Jujuy. Arco iris de sensaciones

Jujuy. Arco iris de sensaciones

Por Elián Paleeff
El Cerro de los Siete Colores, uno de los iconos emble¬máticos de Jujuy, representa los contrastes y la diver¬sidad de experiencias que esta provincia del noroeste argentino ofrece. La geografía jujeña alterna cuatro re¬giones bien definidas: desde la desoladora inmensidad de la puna, con enormes salares y escenarios que re¬miten a la superficie lunar, hasta los diques, lagunas y ríos cristalinos de los valles -que enmarcan su capital, San Salvador-, pasando por la exuberante vegetación selvática de las yungas, entre arroyos y senderos, y la majestuosidad de la Quebrada de Humahuaca, declarada Patrimonio de la Humanidad, dueña de una naturaleza privilegiada y de una rica herencia cultural que data de la época precolombina, con tradiciones, festividades, ar-tesanías y sabores típicos

Huella colonial
Serena y apacible, como alguna vez la definió el escritor local Héctor Tizón, Jujuy alberga pintorescos pueblos con caserones de adobe, angostas callejuelas empedradas, viejos faroles coloniales y un rico patrimonio arquitectó¬nico y arqueológico. La diversidad de atractivos abarca reservas naturales, zonas áridas y otras de clima subtro-pical, aguas providenciales en las Termas de los Reyes y una fauna única donde las llamas y vicuñas dominan el panorama.
Un buen punto de partida para descubrirla es su capital, la llamada Tacita de Plata, reconocida por su patrimonio cultural y arquitectura, con edificaciones como la Catedral (construida en 1761), el edificio que albergara al Cabildo, el Museo Histórico Provincial y la Casa de Gobierno, rodeada por estatuas alegóricas de la artista Lola Mora, y en cuyo interior es posible apreciar la bande¬ra más antigua de la cual se tiene registro. El estandarte patrio, ofrenda de su propio creador, Belgrano, al pueblo jujeño, acaba de cumplir dos siglos.
Los colores que el paso del tiempo no ha logrado apagar son los siete del ya mencionado cerro, que resume 65 mi¬llones de años de evolución geológica. A sus pies, el pue¬blo de Purmamarca exhibe su encanto y su parsimonia. La plaza principal es el sitio para comprar artesanías, y el pe¬queño Cabildo, la iglesia del siglo XVII -ornamentada con pinturas indígenas- y el viejo algarrobo son algunos de sus atractivos. Para quienes disfrutan de la actividad física al aire libre, recorrer en bicicleta o a pie los 3 kilómetros del Paseo de los Colorados constituye una buena opción.

Colores jujeños
No muy lejos de allí, en Maimará, la maestría divina ha dibujado en las rocas otro arco iris: la “Paleta del pintor”. Los que saben dicen que se aprecia mejor por la tarde, cuando el sol pega desde el oeste; mientras que el Cerro de los Siete Colores -producto de la conjunción de sedi¬mentos y capas de distintas eras- revela su esplendor de mañana, con el sol iluminando desde el lado este. Desde Purmamarca, el circuito de la quebrada continúa hasta Humahuaca, la joya que proyectó a Jujuy a la élite del turismo mundial. Pero antes aparece Tilcara, que invita a la aventura (desde allí parten excursiones a la llamada Garganta del Diablo, una zanja y cascada de 14 metros, a 8 kilómetros del pueblo, formada en la unión de dos ríos) y a la exploración arqueológica: se impone visitar la for¬taleza aborigen de Pucará. El pueblo, a 90 kilómetros de San Salvador, se destaca por su infraestructura hotelera y de servicios.
En Humahuaca, pese a que el aluvión de turistas alteró el ritmo pueblerino, las costumbres siguen intactas. Las callejuelas empedradas, las viviendas de adobe y los fa¬roles de hierro forjado constituyen los rasgos distintivos de esta localidad que cobija el Monumento a los Héroes de la Independencia y la Iglesia de la Candelaria, levan¬tada en 1641. Frente a ella, cada mediodía una figura a escala real de San Francisco Solano asoma del reloj-torre del Cabildo.

Pueblos e historia
Camino a la puna, en tanto, el paisaje brinda un es¬pectáculo opuesto pero igual de impactante: las Salinas Grandes, un desierto blanco del tamaño de la ciudad de Buenos Aires, donde además de contemplar este fenó¬meno es posible aprender cómo se extrae y procesa la sal, y llevarse a casa una artesanía hecha de este elemento. Y allí no se agotan las propuestas: el bucólico caserío de Casabindo (refugio de tranquilidad absoluta, con apenas 300 habitantes y una imponente iglesia del siglo XVIII que luce desmesurada entre tanta austeri¬dad), los diques Los Alisos, Las Maderas y La Ciénaga, el Parque Nacional Calilegua y el histórico pueblo de Yavi son otros rincones que invitan a extender la estadía. Por estos días, el 23 de agosto, se cumplen 201 años del Éxodo Jujeño, cuando los pobladores debieron abando¬nar la zona para seguir al ejército del general Belgrano en su retirada a la vecina provincia de Tucumán, fren¬te al avance de las tropas leales a la Corona española. Aquel episodio es considerado uno de los más trágicos de la historia argentina. Como una paradoja del destino en los últimos años se bien dando, de la mano del boom turístico, un fenómeno inverso: no sólo los lugareños ya que no se van, sino que miles de viajeros de todo el mundo arriban a cada año a Jujuy. Protagonizan un pagano peregrinaje, atraídos por eso que en las grandes urbes escasea: hospitalidad, silencio, el culto ancestral a la Pachamama (Madre Tierra) y una simbiosis armónica entre el hombre, su entorno y la biodiversidad que lo rodea.
CIELOS ARGENTINOS