13 Sep Nuestra Legión Extranjera
Por Daniel Balmaceda
Luego de un par de intentos sin mucho éxito, en 1883 se acordó organizar en el Ejército Argentino un Batallón de Ingenieros. La idea original era que estuviera conformado por cuatro compañías: Zapadores, Mineros, Pontoneros y Ferrocarrileros-Telegrafistas. También se estableció que sería comandado por dos jefes más 20 oficiales y una tropa de 210 hombres, que se duplicaría en tiempos de guerra. Las expectativas eran grandes, pero hacían falta ingenieros militares. El coronel Juan Czetz creó la Escuela de Oficiales de Ingenieros. Pronto se topó con un problema: muchos de los que se recibían pedían la baja y se iban a trabajar en la ingeniería civil.
El proyecto del Batallón de Ingenieros había quedado a la deriva hasta que resurgió en abril de 1888, en los cuarteles de Retiro. Se puso al frente al ingeniero Orfilio Casariego, con rango de mayor, secundado por el capitán Gardo y cuatro sargentos. Y no mucho más: la sobreabundancia de caciques contrastaba con la falta de indiada. Esa situación se puso de manifiesto en marzo de 1889, cuando se organizaba el desfile del 25 de Mayo. El ministro de Guerra ordenó que el Batallón de Ingenieros tenía que desfilar. Gardo convocó a los cuatro sargentos, les dio 100 pesos a cada uno, con instrucciones de usarlos para reclutar hombres.
Ramón Tristany, uno de los sargentos, estaba preocupado. No se le ocurría adónde ir en busca de gente joven con ganas de ser soldados al menos por unos meses. Alguien le aconsejó que se dirigiera a los bares del Bajo (en la zona de la actual avenida Alem), donde se concentraba buena parte de la población ociosa -y viciosa- de Buenos Aires. Hacia allí partió una noche. La algarabía, sazonada con alta graduación alcohólica de dudosa calidad, permitió que Tristany encontrara muchos voluntarios. Pero había un problema: eran todos marinos de otras nacionalidades. El sargento prefirió consultarlo con sus superiores y dejó todo en veremos.
Al día siguiente recibió una respuesta tajante: importaba más el número que la nacionalidad. Por lo tanto, esa noche regresó al bar con el fin de reclutar a los borrachines. Pero el entusiasmo inicial se había evaporado y apenas unos tres o cuatro seguían interesados. Tristany se imaginaba desfilando delante del presidente Miguel Juárez Celman y el ministro de Guerra Nicolás Levalle, con su tropa de cuatro parroquianos. Era un papelón. Pero de repente llegó la solución.
Uno de los que estaba en el bar se acercó y le dijo que si no importaba la nacionalidad, él podía conseguirle decenas en media hora. Eso sí: con la condición de que le diera 2 pesos por enganchado. Tristany aceptó y el hombre lo llevó al paraíso de los reclutadores: el Hotel de Inmigrantes.
Había arribado un barco con franceses y belgas. Cuando el sargento comunicó en su pasable francés lo que buscaba, una marea de jóvenes se arremolinó en torno de la mesita. Al día siguiente, Tristany apareció en el cuartel con 150 hombres. Que desfilaron el 25 de Mayo de 1889. Y cuando rompieron filas se fueron contentos al cuartel… ¡cantando La Marsellesa!
LA NACION
Ilustración: Diego Parés