14 Sep Luis Buñuel, un auténtico transgresor en el cine
Por Gustavo J. Castagna
La historia empezó mucho antes del corte de ojo en primer plano de Un perro andaluz (1927). Aún faltaba bastante para el viaje a París junto a Dalí y a otros futuros artistas plásticos y literarios de la Residencia de Estudiantes de Madrid, que a los pocos meses de llegar a la ciudad deseada, en las cómodas instalaciones del Café Cyrano, establecerían una insospechada amistad con André Breton, padre y voz principal de la vanguardia surrealista.
La historia había empezado cuando el pequeño Luis, nacido con el siglo XX en Calanda, Teruel, escucha los sonidos que provienen de los tambores en actitud festiva del arcaico pueblo. Seguiría con sus estudios en colegios de jesuitas, su pasión por el boxeo con la ayuda de un puching-ball y algunas lecturas desordenadas que les serían útiles para las conversaciones y charlas por venir.
La historia culminaría el 29 de julio de 1983 cuando el viejo Buñuel muere en París –hoy hace ya 30 años– ya canonizado por la historia del cine y la crítica. La fecha onomástica transmite tristeza, pero don Luis hubiera sonrojado frente al instante lacrimógeno. Al fin y al cabo, el director español que filmó muy poco en su país, ya integraba el panteón de cineastas intocables, pero también molestos y transgresores, a través de medio siglo de hacer películas.
Transgresión: una palabra que convoca a la provocación y al mismo tiempo a la censura y la prohibición. Pero el joven Buñuel, al momento de hacer Un perro andaluz junto a su amigo Dalí, sabía que el corte de ojo era un instante incómodo y sólo eso. Era consciente de que a la vanguardia surrealista, ya instalada por la élite parisina (Breton, Paul Élouard, Tristan Tzara) a través de manifiestos, obras pictóricas y poemas, le faltaba fusionarla con el esperpento español, la sangre en las venas, salir del café Cyrano para expandirse en cineclubes de la alta cultura francesa. Por eso, el antidogmático Breton bendice Un perro andaluz y La edad de oro (1930), concebidas a través de sueños donde el automatismo psíquico instalado por Freud se convierte en escritura automática. Nada de racionalizar ni plantear el porqué de cada sueño, a escribir una vez que se despierta.
Pero Buñuel era español y defendía al gobierno de la República de su país. También presentía el avance de la Falange y del catolicismo más conservador y reaccionario. Por ese motivo retorna a España donde filma Las Hurdes (Tierra sin pan) (1933), un documental que registra la supervivencia de un pueblo perdido en el mapa. La Guerra Civil estalla y Buñuel colabora como corresponsal de guerra con cámara en la mano, y seguramente, con una pistola escondida en el bolsillo. El fusilamiento de su amigo García Lorca apura el exilio antes de la derrota, convirtiendo al cineasta en un paria, un sujeto que busca un lugar en el mundo. Tiene la posibilidad de trabajar en Estados Unidos pero Hollywood, obviamente, no acepta a alguien que cortó el ojo de una vaca muerta en plano detalle cuando sólo tenía 27 años.
México lo recibe con los brazos abiertos, estableciendo una particular relación con una cinematografía conservadora, constituida por mariachis, alazanes y chinas que sudaban de amor por los machotes. Quedan atrás trece años sin dirigir, más allá de alguna asistencia, que comienzan con Gran Casino (1947) y Libertad Lamarque y Jorge Negrete en los protagónicos, para culminar con El ángel exterminador (1962), una de sus obras maestras en el país del tequila, aunque él siempre prefería el dry-martini. Dieciocho títulos en México, películas desafiantes para un sistema de estudios, donde Buñuel inserta con humor y fina ironía algunos códigos paridos en su período surrealista. Es una gran etapa de su cine, bastante olvidada, aun a través de algunas películas menores. Los olvidados (1950) y el impensado reconocimiento de la OCIC (Oficina Católica de Cine); el aspecto paranoico y esquizofrénico de Don Francisco en Él (1952); la anárquica adaptación de Cumbres borrascosas en Abismos de pasión; el erotismo de Susana (1953); el cura Nazareno adorado por prostitutas y ladrones en Nazarín (1959); las ansias por asesinar y no poder hacerlo de Archibaldo en Ensayo de un crimen (1954); el martirio de un grupo de burgueses que debe sobrevivir en el salón de una mansión, como se muestra en El ángel exterminador, son algunos de sus puntos muy altos en el exilio mexicano. Un poco antes, en coproducción con España, Buñuel había resucitado para el gran reconocimiento con Viridiana (1960), feroz crítica a las almas caritativas. En efecto, el cineasta construye un clásico mordaz, una película polémica, una vital transgresión concebida por un tipo de sesenta años. ¿O acaso otro director se hubiera animado a recrear La Última Cena convertida en un banquete de pordioseros donde Cristo es encarnado por un ciego?
El gran director español, por qué no también mexicano, retorna a Francia para diseccionar a aquella burguesía por medio de símbolos y alegorías. Son siete películas que muestran a un Buñuel ya reconocido en festivales y consagrado por un gran público. El mundo no era el mismo luego de la Segunda Guerra Mundial y aquellas transgresiones de los años ’20 se habían convertido en simpáticas ironías frente a las fotografías e imágenes provenientes de los campos de concentración. Buñuel sigue siendo el mismo, pero ahora apuntando a la élite francesa que le tenía tanta admiración. Diario de una camarera (1964); Belle de jour (1967); La vía láctea (1968) y Tristana (1970) reformulan algunos de sus temas anteriores, siempre dirigidos a fusionar el sexo con la religión, observando a los individuos con su mirada de entomólogo, aspecto que aclara definitivamente su curiosidad por los insectos. Buñuel no modifica su visión del mundo, y sus personajes correctos y formales reaparecen en estas coproducciones con Francia: sujetos aceptados por la sociedad (en general, interpretados por Fernando Rey) que disimulan –hasta donde pueden– su lado oscuro, sus inestabilidades emocionales y sexuales. Llegaría el Oscar por El discreto encanto de la burguesía (1972), donde a sus obsesiones temáticas, teñidas de sutil humor negro, se suma la incomprensión de un mundo violento, procedente del terrorismo de cualquier ideología. El mundo ya dejó de ser un lugar tranquilo parece decir Buñuel en la última etapa de su cine y nada mejor que mostrarlo a través de los miedos y temores de la burguesía.
Ya tenía dificultades para oír, aunque seguía reuniéndose con amigos para comer paella y tomar dry-martini. Un encuentro célebre se produce a comienzos de los ’70, en la casa del director George Cukor, adonde concurren otros cineastas, Alfred Hitchcock entre ellos. La fotografía de la celebración deja ver a Buñuel y su cuerpo enjuto al lado de un sonriente Hitchcock con su prominente papada. Luego Buñuel contaría de la obsesión del director de Psicosis por la pierna de madera de Catherine Deneuve en Tristana. En esa misma reunión nace el proyecto de Mi último suspiro, junto al guionista Jean-Claude Carrière, las memorias de Buñuel que se publicarían en 1982.
Pero el testamento cinematográfico será Ese oscuro objeto de deseo (1977), otra sarcástica mirada sobre la sexualidad como fetichismo religioso, donde el personaje femenino (Conchita) es interpretado por dos actrices (Ángela Molina, Carole Bouquet). El final, las últimas imágenes de una obra que recorrió medio siglo, corroboran la despedida. Por los altavoces de una galería se informa de atentados y muertes, gente en estado comatoso, denuncias y condenas políticas. Mientras Fernando Rey pasea y discute con su novia, y en tanto observan un lienzo blanco cubierto de sangre, el horror del mundo dice presente a través de los comunicados. Hasta que se anuncia la próxima acción del grupo terrorista Los Niños de Jesús y una bomba estalla y vuela todo en pedazos. Medio siglo atrás había sido el famoso corte de un ojo, y como epitafio, el viejo Luis decide quemar su último fotograma. Es que Buñuel siguió siendo único en su especie, anárquico, inconformista, un verdadero transgresor cuando el término tenía un significado creíble. «
TIEMPO ARGENTINO