08 Oct Black Sabbath: más heavy que nunca
Por Sebastián Feijoo
Única. Mágica. Casi con seguridad irrepetible. La primera visita de Black Sabbath con Ozzy Osbourne resultó tan demorada como implacable. La magia negra que el cuarteto de Birmingham concibió allá por fines de los ’60 confirmó una actualidad aplastante que conmovió a las 40 mil almas que el pasado domingo reventaron el Estadio Mayor de La Plata. No faltaron condimentos para que este encuentro estuviera impregnado de un aura dramática.
Las repetidas e insidiosas internas de la banda habían malogrado más de una vez un regreso con gloria y los retornos en vivo nunca habían contemplado a la Argentina. Superada con holgura la barrera de los 60 años, la banda se decidió a volver con un disco de canciones nuevas mientras Ozzy seguía recomponiéndose de un nuevo naufragio en las adicciones, Bill Ward (el baterista original) le decía que no al regreso y lo más angustiante: Tony Iommi era diagnosticado de linfoma.
Ante la adversidad la banda decidió redoblar los esfuerzos y seguir adelante. ¿Lo que no mata fortalece? Las respuestas definitivas las suele dar el tiempo, pero Black Sabbath demostró primero con 13 y después con su visita a la Argentina que la reserva moral más grande del heavy metal sigue intacta.
Era una noche muy especial y la apertura fue pautada a la altura de la circunstancias. Megadeth abrió la jornada con un set de poco menos de una hora que se centró en los clásicos más furiosos –”Hangar 18″, “Holy Wars…”, “Peace Sells” y el ineludible “Symphony of Destruction”, entre otros– y afortunadamente tuvo una sola parada en el flojo Super Collider (2013): “Kingmaker”. Más allá de algún problema de sonido, Dave Mustaine renovó sus votos con el público argentino que parece darle la derecha más allá de que el mismo “Colorado” desdibuja su propia imagen con declaraciones públicas poco felices y –sobre todo– con la pobreza de ideas de sus dos últimos discos de estudio. La aparición de Black Sabbath terminaría llevando la noche a otra dimensión. Todavía las luces estaban apagadas y Ozzy empezó a agitar en plena oscuridad con sus típicos “Come on!!!” y “Let’s go crazy!!!”
Las luces se encendieron, a su alrededor ya estaba toda la banda en su lugar y las atronadoras sirenas de “War Pigs” comenzaron a encender un clima de angustia y desesperación. El enorme Tony Iommi dominaba toda la escena con sus riffs densos y envolventes, dueños de la alquimia exacta de lo pesado y oportunos toques de psicodelia –los mismos que abrieron la puerta al heavy metal y una decena de subgéneros–. Geezer Butler le seguía el ritmo cabalgando su bajo con el espesor y la perspicacia que lo transformaron en una marca registrada y el novel Tommy Clufetos sorprendió a propios y ajenos remplazando a Ward –y a su sucesor Brad Wilk– con una enorme dosis de energía y algunos matices que le sumaron dinámica al Black Sabbath 2013. Al frente de toda esa masa envolvente y aplastante de sonido estaba Ozzy. El mismo que hacía el ridículo en un reality familiar, el que por momentos parece perdido de la realidad sin su esposa, productora y gerente personal, y el que a veces se levanta con el pie izquierdo y tiene grandes dificultades para cantar. Ozzy respetó y le hizo justicia a la historia de Black Sabbath. Cantó mucho mejor de lo imaginado, estuvo medido en su histrionismo y fue fiel a sí mismo gritando “Cucú” cada vez que se le ocurría y hasta jugando a morder un murciélago de goma que le tiró con complicidad un fan.
En ese marco y con unas luces e imágenes de primer nivel, hubo lugar para versiones furibundas de “Snowblind”; esa misa pagana con lluvia y quejidos llamada “Black Sabbath” –el tema–; “N.I.B.”, con Butler jugando con su bajo y el wah-wah; y el gancho eterno de “Iron Man”–coreada por todo el estadio–. A diferencia de Megadeth, Sabbath no tenía por qué ocultar su último trabajo y desde 13 –su primer disco de estudio con Ozzy desde Never Say Die! (1978)– aparecieron la potencia de “Age of Reason” y las más épicas “End of the Beginning” y “God is Dead?” El final formal sería con el vértigo demoledor de “Children of the Grave” y el final definitivo con la adrenalina de “Paranoid” (que incluyó la intro de “Sabbath Bloody Sabbath”).
Desafiando los años, las adicciones, las enfermedades y las internas, Iommi-Osbourne-Butler se reencontraron por primera vez en la Argentina, dieron cátedra de magia negra e hicieron todavía más grande la leyenda. Una lección de historia en pasado, presente y futuro que certificó el eterno resplandor de Black Sabbath.
TIEMPO ARGENTINO