19 Sep El ser humano frente al diferente
Por Mercedes Méndez
Es una de las historias más tristes que ha contado la literatura, el teatro y el cine. Lo peor de todo es que es real: entre 1862 y 1890 vivió en Inglaterra una persona con malformaciones en todo su cuerpo, producto de una misteriosa enfermedad. Su estado le generaba tumores que le crecían en la cabeza, en sus brazos y en el torso y que aparecían bajo la piel y en sus huesos. Ni su familia ni el resto de la sociedad pudo aceptar su condición y, mucho menos, ayudarlo. Entonces, lo condenaron a trabajar en un circo ambulante y le inventaron el nombre de una bestia: el hombre elefante. Así vivió John Merrick, hasta que un médico lo encontró y trató de describir y atender sus dolores. A pesar de las humillaciones y los abusos, esta persona que era tratada como un animal salvaje, tenía un carácter dulce, educado y una inteligencia superior a la media. Su biografía, que ahora vuelve a contarse en el teatro y con las actuaciones de Alejandro Paker, Gustavo Garzón y Raúl Rizzo, es un ejemplo claro para mostrar hasta dónde llega la perversión humana.
“Esto ocurrió 130 años atrás y creo que seguimos igual. Dentro de la medicina, hemos mejorado para el bien con las personas que tienen problemas físicos, pero como sociedad hemos involucionado, en cuanto al respeto de las diferencias físicas. Esta obra no pierde vigencia”, dice Alejandro Paker, quien interpreta al hombre elefante, en una nueva versión teatral que ya se estrenó, bajo la dirección de Daniel Suárez Marzal. En la pieza, Gustavo Garzón es Frederick Treves, el médico que lo ayuda, y Raúl Rizzo, es uno de los tantos que se aprovecha de su condición y lo lleva a un circo.
–¿El trato de la sociedad fue peor que su propia enfermedad?
Alejandro Paker: – Es todo muy terrible. Esta persona está llena de dolores físicos, más allá de lo estético. Y además es maltratado, abusado y se negocia con su imagen, porque es un ser extraño. La obra habla de lo miserables que podemos llegar a ser los seres humanos. Y, sin embargo, él es una persona dulce y bondadosa, para nada contaminada. Pero esa gente que lo margina, lo va incorporando para su propio beneficio. Eso también se pone en tela de juicio. La obra no hace una bajada de línea, sino que abre el debate. Plantea un estado en cuestión de la ética. Se pregunta si quienes lo ayudan a que tenga una vida digna dentro de la sociedad, lo están haciendo, en realidad, para su propio beneficio. Tenemos ejemplos muy cercanos en la realidad. A mí me pareció muy interesante que se haga esta obra. Es impresionante la repercusión que genera en el público. Algunos se ponen de un lado, otros de otro. También me han preguntado si el hombre elefante especula con su discapacidad. Acá mostramos los claroscuros de la víctima, como los tienen todas las personas. Es una cuestión de supervivencia, para poder vivir y sobrevivir en esta jungla. De esta obra, la gente se va con más dudas que respuestas y eso es lo que la hace más interesante.
Raúl Rizzo: – La obra indaga sobre la condición humana, pero en este caso se piensa sobre qué pasa con el diferente, desde todo punto de vista. Y qué genera, qué dispara en la sociedad. En este ser humano hay un artista y todos quieren adueñarse de él como artista, quieren apoderarse de éste fenómeno. Un hombre que estaba abandonado y desprovisto de todo y que es rescatado. Este es un aspecto de la obra muy fuerte y muy interesante, donde aparecen distintos sectores que se apropian de él, como el científico, el religioso, la nobleza inglesa. Hasta un empleado del hospital que se vuelve loco por mirarlo. El médico es el gran rescatador pero hay un interés personal muy fuerte. Este ser humano, por su sensibilidad, dispara muchas cosas.
Gustavo Garzón: – Mi médico tiene su parte oscura también. En esta versión, también termina perjudicando al muchacho. Intenta ayudarlo pero no lo consigue. Lo saca de ese mundo de maltrato, pero termina en otro, en el que se muere finalmente.
–¿Nunca hay una bajada de línea?
AP: –No es una obra con una ideología concreta, lo cual la hace más interesante. Le da libertad al espectador, la que no ha tenido ninguno de los personajes en esta historia. Porque cada uno responde a los parámetros en los que cree. Para algunos es la medicina, para otros la iglesia, para otros la vida miserable de trabajar en una feria. Cuando el hombre elefante va entrando en las reglas de la sociedad, él mismo se da cuenta que se está deformando más por dentro que por fuera. Empieza a ser cruel y piadoso. Siempre se pone en tela de juicio cómo somos como seres humanos. La perversión del ser humano puede llegar a los niveles más tremendos. Uno no puede entender que una persona pueda abusar de un discapacitado, físico o mental.
–¿Cómo se construye teatralmente este personaje con tantas deformaciones?
AP: –Optamos por no usar ningún artilugio artificial. Se hace todo desde un trabajo corporal, sólo opté por pelarme y sacarme las cejas, para generar una imagen enrarecida. Además, bajé nueve kilos. ¡Sólo como lechuga! Me pareció muy interesante sobre todo para que se vea más el trabajo físico. Así es más fácil trabajar la contorsión física. Yo lo probé cuando hice el musical Cabaret, que bajé 15 kilos. Me asesoré con un nutricionista para no debilitarme. Soy tan loco que busqué información para saber qué comió Christian Bale para hacer El Maquinista.
RR: –Alejandro está haciendo un trabajo impecable. Además, la obra tiene mucha música y eso potencia lo que sucede. En mi caso, yo hago tres personajes. Me divierte mucho ese desafío. Para mí, el actor es un ser que juega. Lo lúdico está presente siempre. Por algo en las clases de teatro hay que lograr que el alumno recupere ese niño, que los pibes puedan entrar en esa dinámica de “dale que sos tal cosa…” Creo que ahí está la clave del teatro.
GG:– Entiendo ese concepto, pero yo la obra la abordo desde otro lugar, la abordo desde el texto, que a mi entender, es la parte más en seria de la profesión. Pero para poder jugar con el texto, hay que tener primero un conocimiento profundo del cuerpo del actor y, de ahí, poder jugar. Yo no utilizo mucho la palabra juego. A lo sumo, el teatro es un juego muy serio, un juego reglado. No es un algo libre, tiene una base. Pero hay que tener ganas de jugar para dedicarse a ser actor, que es algo muy estúpido. Tenés que no tener ganas de trabajar y sí mucha energía para apostar a la sensibilidad. Es mucho más juguetón que ir a trabajar a un banco, que todos los días es lo mismo. Acá, nunca sabés si te va a ir bien o mal. Si la gente te va a venir a ver. Hay imponderables que te mantienen vivo. No nos adormecemos en el trabajo. Para mí esa es la parte más interesante: cómo hacer todos los días algo diferente.
Después de la entrevista, los actores tienen apenas tiempo para apoyar sus abrigos en una butaca y comienzan a ajustar sobre el escenario luces, sonido y tiempos de actuación. Gustavo Garzón hace un pedido explícito: “necesito que me bajen las luces porque no veo a la gente, no veo nada. Y yo para actuar, necesito mirar”. «
Lo que se sabe sobre el caso real
John Merrick sufría una afección llamada neurofibromatosis, de la cual no se sabía nada en su tiempo. Esta enfermedad se presenta en una de cada 3000 personas, pero su grado de gravedad varía. Existen muy pocos casos registrados en que la desfiguración alcanzase las dimensiones que tuvo Merrick.
El hombre elefante murió a los 27 años. Lo encontró su médico, acostado en la cama del hospital. La hipótesis de su muerte es que Merrick decidió dormir como lo hacían el resto de las personas: totalmente acostado, algo que no podía hacer porque su cabeza era tan pesada que, al apoyarla, se ahogaba a él mismo.
En sus memorias, el médico del hombre elefante escribió cuando murió su paciente: “Su torturado viaje llegó al final. Durante todo el camino, él había llevado sobre sus espaldas una carga demasiado cruel para poder soportarla. Había sido arrojado al abismo de la desesperación. Habían hecho de él un espectáculo para todos los hombres en las implacables calles de la Feria de las Vanidades. Fue maltratado y ultrajado. Llegó a la salida de su prisión y se resbaló con la carga de los demás hombres. Desde allí, ya no volvió más.”
Tras su muerte, se llevó a cabo una autopsia. Su esqueleto se encuentra en la Facultad de Medicina del Hospital de Londres. Michael Jackson hizo una visita privada a este hospital, porque estaba obsesionado con la historia de este hombre. Cuando pudo ver los huesos, realizó una oferta de medio millón de dólares para comprarlos. La institución no accedió a la oferta, ya que los huesos se utilizan como investigación científica.
TIEMPO ARGENTINO