La medicina: de Hipócrates a Galeno (Parte 1)

La medicina: de Hipócrates a Galeno (Parte 1)

Por Leonardo Moledo
Después de esta incursión por Alejandría, tendría que hablarles un poco de la medicina, un tema que hasta ahora ni tocamos. Esta “omisión”, por decirlo de alguna manera elegante, quizá se deba al hecho de que, por su misma naturaleza, la medicina tiene un contenido empírico, observacional y experimental que la hace diferente del desarrollo de todos los grandes sistemas físicos que les mostré, y que se sostuvieron sobre una base filosófica hasta que las disciplinas empezaron a independizarse, como vimos que ocurrió en Alejandría. Recordemos que la experimentación estaba, en principio, excluida del sistema griego, aunque Aristóteles con sus observaciones del mundo biológico, sus estudios sobre la evolución del embrión y sus disecciones bien puede encuadrarse, por lo menos en ese terreno, en la senda experimental.
Abordar la historia de la medicina presenta algunos problemas difíciles de resolver, o que por lo menos yo no los tengo resueltos. Por eso, sospecho, este fascículo vacilará muchas veces entre ideas contrapuestas, y no siempre del todo claras. Y esto tiene que ver, como les decía, con que tiene una relación demasiado estrecha con la empiria y con la práctica, con la vida y con la muerte, relación que no tienen las otras ciencias que fundaron los griegos.
Es posible que mi indisimulable preferencia por la teoría me haya llevado a dejarla de lado, o que me haya concentrado demasiado en la construcción del programa griego, de base teórica -aun en el propio Tales-. Quizá, también, esta “omisión” se deba a que toda la medicina anterior al siglo XIX me parece lo suficientemente tosca y primitiva como para no considerarla ni siquiera medicina propiamente dicha (cosa perfectamente discutible) o a que la medicina tiene procedimientos que muchas veces ignoran las causas y pueden funcionar prescindiendo de la explicación causal.
En este momento, y a la luz de lo que acabo de decir, yo trazaría una distinción importante entre una medicina con centro en la práctica, y una medicina biológica, que pone el acento en construir una teoría del cuerpo y de la enfermedad (naturalmente, con todos los cruces que a ustedes se les ocurran). Acaso el gran problema de la medicina sea que está condenada a ser juzgada por la efectividad de sus prácticas y no por la exactitud de sus teorías. Pero esto también es muy discutible.
Bueno, ya son bastantes explicaciones o seudoexplicaciones. Ya es hora de abordar el asunto, si ustedes me perdonan la metáfora náutica.

Retrocedamos un poco
Naturalmente, como todo lo demás, la medicina griega no salió de la nada: civilizaciones que la antecedieron en 2500 años o más, como la de Mesopotamia o Egipto, tenían sus prácticas médicas, por supuesto asociadas con conjuros, imprecaciones mágicas y toda la parafernalia de ese tipo. Aun más, la profesión médica estaba reglamentada desde 1760 a.C. en el Código de Hammurabi, rey de Babilonia.
Aquí pueden ver algunos ejemplos de las nobles disposiciones sobre el ejercicio de la medicina.

Si un médico opera con una lanceta de bronce a un hombre noble por una herida grave y le salva la vida, o si abre con una lanceta de bronce un “negabati” (absceso, catarata) en el ojo de un hombre noble y salva el ojo del hombre, recibirá 10 shekels de plata.
Si un médico abre el ojo de un hombre libre y ocasiona la pérdida del ojo, deberá cortarse la mano del médico; si ha ocasionado la pérdida del ojo de un hombre pobre o un esclavo deberá pagar una mina de plata.
Si un médico hace incisión profunda en un hombre con bisturí de bronce y le salva la vida al hombre, o si le abre la sien a un hombre con bisturí de bronce y le salva un ojo al hombre, percibirá 10 sidos de plata.
Si un médico compone un hueso roto a un hombre o le cura un tendón enfermo, el paciente pagará al médico 5 siclos de plata.
Si un médico hace incisión profunda en un hombre con bisturí de bronce y le provoca la muerte, o si le abre la sien a un hombre con bisturí de bronce y deja tuerto al hombre, que le corten la mano.

La verdad es que convenía tener un buen seguro de mala praxis, aunque el código no lo impusiera como obligatorio.
Por otra parte, las prácticas de momificación y tratamiento de los cadáveres tienen que haber familiarizado a los sacerdotes-médicos egipcios con los rasgos anatómicos internos. En Egipto se practicaba, también con fines “médicos”, la trepanación de cráneo; muchas veces he visto en los museos ejemplos de este curioso procedimiento, que a veces se exhibe como una conquista, o un “adelanto” de la cultura egipcia, cosa que me resulta incomprensible.
En realidad, la práctica de la trepa¬nación es antiquísima, cruza la Prehistoria y las culturas (por ejemplo, también aparece en las culturas andinas, y las neolíticas), y tenía con toda probabilidad una función mágico-ritual: la abertura en el cráneo servía para que los malos espíritus que se habían apoderado del cerebro del paciente pudieran salir.
Por otro lado, poco y nada sabemos de los resultados de estas prácticas, y si es que algunos (o siquiera alguno) de los “pacientes” sobrevivió (ya no digo “se curó”).

Primitiva medicina griega
Como es natural entre pueblos que estaban permanentemente en guerra, las prácticas quirúrgicas más antiguas estuvieron relacionadas con los traumas de combate. Ya en el siglo VIII, en la llíada (que sigue siendo, por lejos, uno de los libros más sangrientos y violentos de la literatura universal), Homero describe, con precisión anatómica, 147 heridas de ese tipo y expone la localización y algunas características de los órganos conocidos, aunque nada dice de su función. Por poner un par de ejemplos:

A Enmante metióle Idomeneo el cruel bronce por la boca: la lanza atravesó la cabeza por debajo del cerebro,… y la muerte, cual si fuese oscura nube, envolvió al guerrero.
llíada, XVI

Después de ser arengado por Atenea, el feroz Diomedes hace estragos entre las filas de los troyanos, que parecen gentiles ovejitas al lado del aqueo:

Entonces hizo morir a Astínoo y a Hipirón, pastor de hombres. Al primero lo hirió con la broncínea lanza encima del pecho; contra Hipirón desnudó la gran espada, y de un tajo en la clavícula separóle el hombro del cuello y la espalda.
llíada, V

Por supuesto que, entre los griegos arcaicos, los males no atribuibles a una causa concreta, como la peste, se atribuían a la cólera de los dioses. La terapéutica, tal como la egipcia, implicaba una mezcla de rituales mágicos, sociales y quirúrgicos, con el uso de anestésicos, el vendaje y lavado de las heridas.
Y, de hecho, en el origen de la medicina griega también está la religión. El padre fundador no es Hipócrates, de quien hablaremos enseguida, sino el centauro Quirón, una figura mitológica que, de acuerdo con los relatos, instruido por Apolo (que en la burocracia del Olimpo era una especie de ministro de Salud), enseñó a los humanos el arte de curar enfermedades y que, obviamente, a diferencia de Hipócrates, jamás existió.
Por su parte, Asclepio (Esculapio), discípulo de Quirón, es una figura mitológica construida sobre alguien que quizá sí existió. La mitología cuenta que curó a tanta gente (incluso resucitando muertos), que Hades, dios del mundo subterráneo, se alarmó, temiendo que mermara el flujo de almas hacia su reino, y se quejó a su hermano Zeus, dios supremo, quien fulminó a Asclepio con un rayo. Pensándolo mejor, y teniendo en cuenta sus innegables méritos, el propio Zeus lo resucitó como un dios específicamente dedicado a la medicina: “médico”, “salvador”; su símbolo fue la serpiente, y tuvo sus santuarios y sus templos adonde la gente iba a “curarse” y en los cuales, después de abluciones y rituales, se tendía a dormir. Durante el sueño, el dios se aparecía y emitía su diagnóstico y pronóstico. En el templo de Esculapio, en Epidauro, se cuentan historias de esas curaciones….

Kleo había estado embarazada desde hacía cinco años. Después de ese tiempo, fue al templo del dios, y se sumió en un sueño profundo. Tan pronto se despertó y salió del recinto del templo, dio a luz a un hijo, que inmediatamente después de nacer se lavó por sí mismo en la fuente, y se fue caminando junto a su madre.

Y así muchas otras igualmente fantásticas. Esos lugares, comparables a la gruta de Lourdes en la actualidad, mantuvieron su prestigio durante siglos, lo cual se debe, según la brillante observación del historiador de la Grecia clásica Dodds, “al bajo porcentaje de curaciones necesario para mantenerlo, y a la salud de hierro del enfermo crónico”. Alguien (¿quién?) le sugiere al volátil autor que no entiende esta frase, y no tengo más remedio que aclararla: se refiere al hipocondríaco, que vive atenaceado por “enfermedades” o seudoenfermedades de poca monta, como un dolorcito aquí, o una cierta pesadez allá, y que el cuerpo se encarga de reparar, justamente, porque su salud de hierro le permite mantenerse fuerte. Son, sin duda, los mejores pacientes para un dios.
Además, hay otro elemento que juega en el asunto. Los pacientes que acudían no lo hacían durante una sola noche, sino que a veces permanecían semanas antes de ser “atendidos”, durante las cuales recibían una buena dieta, descansaban y eran cuidados (como si se tratara de una especie de spa), lo cual sin duda fortalecía el cuerpo y predisponía para las “curaciones”, siempre que no tuvieran nada serio, claro está. Por otra parte, los fracasos no se registraban, lo cual es un método infalible para salir bien parado en las estadísticas.
No dejen de notar que ese tipo de medicina religiosa o “natural” sigue existiendo hoy en día por motivos -probablemente los mismos- que más adelante abordaré, porque tiene valor histórico, y sobre todo epistemológico y metodológico.
Sea como fuere, pronto apareció una medicina laica, en escuelas anexas a los templos, de donde salió lo que propiamente vamos a llamar “ciencia médica” (con todas las reservas que, como saben, tengo con respecto a la “medicina científica” de entonces): las más famosas surgieron en Cnido, Rodas y en Cos, y ya desde el siglo VI polemizaban entre ellas. Por ejemplo, los de Cos criticaban a los de Cnido por exceso de empirismo y por dar importancia a todos los síntomas, lo cual los llevaba a multiplicar las enfermedades. Pero lo más importante de la escuela de Cos es que ahí aparecería el gran médico de la Antigüedad, Hipócrates, quien se ocuparía de encarar la medicina de un modo muy similar al que practicaron los milesios con el resto de la physis.
Ya hablaremos un poco él, pero antes me gustaría mencionarles a Alcmeón, de la escuela pitagórica, que vivió alrededor del 550 a. de C, y del cual sabemos que diseccionó animales, porque describió los nervios ópticos y varios otros rasgos anatómicos, y propuso la extraña teoría de que las cabras respiraban por los oídos (me pregunto de dónde sacaban esas ocurrencias). Además, distinguió venas de arterias, aunque aceptó que las arterias sólo transportaban aire. Este asunto, tan común entre los antiguos, se debe a que en los cadáveres las arterias aparecen, efectivamente, como vacías, aunque, digámoslo de paso, si se secciona la aorta brota un chorro de sangre; ya veremos cómo, más tarde, se intentó explicar esta contradicción. Por otra parte, Alcmeón señaló que el cerebro, y no el corazón, era el lugar del intelecto y las sensaciones, y utilizó el concepto, seguramente anterior, de armonía: la enfermedad era una disonancia, o inarmonía, entre los elementos que componen el cuerpo, y la tarea del médico era recuperar el equilibrio, una noción que permearía toda la medicina griega y que, podría decirse, fue una constante para el pensamiento griego en general: recuerden, si no, al gran Aristóteles, para quien el movimiento no era otra cosa que un restablecimiento del equilibrio físico.
También dediquemos un parrafito a nuestro viejo amigo Empédocles, que sostenía una idea parecida sobre la salud como equilibrio de esos cuatro elementos (agua, aire, tierra, fuego) que había establecido o inventado. El corazón, según él, era el órgano que se ocupaba de que el pneuma, un “espíritu aéreo vital”, se repartiera por todo el cuerpo. El pneuma, de naturaleza aérea, identificado con la vida y que se inspira junto con el aire, es otra de las ideas directrices de la medicina griega, y llegaría hasta Galeno y más allá (e incluso se puede rastrear hoy en expresiones como “exhaló su último aliento”, o en otras tradiciones, como la bíblica, en que Dios crea al hombre soplando, e infundiéndole, presumiblemente, ese élan vital que en el siglo XIX alimentará la teoría del vitalismo y en el XX tanto tentará a Bergson). También se le atribuye haber detenido una epidemia en Agrigento desecando un pantano y fumigando las casas, o sea que se ocupó de “higiene pública”.
Fíjense que hoy no consideramos la enfermedad como un desequilibrio in¬terno, sino como un estado producido por una agresión externa (una bacteria, un virus, un tóxico, una droga, una dosis de radiación), aunque persistan corrientes naturalistas que todavía se apoyan en esa vieja idea, y se centran en la “vida sana” (no viene mal llevarla, de todas maneras). Frente a estas metáforas modernas de la enfermedad como invasión, podríamos decir que los médicos de entonces la consideraban como una especie de guerra civil dentro del cuerpo, y su tarea era pacificar y reubicar en su lugar a los diferentes bandos.
HISTORIA DE LAS IDEAS CIENTÍFICAS – PAGINA 12