Sentido común

Sentido común

Por Ezequiel Fernández Moores
“Estamos cerca de que todo termine siendo una gran vergüenza.” Wladimir, el futbolista con más partidos en la historia de Corinthians (805), líder junto con Sócrates de la Democracia Corintiana de 1982, me lo dice en un shopping de San Pablo, el lunes pasado. Tres horas después, no muy lejos de allí, infiltrados en una protesta docente, destruyen negocios y autos en el centro de San Pablo y también de Río de Janeiro. A Jerome Valcke, secretario general de la FIFA, que horas antes había inspeccionado obras del Mundial 2014 en Río, le basta encender Globo News a la hora de la cena para ver en vivo a los encapuchados que rompen todo. Si cambia a un canal de deportes para ver el resumen del fútbol de fin de semana, aparecen hinchas aplastados contra un alambrado al borde del desastre en un estadio supuestamente superpoblado en un partido de Palmeiras en la B. O a fanáticos ensangrentados por una pelea de barras armados en el estadio de Atlético Paranaense. El presidente del Comité Organizador Local (COL) del Mundial, José María Marín, también tiene un lunes agitado. Por la tarde, como presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) recibe a un grupo de jugadores líderes de una protesta inédita. Furiosos por el calendario de 2014, más ajustado que nunca por el Mundial, los jugadores rebeldes exigen de una vez por todas campeonatos con descansos como en cualquier otro país. El movimiento se llama Bon Senso. Sentido Común.
Entre los 75 firmantes iniciales de Bom Senso (hoy ya son más de 800 jugadores), está Gabriel, hijo de Wladimir. Bom Senso no reclama al poder político, como sí lo hacía treinta años atrás la Democracia Corintiana, que luchaba por elecciones libres. Los reclamos de Bom Senso apuntan, indirectamente, al poder económico. La larga permanencia de Neymar en Santos, la vuelta de Ronaldinho y de otros cracks y el aporte de patrocinadores poderosos ofrecían una imagen algo glamorosa del fútbol brasileño, que incluye salarios como los de Fred, de 450.000 dólares mensuales. Pero Bom Senso pide vacaciones normales. Y solicita a sus patrones, los clubes, que dejen de gastar el dinero que no tienen. Paradójicamente, uno de los principales líderes del movimiento, Paulo André, es defensor de Corinthians. Escribe, pinta, juega ajedrez y tiene un hermano economista. Otro de los líderes es el veterano Alex, que volvió de Turquía para jugar en Coritiba y que en una entrevista reciente no tuvo miedo de afirmar que la verdadera dueña del campeonato brasileño es la Globo, a la que responsabiliza de que algunos partidos entre semana comiencen casi a las diez de la noche. “Sólo después del último beso de la telenovela”, ironiza. Bom Senso cree que la verdadera causa del fútbol a toda hora no es el Mundial, sino los maratónicos campeonatos estaduales que la CBF mantiene sólo por interés político y electoral y negocio de la TV.
Flamengo, Corinthians y Sao Paulo, los tres clubes con más hinchas en Brasil, jugarán en 2013 una media mínima de 70,66 partidos por temporada y máxima de 75,33. Tres de los más poderosos clubes de Europa, Barcelona, Bayern Munich y Chelsea, jugaron en cambio en 2012-13 una media de 60,33. Sao Paulo fue eliminado en semifinales del Paulista y en octavos de la Libertadores. Si no, podría haber llegado a jugar en 2013 un máximo de 87 partidos, 20 más que el récord europeo anotado por Chelsea en la última temporada. El estudio pertenece a Luis Felipe Chautebriand, docente de la Fundación Getulio Vargas, una universidad que forma líderes en gestión pública y privada y que apoya el reclamo de Bom Senso, con un discurso que, por momentos, parece seducido por el modelo europeo del fútbol-empresa. Son jugadores de renombre, académicos y profesionales unidos contra el viejo modelo de clubes que mezclan pasión, política y negocios y que aún hoy sobreviven vendiendo jugadores a Europa. “Así como los manifestantes tomaron las calles en junio pasado por algo más que el aumento de20 centavos del transporte -escribió Erich Betting, consultor editorial de Universidade do Futebol-, Bom Senso también pide algo más profundo que un mejor calendario.”
Marín, un político aliado con la dictadura que hace medio siglo vigilaba a cracks y entrenadores, infiltraba federaciones y clubes y contaba con dirigentes que eran informantes de los servicios de seguridad, recibió rápido a Bom Senso. Y algunas federaciones ya avisaron que reducirán los estaduales. “Están entregando algunos anillos para no entregar el dedo”, me dice el colega Lucio de Castro. El movimiento, coinciden todas las fuentes que consulté estos días de visita en Brasil, significa un paso adelante en un país que se jacta de ser el único pentacampeón mundial, pero cuyo campeonato sufre un caos que tiene poco que envidiarle al argentino. La vieja guardia de los dirigentes atornillados en sus sillones está en problemas porque el gobierno de Dilma Rouseff impulsó además una ley que limita el mandato de los dirigentes de las federaciones deportivas a una sola reelección. El reclamo, que intentó ser bloqueado por la CBF y por el Comité Olímpico Brasileño (COB), fue iniciado por la Asociación de Atletas por la Ciudadanía, un movimiento liderado por la ex campeona de voleibol Ana Moser y que tiene entre sus miembros a los ex jugadores Raí y Mauro Silva. También los deportistas piden más democracia en Brasil.
La Globo no dio gran espacio a los reclamos. Es lógico. Quiere mantener su monopolio en la transmisión del fútbol. El juego de intereses casi bloqueó estos meses que la Globo afronta un juicio, acusada de evadir unos 250 millones de dólares en la compra de derechos para transmitir el Mundial de 2002. Y bloqueó también la condena de cinco años impuesta a una funcionaria acusada de hacer desaparecer los expedientes de ese proceso. La acusación judicial establece que la Globo giró dineros por el pago de los derechos del Mundial 2002 al mismo paraíso fiscal del escándalo ISL de la FIFA. A Valcke le preguntaron el lunes por una flamante denuncia del Ministerio Público por un acuerdo de exenciones impositivas para el Mundial que la FIFA firmó hace seis años con el gobierno de Brasil. La FIFA está acaso cada vez más arrepentida de haber permitido que Brasil fuera candidato único del Mundial 2014 y de haber cedido a las presiones del gobierno para que la Copa se jugara en doce ciudades, con obras más caras y, en algunos casos, inútiles tras el Mundial. “Una cosa -dijo Valcke el lunes- es el Mundial y otra el legado, que no es responsabilidad de la FIFA.” Al día siguiente, trabajadores en huelga lo recibieron con carteles y gritos de “esta Copa es un asalto”, cuando visitó el estadio de Cuiabá, que tiene destino de “elefante blanco” después del Mundial. “El problema -me dijo ayer un ex campeón mundial símbolo del fútbol brasileño- no es si ganamos o perdemos la Copa. Será el Mundial de las protestas.”
“Cómo la FIFA se convirtió en el nuevo FMI.” Así se llama un interesante artículo de Marcos de Azambuja en el último número de la revista Piauí. “El nuevo villano”, igual que el FMI, envía “fiscales” al país, pero además “tiene hasta bandera e himno”, dice De Azambuja. El texto está lejos de proclamas incendiarias y hasta busca comprender políticas de transformación económica. Pero sugiere que la FIFA acaso “perderá sus límites”, porque está cegada en su omnipotencia y sigue creyendo que el fútbol puede con todo. Azambuja, que es un diplomático de carrera, recuerda uno de los carteles que más lo impresionaron de las protestas de junio pasado: “FIFA da Puta”.
LA NACION
FOTO: Sebastián Domenech