16 Oct Para ellos, hablar sobre los problemas es perder el tiempo
Por Tesy De Biase
Las mujeres consideran que hablar es el mejor camino para la resolución de conflictos; en cambio, los varones son más proprensos a creer que discutir sobre los problemas es una verdadera pérdida de tiempo.
Eso es lo que revela una investigación realizada con fondos del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, que halló un dato curioso adicional: los varones confesaron que su resistencia a hablar sobre conflictos personales podía ser considerada una forma de no hacerse cargo de sus problemas.
Todo un problema en sí mismo, ya que la marca registrada internacional sobre la masculinidad exige que los hombres puedan resolver las cosas, que puedan solos y sin que medie la improductiva verborragia femenina.
“Las mujeres consideran que hablar con amigos y con otras personas es una forma de ayudarlas a resolver los problemas, de sentirse protegidas y de no dejar que los conflictos permanezcan encerrados”, comenta a La Nacion la autora principal del estudio realizado por la profesora de psicología Amanda Roses, de la Universidad de Missouri, Estados Unidos.
Pero la ley que establece que los varones deben poder resolver sus problemas solos, sin que entre en juego la palabra femenina, ¿está escrita en la naturaleza, o es una construcción de la cultura?
“Como todas las diferencias de género, responden a una combinación de ambos factores”, dice la doctora Roses, y agrega: “La ciencia no ha progresado a tal punto de decir con seguridad cuánto responde a una predisposición biológica y cuánto a las diferentes experiencias que varones y mujeres encuentran en su proceso de desarrollo”.
CEREBROS DIFERENTES
Militante por la causa por la diferencia de géneros, la doctora Elena Levin, médica psiquiatra y directora del posgrado en ginecopsiquiatría de la Universidad Favaloro, explica que los cerebros masculino y femenino son anatómica y funcionalmente distintos.
“El cerebro femenino es mucho más eficiente cognitivamente e integra con más eficacia ambos hemisferios, pues utiliza ambos en el procesamiento del lenguaje; en el cerebro de las mujeres todo está conectado con todo, como si fuera una superautopista de Internet”, ejemplifica. Levin también destaca las investigaciones de la neuropsiquiatra de la Universidad de California Louann Brizendine, autora del polémico libro El cerebro femenino , en el que resaltó algunas trascendentes diferencias de género producidas durante la vida intrauterina.
Mientras los varones a partir de las ocho semanas de gestación empiezan a bombear grandes cantidades de testosterona que descuidan los centros de comunicación, las células cerebrales de las futuras mujeres desarrollan más conexiones en los centros de comunicación y en las áreas que procesan la emoción, muestran los estudios de Brizendine.
Esta investigadora también afirmó que las mujeres utilizan unas 20.000 palabras diarias, en tanto los hombres se limitan a unas 7000. Sus números circularon en medios periodísticos y académicos de todo el mundo y el psicólogo de la Universidad de Texas James Pennebaker, especialista en escritura terapéutica, se tomó el trabajo de llevar el tema a su propio laboratorio de análisis del lenguaje y llegó a cifras muy distintas.
Tras comparar el lenguaje cotidiano utilizado por 396 estudiantes universitarios, concluyó que las mujeres habían utilizado 16.215 palabras en tanto que los hombres, 15.669. Aunque reconoció que la población estudiada tenía características particularmente homogéneas en función de su procedencia académica, concluyó que no es posible establecer diferencias abismales entre el léxico masculino y el femenino.
Los números pueden o no coincidir, pero los contenidos de las comunicaciones son muy diferentes según coincidentes miradas académicas y legas. Adjudicarle todas las particularidades de los estilos de comunicación de hombres y mujeres a la anatomía es un reduccionismo que no se sostiene ni desde las teorías más biologicistas.
EL NUEVO VARÓN PARLANTE
“Las mujeres son proclives a hablar entre ellas de temas profundos; en cambio, los hombres tenemos mucho pudor para desnudar nuestros miedos, nuestros conflictos sexuales y cualquier tema personal. De chicos, pensábamos que los juegos de las nenas se limitaban a vestir y desvestir muñecas, pero resulta que mientras nosotros corríamos detrás de una pelota, ellas dramatizaban toda la dinámica familiar y hoy saben mucho más de vínculos que nosotros”, confiesa Mario Zerkowski, un químico de 65 años que integra un grupo de reflexión sobre masculinidad.
Su acidez irónica resquebraja el estereotipo cultural que cristaliza a las mujeres hablando sin parar y a los hombres actuando en silencio.
“Salvo excepciones que confirman la regla, los varones cuando nos reunimos con otros no sabemos hablar de nuestros sentimientos, de nuestras emociones. Capturados por el mito del héroe, del duro, el triunfador, podemos discutir de política, de fútbol, filosofía, negocios, economía, literatura, cine y mujeres, pero difícilmente abrimos un espacio de encuentro entre el pensar, el sentir y el actuar. Los hombres estamos más atravesados por un espíritu pragmático y buscamos las soluciones en la acción, mientras las mujeres quieren hablar y buscan las respuestas a través del diálogo”, dice el psicólogo Guillermo Vilaseca, coordinador de talleres de reflexión sobre masculinidad ( www.varones.com.ar ).
Vilaseca asegura que cuando los hombres se sienten jaqueados por las circunstancias, en lugar de verbalizar sus conflictos y confusiones tienden a atrincherarse, avergonzados. “Ser varón está ligado a saber, poder y tener, ser importantes, sentirse orgulloso y confiado de sí mismo, todas cualidades con un denominador común: la potencia.” Cuando el varón no puede responder a este modelo cultural exigente, se repliega en silencio.
La propuesta de Vilaseca es ésta: “Sondear el abismo entre el modelo internalizado y las propias posibilidades de concretarlo. Y lo hace con herramientas psicodramáticas que combinan la palabra y la acción”.
“Los viejos modelos culturales no han muerto y los nuevos no han terminado de nacer”, dice Vilaseca. Y apuesta a la construcción de un nuevo modelo de masculinidad, capaz de desanudar las emociones y apropiarse de ellas nombrándolas.
LA NACION