido. Transcurrido un tiempo desde aquel espantoso episodio, se encontró a la chica en la ciudad e intentó excusarse, pero ella se negó a escucharle y se alejó mientras le decía unas palabras que Stieg no olvidó jamás:
“Vete. ¡Tú eres igual que los otros!”.
¿Cabe atribuir a este hecho el origen de su feminismo? En cualquier caso, sin duda contribuyó. Mientras escribía “Millennium”, el título provisional de los tres volúmenes era “Los hombres que odiaban a la mujeres”. Sólo lo conservó para el primer tomo y, aun así, tuvo que insistir mucho. Con todo, en la edición francesa y española se sustituyó el verbo “odiar” por “no amar”.
Cuando conocí a Stieg en 1972, ya era un verdadero feminista; prefería la compañía de las mujeres y le gustaba más trabajar con ellas que con hombres. De hecho, por aquel entonces solía tener mucho éxito con las mujeres. Contaba que, de niño, cuando vivía con sus abuelos, su mejor amigo era una niña. Las mujeres le parecían más creativas y menos arribistas que los hombres. En su trabajo se dirigía igual a un hombre que a una mujer, y tenía las mismas expectativas respecto de ambos; además, le gustaba trabajar a las órdenes de mujeres. Si se tropezaba con un algún macho obsesionado por hacer carrera que intentaba poner trabas a “las mujeres de Stieg”, o bien los obligaba a cambiar de actitud o los desterraba de su vida privada. Cuando Erika Berger es nombrada directora del periódico SMP en “La reina en el palacio de las corrientes de aire”, se detallan el tipo de novatadas y de golpes bajos a los que debe enfrentarse una mujer competente en un entorno masculino. “La reunión de la redacción prevista para las 14.00 se adelantaba de repente a las 13.50 sin que nadie se lo comunicara, de manera que, cuando ella llegaba, ya se habían tomado casi todas las decisiones”. Los titulares que ella elegía no se mantenían y los artículos que suprimía se publicaban.
A decir verdad, el amor que profesaba Stieg por las mujeres no me inquietó jamás. Ni él ni yo éramos celosos, pero íbamos por el mundo con los ojos abiertos.
De joven, Stieg había tocado la percusión con un amigo que le inició en el jazz, aunque la música que más le gustaba era el rock y, en particular, el rock femenino, como Shakespeare Sister, Annie Lennox de Eurythmics o Tina Turner. No es de extrañar, pues, que Lisbeth Salander se codee con el grupo femenino Evil Fingere. Yo tengo gustos musicales más variados, que abarcan desde la ópera hasta la música popular, pasando por el rock y el pop. En casa escuchábamos música variada, aunque muy de vez en cuando. Stieg y yo compartíamos las tareas del hogar, en función del gusto de cada cual: a él le gustaba limpiar, mientras que yo prefería cocinar. Los dos aborrecíamos lavar la ropa, así que nos turnábamos. En “Millennium”, las mujeres no podían sino desempeñar un papel fundamental. Aunque sean de edades, profesiones y caracteres muy diferentes, todas ellas son tozudas, como Stieg, es decir, obstinadas en aquello que emprenden. Como él, también creen en el dicho: “Ojo por ojo, diente por diente”, y se vengan. Stieg pensaba que la violencia masculina es inexcusable, cosa que puso en boca de Lisbeth. Es cierto que Martin Vanger fue violado por su padre, pero “tuvo exactamente las mismas oportunidades que cualquiera para rebelarse. Asesinaba y violaba porque le gustaba”. Más adelante Lisbeth declara: “Es solo que me parece patético que los cabrones siempre echen la culpa a los demás”. Stieg se inspiró en el asesinato de tres mujeres. Melissa Nordell, cuyo cuerpo fue hallado en el agua, cerca del pontón de Bjórkvik en Ingaró, fue asesinada por su novio, que al parecer estaba celoso. A Fadime Sahindal su padre le voló los sesos con un fusil porque quería escaparse de un matrimonio concertado. En Suecia la muerte de Melissa se consideró un asesinato cualquiera, y el de Fadime un asesinato étnico, un crimen de honor, un suceso ajeno a “la cultura sueca”. Stieg las llamó “hermanas en la muerte” ya que pensaba que las tres habían sido víctimas de la misma opresión patriarcal. El tercer asesinato fue el de Catrine Da Costa, cuyo cadáver se encontró cortado a pedazos. (…) ¿Podía rendir Stieg un homenaje más hermoso a las mujeres que el de convertirlas en heroínas de novelas policíacas feministas y mostrarlas tal como las veía: libres, valientes y lo bastante fuertes para cambiar el mundo negándose a ser víctimas?
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