05 Sep Animarse a romper los paradigmas en la organización
Por Alejandro Mascó
Voy a entrar al seminario, anuncié sin anestesia en la habitación que pronto se llenaría de preguntas y cuestionamientos. La mirada de mi interlocutor se había descolocado. Sólo tenía 18 años. Sin embargo, me sentía preparado, listo, fresco para emprender ese nuevo camino en mi vida. Había terminado hacía poco tiempo la secundaria en el Colegio Santa Cruz y siempre había querido dedicarme a la abogacía. Probé ese camino durante un año en la Universidad de Buenos Aires (UBA) pero no funcionó. Quería probar suerte en otra carrera, una definitiva, la del sacerdocio.
Viví un poco más, retrucó el hombre algo entrado en canas que tenía en frente. Sus ojos miraban con intensa resignación. Sin embargo, sabía que, más allá de las recomendaciones de mi padre, no había vuelta atrás.
El silencio se hizo mi mejor amigo durante los dos años de intensas jornadas de rezo, estudio y reflexión. En las frías instalaciones de un seminario en Devoto, le tocaba al amable monseñor mirarme atónitamente. Pero si vos acá nadás como un pez en el agua, describió. Minutos antes, le había informado la decisión de abandonar la Iglesia.
El mundo no era de gran ayuda entonces. Los actos de rebeldía pesaban y nada bueno atraía la idea de nadar contra-corriente. Si en la Argentina de 1987 tener amigos con padres divorciados era estigmatizante, irse de la Iglesia podría haberse definido como sacrilegio. Y, para la sociedad, yo me había divorciado de la Iglesia. Qué lástima, no pudiste, me cruzó una vez alguna señora. Justamente porque pude me di cuenta de que no era lo mío, contesté.
Romper con las pautas y costumbres anteriores, no creer en Dios, tener relaciones sexuales antes del matrimonio, no respetar a sus padres, inconformidad, leí tiempo después en una sencilla publicación. Me sonaba conocido. Era la descripción, siempre general, de la Generación X (1965 o 1967 hasta 1981 o 1982) a la que yo pertenecía.
La sociedad y su particular cultura hablan a través nuestro. Somos, en parte, hijos, también, de la sociedad en la que nacemos.
Es por todo esto que la definición del concepto de generación no puede escapar del plano socio-histórico, de su tiempo particular o espíritu de época: el presente está siempre en tensión y permanente combinación con el pasado, al que arrastra, y el futuro, por el que es tironeado.
Nuestros padres, que nos crían, depósitos de tiempos pasados, que se escurren en nuestro presente e impactan en nuestra vida. Nuestros hijos, lo opuesto, la vanguardia, lo nuevo. Tensiones intergeneracionales, entre generaciones que amenazan o enriquecen la vida y, también, el trabajo en las organizaciones.
Esto hace que defienda la idea de que las generaciones, con sus diversos enfoques prácticos y teóricos, y las interacciones positivas entre ellas, generan riqueza en el mundo de hoy. Valor, que deben tomar las organizaciones para pulir estrategias de negocios y generar espacios de que atiendan a las demandas de nuevos talentos para trabajar.
Estudios globales demuestran que las fuerzas laborales diversas tienen mejor performance y resultados que las integradas por grupos homogéneos. Los grupos de trabajo heterogéneos permiten diversidad de pensamiento, capacidad de discusión y discernimiento, que genera valor para la empresa y enriquece a los integrantes de cada proyecto.
Pero la diversidad tiene un enemigo mortal, el mito. La Generación Y no está comprometida con la organización, los chicos de hoy son irrespetuosos, dicen algunas leyendas que resuenan con carácter de verdad absoluta. El mito no es inocente. A través de su continua recreación o repetición, mantiene un cierto status quo consagrado a través del tiempo. Los mitos forjan cosmovisiones que, después, son muy difíciles de romper.
Por eso, animarnos a plantearnos sobre las diversas generaciones y su interacción en el ámbito de trabajo es abrir un espacio de discusión y conocimiento. ¿El objetivo? Buscar soluciones para situaciones irresueltas con las que empleados y managers conviven a diario, que eran vistas pasivamente, vividas y sufridas pero no interpeladas, desde el área de Capital Humano.
Animarnos a romper los paradigmas, en el ámbito de las organizaciones y, a veces, en lo personal, delinean un estilo, que puede llevar a crear espacios de trabajo vanguardistas, que crearán organizaciones desarrolladoras de negocios, entendiendo la nueva realidad de los consumidores en un mundo globalizado que hiper conecta la diversidad.
EL CRONISTA