Guillermo Wehmann, un arquitecto con alma de artista

Guillermo Wehmann, un arquitecto con alma de artista

Por Florencia Angilletta
Al contemplar la obra de Guillermo Wehmann puede percibirse la serenidad imperturbable del río, que deslumbra custodiada por la exultante vegetación y la complicidad del cielo. Así, las creaciones de este arquitecto amante del arte componen un fresco sugestivo y delicado sobre los paisajes de la primera sección del Delta del Paraná, ubicado en el municipio de Tigre. A su vez, sus cuadros también transmiten la íntima sensibilidad de un artista que supo construir una mirada singular sobre el entorno que lo rodea, desde una formación integral: “En mí se conjugan la arquitectura, la pintura, la fotografía y la música, además de que, debido al trabajo de mi padre, me crié en un ambiente artístico, en contacto directo con grandes artistas de la década del 50”, comparte. De este modo, su trayectoria incluye trabajos como arquitecto que ha desempeñado tanto en la obra pública como en la arquitectura publicitaria, así como sus incursiones en la fotografía y la música. Sus participaciones en el mágico universo del sonido, que compartió con músicos de la talla de Jorge Navarro, Alberto Favero, Pocho Lapouble y Carlos Núñez Cortés, incluyeron piano, clarinete, instrumento que tocó en su propia orquesta de jazz, durante sus años de formación (“tocábamos dixieland, mi género musical preferido”, cuenta) y guitarra, con la cual participó también en un conjunto folclórico. Sobre su acercamiento al mundo de las artes plásticas, reflexiona: “Conservo fotos de cuando era chiquito en las que estoy en el piso pintando. Pero mi relación con la pintura se consolidó particularmente en los últimos diez años. Tuve el impulso de empezar a pintar de modo casi autodidacta y con mucho espíritu de búsqueda”. Lienzo sobre lienzo, Guillermo fue consolidando una obra personal -en acrílico- sobre los encantadores paisajes del Delta argentino.
¿Cómo es su vínculo personal con Tigre?
Siento que Tigre me llama permanentemente. Por un lado, mi padre desde muy chico me contaba sobre una isla, en el Sarmiento del Curubica, que era de mi familia desde comienzos del siglo XX. Ya de grande, lo primero que hice cuando pude fue comprarme una casa en la isla, en el arroyo Carapachay. De esa manera tuve la fortuna de poder criar a mis hijos visitando todos los fines de semana estos parajes. Además, también por mi trabajo en los comienzos de lo que hoy es Nordelta, realmente Tigre me identifica.
¿Su formación como arquitecto influyó en sus creaciones?
Sí, claro. El arte está muy vinculado con la arquitectura, especialmente con la sensibilidad que otorga la profesión en relación con las formas y los colores. La música también colabora; por ejemplo, los silencios de la música mantienen estrecha relación con los espacios libres en la pintura.
Su obra se concentra en los paisajes del Delta, ¿qué lo cautiva de ellos?
Me fascina el ambiente colorido del Delta. Fundamentalmente, lo que más me tienta es el color del río y los verdes, y en particular los reflejos de los verdes sobre el agua. Es muy interesante que cuando uno está cerca del rio hay una doble visión: los objetos se duplican y te deslumhra ese juego entre lo que se ve y su reflejo. Siempre me pareció atractiva esta duplicidad de las imágenes por el efecto del agua, y esto es algo muy propio del río.
¿Cómo es el proceso de composición de sus obras?
He trabajado mucho a partir de fotografías que yo mismo saco recorriendo el Delta. Miro las imágenes y después dejo soltar mi imaginación y creo sobre ello; muchas ve¬ces también evoco recuerdos que atesoro.
¿Otros enclaves naturales también lo inspiran?
Tengo una casa en La Paloma, Uruguay, y desde entonces comencé a trabajar sobre la temática del mar, que he plasmado en algunos cuadros. Definitivamente, el mar es atractivo y complejo de pintar, pero igual reconozco que lo que más me sigue cautivando es la tranquilidad del río. Por más que conozca otros bellos paisajes, nada se iguala al Delta con su remanso y su paz.
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