09 Sep El Alma Argentina
Por Xavier Prieto
Pasan los años, pasan los jugadores. No pasan los valores, los logros, el ADN. Sin casi todas sus figuras, con rendimientos fallidos, contra un adversario fuerte, contra un público pequeño pero hostil, con peligro de seria frustración, y con algo de fortuna, también; así alcanzó la Argentina basquetbolística un nuevo éxito ayer en Venezuela: clasificarse para el Mundial. Dos días antes, tras el derrumbe frente a la humilde Jamaica y la necesidad de varios resultados ajenos para seguir en pie, era aventurado proyectar una imagen como la que ayer conmovió en el Poliedro de Caracas: el grupo de camiseta azul unido en círculo en el medio de la cancha, saltando y cantando aquello de: “Señores, dejo todo, voy a ver a Argentina, porque los jugadores me van a demostrar que salen a ganar, que quieren salir campeón, que lo llevan adentro como lo llevo yo”.
Y los “jugadores” eran ellos mismos. Los que celebraban. Los que habían confiado en sí mismos en el momento más aciago, incierto. Los que tras aquel cachetazo con rastas y ritmo de reggae, impensable para los tiempos recientes del básquetbol nacional, se habían mantenido unidos y alentándose, cuando en situaciones como ésas suelen surgir reproches y divisiones. Los que, segundos antes del festejo, habían vencido a la dura y versátil Canadá por 73 a 67 y garantizado el acceso a España 2014. Los que habían respondido a las mil presiones, pero sobre todo a ésa muy difícil de sobrellevar de tener que conseguir lo que con los nombres estelares era cosa segura.
Sin embarazosas invitaciones de la FIBA, entonces, la Argentina estará nuevamente en un mundial de básquetbol. Se ganó el derecho por ese grupo que, con el liderazgo de Luis Scola como hilo conductor, interpretó y empezó a acoger el legado de la Generación Dorada. La que durará pocos años más, pero que no quiere dejar huérfana a la camiseta a la que glorificó entre 2002 y este presente esperanzador. Su enseñanza de seriedad, profesionalismo, pasión por la camiseta, espíritu de cuerpo, encontró intérpretes válidos en este Campeonato FIBA Américas que para el seleccionado iba a ser difícil de antemano y está siéndolo, pero que a pesar de los tropezones y los errores -de ninguna otra índole que deportivos, o sea, tolerables- tiene al equipo albiceleste en las semifinales y, por ende, en la cita mundial del año próximo.
Es un logro, sí. Se podrá salir cuarto en el torneo, se podrá ser goleado por los dos adversarios que faltan, pero el acceso a España 2014 fue un mérito, por la calidad de los oponentes, por las bajas previas, por haberse recompuesto, por haber madurado en medio del certamen. Y por, en el momento cúlmine, haber sostenido la calma en un encuentro que empezó torcido, que llegó a estar 41-50 a mediados del tercer cuarto y que se fue perdiendo siempre hasta el cierre de ese período. Se lo revirtió con la inteligencia estratégica que faltó frente a Jamaica, con la actitud voraz general, con la defensa de Juan Gutiérrez en una feroz lucha bajo los tableros, con el oportunismo de Leonardo Mainoldi (un largo doble suyo puso al frente al seleccionado), con los triples de Selem Safar y, sobre todo, con dos colosos, que jugaron los 40 minutos del partido: Luis Scola y Facundo Campazzo.
El capitán pidió siempre la pelota. A veces, demasiado, pero con su iniciativa la Argentina abrió los caminos al gol a los que Canadá había puesto cerrojos. Se fajó con los altos, buscó la definición, acertó más que lo que erró y embocó dagas en el ánimo ajeno.
Y el base, aún errático en los lanzamientos, ofreció la lucidez táctica necesaria y la energía que había que jugar ese partido. Mente fría, corazón hirviente fue el petiso cordobés de 22 años, que asombró y hasta conmovió con esa volcada en velocidad frente al grandote Aaron Doornekamp y sus 2,01 metros. Facu, con su metro setenta y nueve, hundió el balón en el aro. Un irrespetuoso encantador.
Conmovió, también, el sollozo del entrenador Julio Lamas frente a la cámara de televisión, tras “una de las más felices” victorias de su carrera. Sorprendieron y enternecieron el semiabrazo y los dos besos en un hombro que el tucumano Horacio Muratore, el presidente de la FIBA Américas, dio al cronista de LA NACION -al que había visto tres veces en su vida-, desahogando tanto sentimiento contenido en el protocolar sector dirigencial. “Cómo se sufrió, hermano… ¡Y yo no podía decir nada!”, se descargó. Fue recordable presenciar el abrazo Scola-Pepe Sánchez, dos campeones olímpicos, uno de traje (comenta el torneo para la televisión) y otro aún en el conjunto nacional.
Un periodista venezolano, del país al que eliminó el triunfo celeste y blanco, comentó en el sector de prensa: “Todo el mundo tiene un extranjero en su equipo. Ellos, no”. Un motivo más para el orgullo por esto que eligió llamarse “El Alma Argentina”. Y el alma -se sabe- no cambia. A diferencia del cuerpo, el alma nunca muere.
LA NACION