El boom del arte contemporáneo, una burbuja que puede explotar

El boom del arte contemporáneo, una burbuja que puede explotar

Por Ignacio Gutiérrez Zaldívar
El fenómeno de la venta de arte realizado después de 1945 puede explicarse porque es una moda estética en boga, o porque es el único mercado con oferta suficiente de obras, o también porque es el arte que sienten los norteamericanos como propio. Otra posibilidad es que se deba a que el marketing sobre los artistas de esta época es el más efectivo que los demás segmentos del mercado.
Particularmente me inclino a creer que es una locura lo que se está pagando y que en cualquier momento estalla la burbuja.
De hecho, en Artprice, que es la mejor fuente de información de venta en subastas, y que destaca la comercialización de dibujos de este mercado, informan que se vendieron 10.700 dibujos en el último año, cuando hace una década se vendían siete veces menos (1500).
Y además, los precios han subido tanto que en una década el volumen de ventas de dibujos modernos, ha subido 36 veces (3.600%).
Es cierto que ante los millones que se pagan por los óleos, los dibujos son mas accesibles. En China es lo que más se vende, incluso más que los acrílicos y los óleos.
Desde esta columna, siempre hemos sostenido que hay que comprar esculturas, ya que son más baratas en comparación a las pinturas y además se pueden disfrutar no sólo en el interior de nuestras casas y despachos, sino también al aire libre. A esto le agregamos el placer de la tridimensionalidad, que hace que cuando las movemos descubramos siempre sorpresas nuevas. También me gusta disfrutar del tacto, cosa que no ocurre con el dibujo y la pintura.
En esta última década, los valores han subido 915% promedio, en especial lo han hecho las esculturas de los modernos. De hecho, las figuras son Jeff Koons y el japonés Murakami, entre otros. Koons ya es un ícono contemporáneo. Basta con considerar que una foto suya de cuando era niño, con algunas lamparitas, se ha pagado u$s 9,4 millones (este mundo esta loco!!!!!). También en esta última década, el volumen de venta de arte moderno se ha multiplicado por siete y se están comercializando obras por casi u$s 4.000 millones. Eso si, no se aceptan Cedines.
En junio de 2008 escribimos algo similar por lo apocalíptico y desgraciadamente la burbuja estalló tres meses después. Ahora, esperemos que la historia no vuelva a repetirse.
Pero ante este escenario, cabe preguntarse cuál periodo de un artista es el más valioso. Hace años que un economista americano llamado David W. Galenson, lo estudia y polemiza amablemente conmigo, que tomo la posición de abogado del diablo (no voy a santificar a nadie).
Galenson sostiene que hay dos categorías de artistas, los experimentadores que realizan sus mejores obras antes de los 40 años, y los más experimentados o conservadores que lo hacen al final de su carrera. Por ejemplo, las obras más valiosas de Paul Cézanne las realizó cuando tenía 67 años y son 15 veces más valiosas que las que realizó cuando tenía 26 años. Las más valiosas de Pablo Picasso fueron logradas cuando tenía 26 años (1907), época de las ‘Señoritas de Avignon’, y se cotizan cuatro veces más que cuando Pablo pintaba a los 67 años.
Las de Paul Cézanne realizadas en los últimos ocho años de su vida son las más cotizadas. Las mejores de Camille Pisarro son de cuando tenía 40 años, y lo mismo ocurre con Edgar Degas. Las más cotizadas de Kandisky son las de la década del 10, cuando comienza la abastracción (atención que hay rusos que lo hicieron antes que él). Edgar Munch hace su mejor obra a los 30 años; Andre Derain la realizó cuando tenía tan sólo 20 años. Fue su periodo fauvista (1905-06). Giorgio de Chirico las realizó con 23 años. Jackson Pollock, cuando tenía 30 años y sus compañeros del expresionismo abstracto cuando rondaban los 40.
Sin duda, es interesante que un economista prestigioso quiera encontrar una teoría o teorema para justificar los precios. Pero creo que las hipótesis que se están utilizando son un poco ‘flojitas de papeles’. El mercado es dinámico y no puede manejarse con normas rígidas.
EL CRONISTA