A cien años de la muerte de un defensor de “los descamisados”

A cien años de la muerte de un defensor de “los descamisados”

Por Norberto Galasso
Lo ingresaron, entonces –tomando alguna ironía suya fuera de contexto– como un hombre frívolo, aristocratizante, escéptico, ajeno a las vicisitudes del pueblo y lo colocaron en el mundo literario, como autor de cuentos, alguno de los cuales –como “Tini”– podía incorporarse a las antologías y recibir el elogio de alguna profesora de literatura. Es decir, una figura intrascendente ‘del mundo de la política oligárquica’ que, para colmo de horrores, había sido ministro del presidente Roca (quien, como nadie ignora, era el principal enemigo de Mitre en el ’80), de modo tal que si Wilde tuviera estatua, también habría que derrumbarla, junto con la del general como propone alguna gente.
En un diccionario biográfico de Vicente Cutolo, sin embargo, se admite que “pocos hombres públicos argentinos suscitaron más odios y fueron, como Wilde, combatidos con más saña y encarnizamiento”. Y eso nos da una pista de la tergiversación operada sobre su figura.
Wilde fue, por sobre todo, un político antimitrista y allí empieza a descorrerse el velo de la maniobra descalificadora. Escribió: “Un mitrista no almorzaba antes de leer La Nación, como los curas que no almuerzan antes de decir misa. Una vez leída La Nación ya estaban listos para todo, briosos y contentos. El sastre les podía tomar medidas para hacerles ropa, podían hacerse cortar el pelo, pasar por la casa de sus novias y se hallaban ya en actitud de emprender las más grandes conquistas… ¿Ha leído usted La Nación, se preguntaban unos a otros en la calle. Una mirada terrible era la sola contestación, una mirada que quería decir: ¿Acaso no soy hombre? El hecho es que en aquella época el partido mitrista era una religión y cada mitrista, un devoto fanático… Creer en Mitre era creer en dios… No eran los suscriptores quienes sostenían a La Nación, era la fe, la creencia en un Mitre supremo creador y orador de todas las cosas, aunque todas le salieran mal” (Fígaro, 28/10/1885). “Su presidencia fue guerra a las provincias, la horca, ‘la pacificación’ de las tumbas, la soledad de la muerte… El terror, en la lanza de sus procónsules, el exterminio llevado a un pueblo hermano” (ídem).
Respecto al mitrismo, agrega: “Representa a la aristocracia, no digo la de estirpe o familia, porque no la hay entre nosotros, pero sí la del dinero, del capital, de la finanza, del comercio y la gran propiedad territorial… ¿Y acaso el capital tiene Patria? La Patria es la Bolsa, de donde saca las mejores ganancias. Por eso mismo, allí está el peligro de la República” (Vida y obra de Eduardo Wilde, de Norberto Acerbi, pp. 54 y 55).
En tanto antimitrista, Wilde reivindicaba al pueblo: “La prensa mitrista llama Descamisados a todos los que no son partidarios de su ídolo… Pero, ¿quién les habrá robado la camisa? ¿Por qué, siendo argentinos, se encuentran desheredados en su propia Patria? Los que ahora nos insultan llamándonos Descamisados, quizás viven en suntuosos palacios o en casas regaladas que se compran con el dinero que se cercenó a nuestros salarios. Quizás los que después de habernos desnudado se ríen de nuestra desnudez, se visten lujosamente con el dinero que la Nación había destinado para que fuéramos bien alimentados… Los Descamisados no son mitristas. Los mitristas tienen camisa, casa, alimento y dinero… Nuestros descamisados expondrán hoy sus pechos descubiertos a las balas de los revólveres lujosos y a los filos de los puñales con que la plutocracia de Buenos Aires ha armado a sus afiliados… Son ellos, los descamisados, los miserables a quienes queda como única fortuna su conciencia, los que forman el pueblo, la mayoría que arrastra una vida precaria en las ciudades, siendo siempre la primera en los sacrificios y en los gloriosos combates. Recogemos el nombre o el apodo con que se pretende injuriar a los partidarios de nuestras ideas y nos lo apropiamos con orgullo. Somos los Descamisados, no traficamos con nuestra conciencia, pero el sol que lucirá hoy no se ocultará en el horizonte sin presenciar nuestra victoria democrática” (La República, 12/4/1874).
Además, Wilde era partidario del proteccionismo, impugnando al liberalismo económico antinacional (“Industrias Argentinas”, El diario, 10/6/1882) y fue el principal impulsor de la Ley 1420 de enseñanza laica, gratuita y obligatoria, batiéndose, en dura pelea con el clero: “Ha dicho el obispo que es más fácil extinguir el sol que destruir a la Iglesia de Cristo. ¡Barbaridad! La historia nos enseña que hombres y pueblos, ciudades y monumentos pasan, se reducen a polvo, se pierden en el olvido. El sol, en cambio permanece imperturbable desde el día de la creación, alumbrando a este mundo de tontos y pillos” (1884).
Fue también sanitarista y se jugó ejerciendo su profesión, en las epidemias de cólera y fiebre amarilla, aunque se lo quiere hacer pasar por escéptico. Y tal era su claridad frente al poder del mitrismo que cuando el Partido Autonomista Nacional comienza a claudicar, Wilde critica “su mitrificación”, aunque su escrito aparece luego publicado usando la palabra “mitificación” (Norberto Acerbi, ídem, p. 170).
Todo eso fue Wilde. Ah, es cierto, también fue el autor de “Tini” y otros relatos que recibieron el elogio de Jorge Luis Borges –cuando era nacional e yrigoyenista– en su libro El idioma de los argentinos, de 1928.
TIEMPO ARGENTINO