04 Aug Sibylle Lewitscharoff: “Soy una dócil y aplicada discípula de Franz Kafka”
Por Pablo Gianera
En 2001, apareció Löwen (“Leones”), libro póstumo en el que el filósofo Hans Blumenberg había trabajado -de noche, como siempre- hasta su muerte, en 1996. Löwen es un libro singularísimo que no paga ningún tributo a la fábula: historias breves, miniaturas que giran caleidoscópicamente y encuentran su centro en un único objeto, el león, coloreado por la filosofía, la teología, la literatura, la pintura. Rara coronación de la obra de un fenomenólogo, aunque de todos modos no tan rara en el caso particular de Blumenberg. Su preferencia por la literatura era más antigua y se remontaba a Glossen zu Fabeln (“Glosas sobre fábulas”) -escrito de 1981 habitado también por fieras y, en línea con el título, por fábulas- y sobre todo a su escrito temprano, Paradigmas para una metaforología, de 1960, en el que proponía, podría decirse, un logos de la metáfora, cifrado justamente en el término “metaforología”, que pretendía enunciar una teoría de la metáfora filosófica.
No deja de ser singular que esa vuelta de la filosofía a la literatura encontrara un nuevo avatar en la conversión del propio filósofo como personaje de novela. Es lo que ocurre en Blumenberg, el libro más reciente de Sibylle Lewitscharoff, con el que ganó hace pocas semanas el premio Georg Büchner, uno de los más importantes para escritores en lengua alemana. Es el segundo libro de Lewitscharoff que se conoce en castellano; el anterior, Apostoloff, fue publicado también, como lo será Blumenberg, por Adriana Hidalgo. Que el desembarco de la escritora alemana en lengua española se produjera en la costa argentina constituye en cierto modo una continuidad. “Viví en la Argentina hace mucho tiempo -cuenta Lewitscharoff-. En 1977, conocí en Berlín a un realizador cinematográfico argentino que estaba haciendo un curso sobre la televisión en colores, que entonces era nueva; en 1979, lo acompañé a Buenos Aires. Después recorrimos prácticamente toda Sudamérica. Eran los tiempos de la dictadura militar, pero aun así lo pasé muy bien. Creo que si no hubiera estado la dictadura tal vez me habría quedado ahí.” Restos de esa experiencia aparecen, velados y casi al pasar en Blumenberg cuando, por ejemplo, uno de los personajes dice que en una época vivió en la avenida Monroe.
El primer relato de Löwen empieza con la frase “Si los leones pudieran pintar, sus cazadores serían los cazados”. Podría resultar tentador buscar en esa especulación una alegoría de la novela entera de Lewitscharoff. “No estoy segura de que se pueda fijar la chispa original del libro en esa frase específica -explica la escritora-. Pero Hans Blumenberg era evidentemente un gran amante de los leones y ya ese solo dato me dio la idea de ubicar en la alfombra de su estudio a ese animal, el más poderoso que el hombre conoce. Lo hice, a la vez, para honrar al filósofo. El león ha sido desde siempre el compañero del santo y del soberano.”
-No es la primera vez que los animales aparecen en sus novelas. ¿Encuentra en ellos una interpelación a lo humano?
-Me apasiona observar a los animales. Son muy importantes para mí. Afortunadamente, el contacto con los animales nos permite olvidarnos cada tanto de que somos humanos. Crecí rodeada de perros y gatos. A mi basset de pelo duro le conté al oído todas mis penas infantiles, y estaba segura de que el basset comprendía cada una de mis palabras. Los animales son los habitantes más sublimes del paraíso. Un paraíso sin animales, incluso sin animales peligrosos, no tendría ningún valor. Mi relación con los animales es de naturaleza infantil. Sigo hablando con ellos. Hay solamente una especie que odio: ¡las avispas! Son como nazis voladores.
– Löwen , el libro de Blumenberg, se caracteriza por su erudición perspicaz y, al mismo tiempo, aun en su entramado de citas, es a su modo una narración. Algo de esa forma parece organizar también su novela.
-Sí, sobre todo porque una novela debería funcionar más allá de su pura técnica narrativa. Una novela necesita personajes y no puede embarcarse únicamente en profusas conversaciones filosóficas. Por supuesto, deslicé en la novela algunos pensamientos centrales de Blumenberg, pero son muy pocos en relación con la obra colosal del filósofo.
-¿El descubrimiento de la filosofía de Blumenberg fue la consecuencia de una relación personal con él?
-No lo conocí personalmente. Si lo hubiera conocido, me habría resultado imposible escribir un libro sobre él. Trabajé de manera muy discreta, no quería invadir la esfera privada del hombre. Su mujer y sus cuatro hijos aparecen en el libro con sus luces y sombras. En cuanto a la filosofía de Blumenberg, siempre me entusiasmó. Empecé a leer sus libros a los dieciocho años, pero me resultaron entonces muy difíciles y no creo haberlos entendido del todo. Con los años, la comprensión se profundizó. Por lo demás, Hans Blumenberg es un filósofo maravilloso para los escritores. Sus ideas acerca de la utilidad y el rendimiento de las metáforas son únicas.
-¿Cómo lee filosofía un narrador? ¿Busca algo que active la imaginación o se concentra en la comprensión conceptual y la literatura viene después?
-Creo que los narradores leemos a los filósofos de un modo distinto; distinto por lo menos de la manera en que lo hace el especialista en filosofía. A mí me gusta leer a filósofos que sean además grandes estilistas, que cuiden el revestimiento narrativo y que no se abandonen sólo a las cuestiones abstractas. En el caso de Blumenberg, esta condición se cumple plenamente porque escribía de manera muy expresiva y con una riqueza metafórica inusual.
-Hay una marca religiosa en el libro que se encuentra, aparte de la condición simbólica del león, en la cercanía del filósofo con la teología. A esto podrían agregarse las numerosas citas de Clemens Brentano, poeta católico. ¿Cómo se relaciona usted con esa dimensión?
-No soy católica sino protestante, pero la Biblia y especialmente ciertas exégesis agudas de las historias bíblicas tienen una enorme importancia en mi vida. Mi abuela era además muy devota y me contaba maravillosamente esas historias de la Biblia. Y Clemens Brentano es para mí el más grande poeta alemán.
-Según aparece en su novela, Blumenberg es un solitario que sólo encuentra consuelo en el trabajo, en el león que lo visita y en la música, en los pianistas Arturo Benedetti-Michelangeli y Glenn Gould. ¿Esas preferencias musicales son las de él o también las suyas?
-¡Las de él y las mías! Hans Blumenberg amaba realmente a esos músicos. Se conserva una abundante correspondencia de Blumenberg con un amigo que era crítico musical en las que hablan principalmente de las nuevas grabaciones del repertorio clásico.
-Se nota una entonación elegíaca en Blumenberg, en el sentido de que habla de un mundo perdido; un mundo en el que pensamiento tenía acaso una influencia mayor. Esto sin contar, por supuesto, el mundo de la Alemania dividida.
-Sí. Es evidente que en la época de Blumenberg, e incluso en mis años de estudiante, la vida intelectual tenía un significado mayor que el que tiene actualmente. Pero, por otro lado, hay que decir que la división de Alemania no desempeña ningún papel en la obra de Blumenberg.
-Blumenberg era de Lübeck, lo mismo que Thomas Mann. ¿Qué vínculo tenía él, y tiene usted, con la obra de Mann?
-Naturalmente, Hans Blumenberg admiraba a Thomas Mann. En el archivo de literatura de Marbach se conserva un gruesísimo legajo con apuntes para un libro sobre Mann. Por mi parte, guardo un cariño especial por La montaña mágica.
-Cuando Apostoloff se publicó en la Argentina, algunos notaron cierta influencia de Thomas Bernhard. Personalmente, no veo tan clara esa relación, pero de todos modos me gustaría saber cómo se sitúa usted respecto de Bernhard y, más en general, en qué tradición de la literatura en lengua alemana se reconoce.
-Amo a Bernhard y leí cada línea que escribió, pero en eso usted tiene razón, mi obra no se parece a la de él ni en la actitud ni en el estilo. Yo diría que soy, de pies a cabeza, una dócil y aplicada discípula de Franz Kafka, algo que, gracias a Dios, no se nota demasiado en mis libros.
LA NACION