Más allá de Iruya

Más allá de Iruya

Por Tomás Natiello
Si existiera un ránking de destinos que son más famosos que visitados, Iruya debería integrar esa lista. Su nombre remite a la postal de la bella iglesia, el camino de montaña, los colores del carnaval y la impronta norteña. La paz más absoluta se respira con solo leer artículos o mirar fotos de ese pequeño rincón salteño, integrado sin embargo en el circuito turístico de la Quebrada de Huamahuaca, por esas diferencias entre la realidad y los límites administrativos.
Iruya queda a trasmano y es mucha la gente que llega hasta el lugar en excursiones que parten de Humahuaca, a veces en un insólito recorrido de un solo día. Insólito porque es largo, cansador y uno no puede en apenas unas horas disfrutar del espíritu del lugar. Por otra parte, la falta de alojamientos conspira contra una estadía más extensa.
Por suerte, como ocurre siempre, hay alternativas para vivir esta remota región del país de un modo diferente. Y los meses más frescos son el momento indicado.
Una expedición inquietante
Iruya es un lugar para desconectarse: no hay señal de celular y existe solo una cabina de teléfonos para poco más de 1200 habitantes. El camino para llegar hasta el pueblo es de ripio y parte desde Humahuaca. A poco de andar aparece Iturbe, un paraje abandonado por el ferrocarril hace 30 años donde todo parece detenido en el tiempo; se va ganando altura hasta llegar a la apacheta que marca el Abra del Cóndor a 4000 m.s.n.m., el punto más alto del recorrido. Siguen Colonzuli, Toroyoc (lugar de barro) y finalmente Iruya. Pero cuando uno piensa que llegó al final del camino, se entera de que alrededor de Iruya hay más de 20 pueblitos desperdigados entre los cerros. Algunos de ellos serán el objetivo de caminatas imperdibles, de esas que solo esta región del país puede ofrecer.
Tras descansar en Iruya, el segundo día marca el inicio de las caminatas. El objetivo de la jornada es llegar hasta la casa de montaña Condor, un refugio ubicado en la zona de Panti Pampa, caserío compuesto por unas diez familias. La caminata no es para cualquiera: son seis horas y un desnivel de unos 500 metros en las montañas rojizas. Aparecen en el camino personajes como Doña Serapia, con uno de esos rostros sin edad, que cuida el ganado como casi todos sus vecinos. En el extremo del poblado está el refugio. Con la compañía de guías expertos en serio como Luis Aguilar y su compañera Maru, se descargan los burros y se prepara la comida mientras la noche se posa sobre el Cóndor. La casa está ubicada estratégicamente en la parte alta de la montaña y es dueña de una vista panorámica de toda la región. Sencilla, está equipada con cocina comedor y dormitorio común.
La tercera jornada del viaje se programa a la medida del grupo que comparte la casa. Desde acompañar a los pobladores en las tareas diarias hasta encarar excursiones más extensas para coronar algún cerrito vecino, el menú está abierto.
La última jornada es la del regreso a Iruya, siguiendo el río San Juan, pero también internándose en los valles transversales, donde se pueden observar innumerables cultivos en terrazas, costumbre ancestral que nunca dejó de practicarse en la región. La oportunidad es propicia para cargar en la mochila artesanías multicolores hiladas y tejidas con sapientísimo arte por los lugareños.
Tras siete horas de desandar el camino, se arriba a Iruya nuevamente. El programa que propone Lihué Expediciones continúa con un trayecto terrestre que culmina en Salta: Purmamarca, la Cuesta del Lipán, Salinas Grandes y el regreso a la capital salteña desde la Puna. Para una escapada de pocos días resulta un bonus interesante. Pero si se dispone de tiempo, lo ideal sería repetir la experiencia del Cóndor en otros valles vecinos. Es posible descubrir sitios bellísimos como Alfarcito, aguas arriba del río Huasamayo que pasa por Tilcara; o el camino que va de Tumabaya a la Virgen de Punta Corral, por nombrar apenas dos de esos sitios donde se viaja en el tiempo y en el espacio.
EL CRONISTA