El rock del padre César

El rock del padre César

Por Belauza
Lleva zapatillas All Star, sotana y campera de cuero. “De toda la vida”, dice de su calzado el padre César, más conocido como “el cura rockero” y quien grabó un tema especial para quien considera una padre, el Papa Francisco. Este agosto, además, sacó un álbum nuevo para Sony Music, nada menos.

–¿Cuándo entró al seminario?
–Ahora cumplo 20 años de cura. El seminario son ocho años, y entré a los veintidós. Tenía unos 16, estudiaba piano y tenía mi banda, un dúo que se llamaba Jericó. De pibe era muy callejero, de Flores y Floresta. En una época levanté juego clandestino y también vendí alguna cosita que venía sin estampilla de afuera, con lo que más o menos iba tirando. Mi idea era vivir de la música, tocando. Nunca imaginé mi vida en una oficina, metido dentro de un lugar. Hasta que un día tocamos en San Ramón Nonato y ahí me encuentro con unos curas que eran los vicarios generales, los que estaban con Bergoglio acá (Joaquín Sucunza y Eduardo García) y con un montón de pibes que laburaban para Añatuya, en Santiago del Estero. Me di cuenta de que yo hablaba mucho y hacía poco. Me junté con ellos y lo que era trascendente mío empezaba a tomar forma más humana. Al poquito tiempo decidí que me faltaba tocar lo trascendente, lo sagrado, desde otro lado.
–No quería estar en la oficina, dijo. Los sacerdotes no tienen horario, y tampoco espacio físico preciso; acaso haya encontrado un espacio de libertad.
–Del celibato, defiendo la libertad que me da para moverme. Tengo todos los horarios para lo que aparece en la vida. Acá a las 12 de la noche te aparece un enfermo, un muerto, una grabación o un show. ¡A las 12, a las 3 de la tarde y a las 9 de la mañana! Lo digo en lo personal, no lo extiendo. Ahora, con la grabación del disco, tengo una flexibilidad horaria donde no rindo cuenta a nadie más que a mí mismo de lo que estoy haciendo. Y eso también está bueno. Es lo que decía Jesús: el hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza, como diciendo: estoy en la vida.
–Y habla con gente de cualquier ralea, como diría Serrat.
–Charlás con un chiquito de seis años hasta con una persona que cumplió cien. Si lo sabés capitalizar, si aprendés de todo eso, tenés una escuela de la vida muy linda. Porque cada historia es única, con su pasión, pasado, presente y futuro. Todo esto te nutre muchísimo. Una de las cosas que agradezco de haber optado por el sacerdocio, y que lo digo en Jesús, en quien creo tanto, es que me permite y me ha permitido llenar mi vida de mucha información, y muy rica porque es de los seres humanos. Y sobre todo esto: no juzgar a ninguno, y acompañar la vida de todos.
–Lo van a buscar para que los escuche, no para que los juzgue.
–Siempre le pido a Dios no abusar de ese poder que te da la gente, para no manipular la vida de nadie. Para no decirle a nadie lo que tiene que hacer; poner el oído, por ahí una palabra, pero quien tome la decisión sea el otro, no uno. Creo que cada vez necesitamos menos papitos que nos digan para dónde ir, y más gente que nos ayude a abrir las puertas de la vida de cada uno, para seguir atravesando esos lugares que permiten crecer, ser cada vez más uno mismo, y no la copia de los demás. Eso me deja el rock. Siempre tuvo identidad. No era lo mismo Spinetta que Charly, que Vivencia, que los Dulces 16, Pappo o Manal. Todo eso es rock, pero es distinto. Y nadie hizo con hoja de calcar la de nadie.
–¿Sabe que el hecho de que la Iglesia acuerde con una multinacional hace un poco de ruido?
–El tema es que desde este lugar puedo llegar con un mensaje a un mundo mucho más grande. Tengo 18 discos que hice solo. Vas teniendo un límite. Puedo estar en este lugar sin dejar de ser yo, y hacer lo que realmente me interesa, que es sembrar esa semilla de Jesús en el corazón de las personas. Dios escribe derecho en renglones torcidos.
TIEMPO ARGENTINO