27 Sep Ahora, las parejas comparten techo, pero no salidas
Por Ludmila Moscato
Volver viernes y sábados de madrugada, después de haber salido a bares, fiestas y recitales con amigos. Viajar por separado. Ir siempre en soledad a los encuentros sociales mixtos. Incluso salir con un grupo entero de compinches, pero… del sexo opuesto. No dar explicaciones ni exigirlas, en un marco de fidelidad, respetando lo que tiene ganas de hacer cada uno. Así, parece, se rigen las relaciones de pareja de hoy en día, entre muchos de 30 que conviven o incluso están casados.
“Me encanta que mi marido salga con amigos y vuelva muy tarde, porque eso quiere decir que lo pasó muy bien, y si lo pasó muy bien, va a estar bien él y bien conmigo”, confiesa Tali Grinszpun, una consultora psicológica de 36 años, que está casada hace seis. Y agrega: “Cada uno es una persona, con sus propias necesidades. No es un conflicto que uno viaje, que salga hasta tarde viernes y sábados, es parte de la vida. No hay celos y es algo que no necesitamos ni hablar”.
Precisamente, y a diferencia de lo que ocurría en parejas de otras generaciones, los viajes al exterior con amigos también están permitidos. Luciano González Alsina, empleado administrativo de 31 años, de novio hace siete, cuenta: “Yo hago viajes con amigos, cada tres o cuatro meses. Mi novia sabe que lo más importante en mi vida es viajar, y me lo respeta”. Además, cada uno sale con su respectivo grupo, un punto que no se comparte ni entra en discusión: “Yo salgo todos los fines de semana con mis amigos, viernes y sábados a la noche -detalla Luciano-. Mi novia es médica y no tiene tiempo. Desde hace mucho salimos por separado, cada uno con su grupo. Después de salir nos encontramos para dormir”. También influye el hecho de que sus grupos sean tan distintos y que, básicamente, no tengan tantos intereses en común: “Siempre tuvimos amigos bien diferentes, los de ella son todos médicos, a veces me quedo afuera de lo que hablan”, agrega Luciano.
María José Castells, economista de 30 años, también piensa que la pareja y los viajes con amigos no son excluyentes. “El año pasado, después de dos años de estar de novios, me fui diez días con amigas a Ecuador -dice-. Lo pasé super bien, nos manejamos con Skype y estuvo buenísimo. Él no se pone celoso, confía en mí, por ahí no le gustó tanto que mis otras amigas estaban solteras, pero la verdad es que funcionó bien”.
UN CAMBIO EN LAS NORMAS
¿Qué es lo que cambió en las normas tácitas que rigen en las parejas jóvenes de hoy en día? Eduardo Drucaroff, psicoanalista didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), explica: “Constantemente se están buscando nuevas modalidades de funcionamiento en las parejas y en las familias, porque los mismos paradigmas han mostrado su parte deficitaria, han servido para lo que sirvieron, pero mostraron falencias, entonces se buscan nuevos formatos”. Sin embargo, advierte: “A algunas personas esto les sirve, y a otras no les viene tan bien. Soluciona cosas y crea algunos otros inconvenientes. El exceso de individualidad y la defensa a ultranza del deseo propio pueden ser perjudiciales para armar una pareja. Puede estar bien llevado y funcionar, o ser una fuente de complicaciones”.
A pesar de esto, para muchos el hecho de salir por separado con amigos es visto, de hecho, como un modo de fortalecer la pareja. Todos los casos consultados dicen que es una forma de no agobiarse y una estrategia para salir de la rutina. Luz Poledo, empleada de 30 años, considera que luego de cuatro años de noviazgo y de convivencia, es vital tener universos propios. “Ni él sale con mis amigas, ni yo con los suyos. Y está bueno que cada uno pueda tener sus espacios -plantea-. Alimenta el vínculo de la pareja esto de no estar todo el tiempo pegoteados, que cada uno haga la suya, y que después aparezca esto de extrañarse para volver a verse y reencontrarse, cosa que se pierde un poco en el día tras día de la convivencia”.
María Druille, docente de 31, apunta en la misma dirección: “Con mi novio fuimos encontrando un ritmo, donde el otro se reencuentra a sí mismo y tiene margen para moverse, renovarse, reinventarse. Buscamos aire. No porque sea agobiante la pareja, ni su mundo, sino porque el oxígeno es vital”.
En este sentido, el hecho de no compartir las salidas se compensa con otras situaciones, que la convivencia misma facilita. “Nosotros tenemos muchos intereses compartidos y gustos en común; cocinamos, viajamos, dormimos, leemos, vemos películas… Vivimos juntos, por lo cual nos respetamos e incluso fomentamos el hecho de salir los fines de semana cada uno por su cuenta”, agrega María.
Lo mismo le ocurre a María José Castells, que suele salir viernes y sábados sin su novio, quien, a su vez, hace sus propios programas. Eso sí; más de una vez sucede que uno pasa a buscar al otro al final de sus respectivas salidas, en el auto que ambos comparten… “Lo que pasa es que mi grupo de la secundaria está establecido como un grupo sin parejas. Es tácito, todos lo sabemos. No se dan las mismas cosas en el grupo cuando estamos solos”, detalla María José.
En el caso de Tali Grinszpun, ella es directamente la única mujer. ¿Si le trae problemas? En lo más mínimo. “La idea es poder hablar de lo que tenemos ganas. Además, traer a mi marido a mí me requiere estar pendiente de que él esté cómodo, de que lo pase bien, y la verdad es que eso no me deja estar totalmente tranquila ni relajada con la situación “, se sincera.
Rosalía Beatriz Álvarez, psicoanalista especialista en parejas de APA y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), también considera que estamos transitando un cambio de paradigma, en el que muchas cuestiones socioculturales -como el cambio del rol de la mujer, la caída del valor del casamiento-se ven reflejadas en las relaciones amorosas. Así, ella define este tipo de vínculos como “parejas muy sólidas”, a las que no les importan ciertos modelos del statu quo.
“La idea es conservar las individualidades, si uno de los dos es salidor, por respeto eso se avala -opina Álvarez-. Cambió la cuestión de la dependencia y el sometimiento, y es una relación más de pares, más de uno más uno”.
Para explicar los porqué, la especialista arriesga algunas hipótesis: “Tiene que ver con la salida a cierta mirada que tuvieron de las rutinas matrimoniales, de lo aburrido, de lo que no enriquece. El resultado es un respeto al otro, el otro es otro, no es mío, armamos entre los dos un ente, que compartimos, siempre que tengamos ganas, pero yo tengo mi vida, mi mundo, mis valores, mis amigos, mis deseos, lo paso muy bien, y no le falto a mi pareja”.
Justamente para que no fracase el vínculo es que se mantienen mundos sociales escindidos, como afirma María Druille: “Que estés enamorado no implica una simbiosis absoluta. Hay parejas que llegan a tener hijos y de pronto se encuentran con que perdieron su tiempo personal y lo reencuentran sólo cuando se separan”.
Tali Grinszpun lo entiende exactamente igual: “Nosotros compartimos un montón de momentos solos, pero no son cosas excluyentes. Porque si no estar en pareja es ir a pérdida, ir perdiendo espacios propios que sólo recuperás al separarte, no tiene sentido y eso no enriquece a una pareja, todo lo contrario, yo creo que la empobrece”.
Según Graciela Faiman, psicoanalista especialista en parejas (APA), este tipo de cambios tienen su parte buena a la vista, pero no dejan de ser un desafío. “Lo bueno sería encontrar un justo punto medio que permita que haya una relación de intimidad y que no haya asfixia -sugiere-. Ahora, yo lo pondría en términos de pregunta: ¿qué es lo que puede llegar a encubrir esta conducta? Convengamos que no siempre, pero en nuestra sociedad y en nuestra actualidad, muchas veces hay miedo a la intimidad. Hoy en día, la profundidad en las relaciones humanas es todo un tema”.
Todo parece indicar que, como todas nuevas formas sociales, habrá que ver cómo se van moldeando en el tiempo. Mientras tanto, el resultado parece alentador. En especial para los fóbicos a la convivencia: hoy es posible compartir la vida con alguien sin que eso implique sacrificar afectos, personas, momentos y espacios valorados. Y eso, no es poco.
LA NACION