Leandro Manzo, viajero incesante

Leandro Manzo, viajero incesante

Por Luciana Olmedo-Wehitt
Saber reconocer el presente, aún inmerso en un cambio constante, ha permitido al artista Leandro Manzo producir una obra que evoluciona sin límites de tiempo y espacio. Durante los primeros años de su adolescencia, Manzo de¬sarrolló su carácter nómade trasladándose de un barrio a otro de la capital porteña, donde había llegado desde su Río Gallegos natal a la edad de diez años. Su sed de bo¬hemia adquirió mayor dimensión al despuntar 2001 y fue entonces cuando se trasladó a los Estados Unidos. Una vez allí, el destino lo llevó de una costa a la otra permitiendo que su obra se exhibiera en Chicago, Los Angeles, Miami, Nueva York, Charlotte (Carolina del Norte) y California.
Con identidad propia
Este artista precoz, que a los trece años realizó su pri¬mera muestra colectiva en el Museo de Artes Visuales de Quilmes, se define como autodidacta. A pesar de haber¬se nutrido de grandes maestros como Alfredo Martínez Howard y Ricardo Presas, Manzo realizó por sí mismo experimentos de técnica y color hasta descubrir su iden¬tidad como artista.
¿Por qué decidió apostar al mercado norteamericano?
Cuando a los diecinueve años decidí que quería dibujar y pintar, en mi casa creyeron que estaba loco. Sin em¬bargo, siempre pude vivir de mi trabajo. Nunca paré. En la Argentina, a pesar de que mi obra gustaba, no lograba insertarme en el mundo comercial. Fue así como en 2001 tomé la decisión de irme para frenar mi frustra¬ción. Elegí como primer destino la ciudad de Charlotte, en Carolina del Norte, donde había estado previamente en ocasión de una muestra.

¿Cómo se traduce el nomadismo de esos años en su obra plástica?
Nunca había pintado paisajes hasta llegar a Charlotte. La ciudad me fascinó tanto que empecé a pintarla en se¬rie. Empecé también a pintar figuras bailando tango: tema sobre el que nunca había trabajado al estar en la Argentina. No obstante, en mi vida siempre hubo temáti¬cas paralelas. Incluso hoy hay temas que se siguen repi¬tiendo porque nunca han dejado de interesarme, como por ejemplo la mujer.

¿Cómo influye el trabajo de otros artistas en su propia obra?
En distintas épocas me obsesionaron distintos pintores: Van Gogh, Rembrandt, Rodin… De todos tomé cosas, las mastiqué, las devoré y después hice lo mío. La pintura es autobiográfica. Voy pintando eso que vivo, hago y sueño. En mis trabajos soy yo mismo. No tengo intenciones de ser otro.

¿Cuál es la constante en su obra?
Me interesa poder penetrar el misterio por medio de la pintu¬ra que, a su vez, debe crearlo. Me interesa que el espectador aprecie que vivo y siento intensamente sin imponer ninguna marca propia. Si lo hiciera, estaría repitiéndome como una fábrica y dejaría de mirar las cosas desde nuevos ángulos.

¿Cuál es su método de trabajo?
Tengo mucha disciplina, nunca trabajo menos de ocho horas diarias. Para mi la única manera de hacer algo que valga la pena es encerrarme en un lugar y aislarme. La obra me toma por completo, me obsesiono. En épocas de mucha intensidad, no hay sueño, sed ni hambre. Todo se transforma en pintura. Es importante que el trabajo no se detenga. Creo que es falsa la idea de que el artista pinta cuando le llega la inspiración.

¿Cuál es su técnica?
Este último tiempo he utilizado técnicas mixtas, como puede verse en Réquiem en blanco y negro y en la serie en la que estoy trabajando actualmente. Trabajo con tin¬tas, pigmentos, aglutinantes y barnices, todos elementos que se diluyen con agua. Por suerte tengo un gran amigo que es químico y sabe interpretar mis exigencias mate¬riales y fabricar la pintura que quiero.

Si tuviera que elegir una obra, ¿con cuál se quedaría y por qué?
Con la que todavía no pinté. Creo que la obra por venir será superior. Siempre pienso en más y más, en avanzar.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS