Hollywood las prefiere latinas

Hollywood las prefiere latinas

Por Natalia Trzenko
Una de las tantas reglas no escritas de Hollywood, una de las tantas constantes por las que se rige la meca del cine y la TV industrial, dice que cada tres o cuatro años se debe descubrir a algún artista latino para transformarlo en la presencia más caliente que alguna vez haya pisado estos lares.
No importa que la persona en cuestión sea más norteamericana que Mickey Mouse; mientras tenga un apellido hispano y algo de color en la piel, la regla se cumple.
Aunque esto fue así desde que Hollywood es Hollywood -con Carmen Miranda como caso testigo-, en los últimos veinte años el cine y la televisión se dedicaron con más esmero aún a decorar sus películas y series con exóticos intérpretes como Antonio Banderas y Salma Hayek, descubrieron que una chica del Bronx de familia portorriqueña como Jennifer Lopez podía ser una estrella y cayeron rendidos a los pies -y las caderas- de Ricky Martin y Shakira.
Cada vez que un latino logra escalar a la cima del mundo del espectáculo se escriben largos artículos que buscan analizar el fenómeno.
En el más reciente, publicado por The Wall Street Journal, se explica tanto interés con una cifra reveladora: el 15 por ciento de los estadounidenses mayores de doce años son latinos y, en 2012, el 25 por ciento de los espectadores de cine también tienen ese origen. Pero entre tanto cálculo monetario, tanta especulación financiera con algún dejo de xenofobia, hay cosas que ni los más avezados ejecutivos pueden prever. Una de ellas es que su capricho latino más reciente, una colombiana de Barranquilla, se transformara en la actriz mejor paga de la TV gracias a su papel en Modern Family , la comedia más premiada. Y no sólo eso: a los 41 años, Sofía Vergara es mucho más que la bomba sexy que Hollywood creyó comprar. La actriz que aparece en publicidades de jabón en polvo, maquillaje, gaseosas y hasta tiene su propia línea de ropa económica, que le aporta ganancias multimillonarias, es una gran comediante, productora de la serie Mujeres asesinas (adaptación del unitario de Pol-ka que estrenará la ABC en marzo) y una brillante mujer de negocios que no tiene ningún reparo en usar sus curvas como mejor le convenga.
“Siempre utilicé mi cuerpo para mi beneficio, por supuesto. Nunca fui tímida al respecto ni pedí perdón a nadie por lucir como luzco. Me encanta mi aspecto y si necesitan una actriz para hacer un papel de mujer sexy está bien, no tengo nada que probar. Me gustaría hacer algo más dramático, interpretar a un paciente terminal, a una prostituta demente o algo así, pero soy feliz haciendo de mujer sexy porque soy lo que soy y lo aprovecho”, dice Vergara a un grupo de periodistas de todo el mundo, y su declaración despierta tantas risas como gestos de admiración. Y es así porque su inglés farrogoso se parece mucho al de Gloria, su personaje en la serie que acaba de arrancar nueva temporada en Fox (los miércoles, a las 22.30) y porque cuando alguien es capaz de reírse de los estereotipos y ponerlos a jugar a su favor no queda otra cosa que el aplauso. Especialmente si la jugada resulta en una carrera exitosa como la que tiene hoy Vergara.
Es que además del éxito de público y crítica que consiguió con el programa, las nominaciones a los Emmy y las tapas de revistas, en cine sus proyectos son cada vez más interesantes. Este año integró el elenco de la segunda entrega de Machete, de Robert Rodriguez, compartió escenas con Sharon Stone, Woody Allen y John Turturro en Fading Gigolo y está filmando Chef , con Robert Downey Jr. y la dirección de Jon Favreau.
Tan linda e imponente es Vergara, tan honesta para hablar de las razones de su suceso, que algún periodista se atreve a preguntarle, como si fuera lo más natural del mundo, cómo es posible que una mujer tan bella sea también graciosa y encima sea la que más dinero gana en el competitivo mundo de la TV norteamericana. Y Sofía, acostumbrada a contestar prejuicios con una sonrisa y un revoleo de ojos, responde más resignada que condescendiente. “La verdad es que no pienso si soy linda o no cuando estoy en cámara. No me molesta aparecer fea o sonar ridícula, que es lo que suele pasar. Y cuando me preguntan qué se siente ser la mujer que más gana en la TV siempre digo lo mismo: «Es fantástico, no sé si es verdad, pero es fantástico». Mirá, hay gente que piensa que todo esto me llegó de la noche a la mañana, pero no fue así. Hace 22 años que trabajo y por supuesto que Modern Family me abrió el mercado norteamericano, pero si las cosas funcionaron tan bien fue porque yo estaba lista para aprovechar esa apertura. Siempre planeé tener un negocio que no dependiera sólo de mi apariencia porque, honestamente, no pensé que luciría así después de los cuarenta”, dice Vergara, señala su figura y suelta una carcajada. Se ríe un poco de sí misma y bastante más de las expectativas de quienes la imaginan algo tonta y despistada, tal vez porque, a pesar de que hace años que vive en los Estados Unidos, su inglés no mejoró. Para la exasperación de Manolo, su hijo veinteañero. “En un principio traté de deshacerme de mi acento. Me preguntaba por qué Salma Hayek o Penélope Cruz no lo habían hecho. Contraté un entrenador y no hacía más que practicar, pero me iba horrible en todas las audiciones a las que me presentaba porque estaba tan concentrada en cómo colocar la lengua que me olvidaba de actuar. Así que en un momento me cansé. Me dije: «Voy a ser yo y si les gusto bien y si no, también». Y les gusté”, dice con tono satisfecho. Claro que antes de que pensemos que para triunfar como latina en Hollywood alcanza con ser una misma -si es que esa persona se parece a Sofía Vergara, claro-, la actriz aclara que no todo es tan natural en ella. “Lo único que modifiqué para que me dieran más papeles fue mi color de pelo. Porque yo soy rubia y me di cuenta de que para interpretar a la mujer latina que imaginan acá tenía que ser morocha. Así que ahora sólo hago de latina. Es todo lo que puedo hacer”, termina Vergara y vuelve a reírse a carcajadas en la cara de una industria cargada de estereotipos y prejuicios, a la que conquistó tanto con sus curvas como con su cerebro.
LA NACION