Yo tengo un sueño

Yo tengo un sueño

Por Ezequiel Fernández Moores
“Yo tengo un sueño que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”, decía Martin Luther King (MLK) en su célebre discurso del 28 de agosto de 1963, hace hoy cincuenta años. A metros de él, cerca de Josephine Baker, Paul Newman, Bob Dylan y Joan Baez, entre otros, estaba Jackie Robinson. MLK admiró siempre a Robinson, el primer jugador que en 1947 rompió barreras raciales en el béisbol en medio de insultos, odio, amenazas de muerte, rivales que apuntaban la bola a su cabeza y le escupían los zapatos, partidos y giras cancelados y habitaciones de hotel separadas. “Fue un jinete de la libertad antes de que la libertad cabalgara”, lo definió MLK. Casi cinco años después del famoso discurso de 1963 (La Marcha sobre Washington), MLK y Robinson se unieron a los atletas negros que planeaban boicotear los Juegos Olímpicos de México ?68. Tommie Smith y John Carlos quedaron impresionados con el apoyo de MLK. Lo recordaron el 16 de octubre de 1968, cuando levantaron sus puños enguantados con el símbolo del Black Power en el podio de los 200 metros, la imagen acaso más poderosa de rebeldía en la historia del deporte. MLK no pudo aplaudirlos. Había sido asesinado el 4 de abril de 1968 en Memphis.
Dos meses antes de morir, MLK había ido en persona al Hotel Americano, a metros del Madison Square Garden de Nueva York, a comunicarles a los atletas negros que apoyaba su decisión de no ir a los Juegos de México. La represión era cada vez mayor “y la lucha por la libertad -dijo MLK a la prensa- impone algunos sacrificios”. A los atletas les dijo que “los Juegos son una plataforma global y podemos shockear al mundo con nuestros principios de la no violencia”. “¿Por qué sigue yendo a Memphis cuando allí está amenazado de muerte?”, preguntó en un momento Carlos. Y MLK, que viajaba a Memphis para apoyar una huelga de basureros negros, le respondió: “Voy por los que no van a levantar su voz y por los que no pueden levantar su voz”. En su libro autobiográfico ( The John Carlos Story , 2011), el atleta recuerda que MLK “fue muy preciso en marcar la diferencia. «No van y no pueden.» En el corazón del Dr. King había lugar para los dos”. Carlos cuenta que recordó como nunca esas palabras cuando protagonizó con Smith el Black Power de México ?68. El podio rebelde impactó a Lee Evans, campeón en los 400 metros. “Habíamos quedado en que llevaríamos guantes negros y que, si ganábamos, nos los pondríamos para ver si le provocábamos un infarto a Avery Brundage y así nos salvábamos de estrechar su mano.” Brundage era el presidente estadounidense del Comité Olímpico Internacional (COI). Fue el hombre que apoyó los Juegos y saludos nazis en los podios de Berlín ?36. Y que para México ?68 había decidido reingresar en la Sudáfrica del apartheid . El hombre que, después del gesto del Black Power, expulsó de por vida a Smith y a Carlos del movimiento olímpico.
El asesinato de MLK, confiesa Carlos en su libro, dejó a los atletas negros sin uno de sus principales apoyos y el boicot perdió fuerza. Carlos volvió a reunirse con MLK en Augusta, once días antes del asesinato. “No podemos luchar contra la pobreza mientras muchos de nuestros jóvenes mueren en una guerra inmoral en Vietnam”, dijo allí MLK, ante 600 personas que colmaron la iglesia bautista de Beulah Grove, el único lugar que aceptó recibirlo. MLK se había pronunciado por primera vez en contra de la Guerra de Vietnam el 4 de abril de 1967 en Nueva York. Calificó a Estados Unidos como “el más grande proveedor de violencia en el mundo de hoy”. “Como dice Muhammad Ali -dijo MLK luego en la conferencia de prensa-, todos, negros, morenos y pobres, somos víctimas del mismo sistema de opresión.” La mención de Ali sorprendió a muchos. El más grande boxeador de todos los tiempos, que en esos días desafiaba con su negativa a combatir en Vietnam, también reclamaba por los derechos de los negros, pero desde una vereda diferente de la de MLK. Primero lo hizo con Malcolm X y luego con la nación del islam y su discurso más radical, de un Estados Unidos sólo para negros. La desclasificación posterior de pinchaduras que el FBI hacía al teléfono de MLK permitió descubrir que ambos, en realidad, se tenían mucho respeto. “Cambian saludos -escribió el FBI en sus archivos-. C (por Ali) invita a MLK a su próxima pelea. MLK dice que le gustaría ir. C le dice que sigue sus pasos, que es su hermano y que está con él al ciento por ciento, pero que no puede correr riesgos y que MLK tiene que cuidarse y estar atento a los «blancuchos»”.
“Nunca estaremos satisfechos en tanto que el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial”, dijo MLK en su discurso de 1963, el año del nacimiento de Michael Jordan, ícono deportivo de millones, pero que, según escribió William Rhoden, “abdicó su responsabilidad sobre la comunidad afroamericana con algo que está cerca de la traición”. Desde el simple dato de Barack Obama presidente, los derechos de los negros, coinciden los análisis de prensa, han logrado avances notables en el último medio siglo. Pero muchos indicadores económicos, advierten los analistas, siguen hoy exactamente igual. También la brutalidad policial. Y su impunidad. Trayvon Martin, de 17 años, fue asesinado el 26 de febrero de 2012. Al vigilante civil de Sanford, Florida, George Zimmerman no le gustó su aspecto -Martin volvía a su casa con la capucha puesta tras comprar caramelos y una bebida- y lo mató de un balazo en el pecho. Cada 28 horas un negro muere en Estados Unidos por balas de policías o vigilantes. Michael Jordan, habitual en él, se mantuvo en silencio. No así LeBron James, rey actual de la NBA, que pintó sus zapatillas con la leyenda “Trayvon RIP” y se fotografió con sus compañeros de Miami Heat todos con la capucha puesta, bajo el lema “Somos Trayvon Martin”. Un jurado absolvió este año a Zimmerman afirmando que actuó “en legítima defensa”. “¿Cómo les explico esto a mis hijos?”, tuiteó al día siguiente Dwyane Wade, compañero de LeBron en los Heat. Su hijo mayor, contó Wade, le había pedido una capucha en la última Navidad.
“No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que el negro tenga garantizados sus derechos de ciudadano”, fue otra de las frases pronunciadas por MLK en su discurso de 1963. MLK, que apenas jugaba billar, comprendió siempre “el poder simbólico del deporte”. Lo advirtió de niño con Jesse Owens, el “atleta negro héroe” porque ganó ante los ojos de Hitler en Berlín ?36 y a quien Brundage utilizó en 1968 para frenar el boicot a los Juegos de México. “Pobre, vio que una de las formas de nuestra protesta era correr con medias negras y entonces nos decía que las medias negras cortaban la circulación”, contó Lee Evans. Pero el gran deportista símbolo que vio MLK de niño fue Joe Louis, el formidable primer campeón negro de los pesados desde los tiempos de Jack Johnson, ídolo de millones cuando venció a Max Schmelling, el boxeador de Hitler. Louis, a quien sus patrones le enseñaron que no sonriera después de ganarle a un blanco, fue recordado por MLK en el libro Por qué no podemos esperar . Una vez, escribió MLK, un joven negro sirvió a un estado sureño para inaugurar un nuevo método de aplicación de la pena de muerte. Gas venenoso en lugar de la horca. Se colocó además un micrófono “para que los observadores científicos pudieran oír las palabras del reo agonizante y valorar la reacción de la víctima ante la novedad”. Las palabras que pronunció el joven negro apenas empezó a salir gas fueron: “Joe Louis, sálvame; Joe Louis, sálvame; Joe Louis, sálvame”.
LA NACION