“Las bases sociales tienen una gran receptividad de las políticas públicas”

“Las bases sociales tienen una gran receptividad de las políticas públicas”

Por María Victoria Dentice
La última vez que el teórico político Ernesto Laclau pisó el aula 108 de la Universidad de Buenos Aires fue en el año 1954 y lo hizo, como él mismo expresó, no como invitado, sino como estudiante. “Desde entonces el recuerdo de este suelo me ha acompañado, fue la cuna de todo lo bueno y todo lo malo que intelectualmente produje.” Corrían otros tiempos: la segunda presidencia de Perón. Cincuenta y nueve años después la Facultad de Filosofía y Letras volvió a recibirlo en el aula magna. Un Laclau adulto se sentó en una mesa ubicada en un escenario, con los codos apoyados en un mantel de terciopelo intensamente violeta. Detrás suyo flameaba apenas una enorme bandera de tela negra escrita a puño y letra por los actuales estudiantes de la UBA, con un lema tatuado en letras blancas: Filo vuelve.
El decano de la Facultad, Hugo Trinchero, se sentó a su lado, junto a la secretaria académica, Graciela Morgade y un auditorio colmado de gente lo recibió de pie y con aplausos antes, durante y después de la disertación: a su alrededor había estudiantes de todas las edades cruzados de piernas, sentados en el piso, con un cuaderno haciendo equilibrio entre las rodillas y la bic, infaltable en la mano, siguiendo con la escritura el ritmo vertiginoso de la charla.
La conversación sobre la naturaleza de los antagonismos sociales duró más de dos horas y media y se desarrolló en un respetuoso silencio en el que Laclau, nunca apoyó la vista sobre los papeles que lo acompañaban y hasta se animó a hacer algunos chistes, paseando por los conceptos neurálgicos de las filosofías de Kant, Hegel, Heidegger, Escoto Erigena y San Agustín y de lingüistas como Saussure, con una simpleza de lenguaje que muchos envidiarían.
Para presentar a Laclau, el decano, dijo estas palabras: “Este más que ningún otro es un momento clave en el país para pensar la política, un momento en el que, sin embargo, no hay tantas respuestas como oportunismos que no llegan a expresar proyectos de país alternativos. Espurios lugares que le hacen poco favor a la política.”
Para pensar lo político, nada mejor que la presencia de Ernesto Laclau en una de las facultades más emblemáticas de Buenos Aires si no la más. Quizás el después haya sido lo más emotivo: la gente amontonada tocándole el saco, las manos, mientras firmaba libros, haciéndole entre caricias y reverencias al hombro. “No puedo creer que esté tan cerca de nosotros”, dijo al pasar Claudia, una alumna de Letras, a otro estudiante, con expresión de felicidad, sin poder ocultar las lágrimas en los ojos. Después de firmar el último libro, de recibir el último saludo de los estudiantes, Laclau se sentó en exclusiva a hablar con Tiempo Argentino.
–Ernesto, ¿qué piensa de la educación en general y de la universidad pública en particular a propósito de la Década Ganada?
–Creo que este gobierno hizo una inversión muy importante en el campo educativo, las universidades están en una mejor situación que hace años y además la investigación científica en general dio un salto cualitativo muy trascendente. El gobierno trató y sigue tratando de ampliar las bases sociales con este tipo de medidas tanto del Estado como de la sociedad civil, con la creación de más universidades en zonas del conurbano, con la repatriación de científicos, busca una sociedad mucho más vibrante y autorregulada que la que hubo hasta hace algunos años.
–¿Qué es lo que usted define como “una sociedad vibrante”?
–Pienso que la gente está mucho más activa, participa en los procesos, no hay una pasividad social como la que se vivía en otros tiempos, en los ’90 por ejemplo…
–Usted afirmó que el kirchnerismo está en auge, ¿por qué?
–Este es un período de auge porque se nota que hay una receptividad grande de las bases sociales del sistema respecto de las políticas públicas. Cuando hay una continuidad entre los dos niveles, un gobierno realmente está en auge, cuando uno gobierno declina, deja de haber receptividad con el pueblo.
–¿Hay síntomas que anuncien el declive de un gobierno?
–Un gobierno en ascenso comienza a plantear la integración entre un mayor número de demandas que vienen de distintos sectores sociales y las ve como parte de un proceso para darles una respuesta política unificada. Un período de declive –o desagregación– se da cuando cada demanda social va por su lado, se desunifica, y hay una indiferencia del pueblo respecto a las políticas públicas.
–Sus obras rescatan el populismo en un sentido no peyorativo, ¿de qué manera se construye populismo desde lo político?
–Yo creo que el populismo significa ni más ni menos que división de la sociedad en campos antagónicos, es la interpelación a los de abajo y también al poder. Mientras que una política institucionalista administrativista tiende a la absorción individual de las demandas sin que estas se fundan en un punto en común. En cierta medida, todo proceso de cambio debe tener una dimensión populista. Cualquier proceso de cambio social necesita ruptura con el statu quo y esa ruptura no puede ser aislada, de demandas parciales, tiene que haber una ruptura en la que haya una confluencia de estas demandas en torno a un punto común de aglutinación. Si no hay esa aglutinación de la pluralidad de demandas, no hay populismo.
–¿Cómo ve hoy a Latinoamérica en su conjunto?
–Este es, sin dudas, el mejor momento de la democracia latinoamericana, se lo mire desde donde se lo mire.
–Algunos actores lo acusan de promover la idea de la re-reelección indefinida, lo cual interpretan casi como una defensa de la eternización en el poder, ¿qué piensa?
–No se trata de eternizar en el poder a nadie, cuando hablé de la reelección indefinida no pensaba solamente en la Argentina. Lo que yo pienso es que si hay un gobierno, un gobernante con el cual la gente se siente representada, es antidemocrático no permitirle que voten por esa persona. Por consiguiente, no es eternizar en el poder a nadie, porque la gente puede dejar de sentirse representada y votar en contra. Me parece que es antidemocrático no permitir que la gente si quiere seguir votando, no pueda hacerlo. Esto para mí es una concepción general de lo político, no hablo de la Argentina en particular…
–En vísperas de las elecciones de agosto ¿qué análisis le merece la actitud opositora?
–Bueno, el odio opositor es el odio de la impotencia. Creo que ha quedado en evidencia la impotencia de la oposición política de nuestro país, que no tiene un discurso hegemónico expansivo y por consiguiente al momento de forjar alianzas, esas no se corresponden a la creación de una voluntad colectiva más amplia, sino que son un rejunte ocasional para tratar de salvarse la cara frente a lo que, de otra manera, sería un fracaso visible y ostensible. En este sentido, hay que distinguir, por ejemplo, cuando las protestas –como las del 8N– son parte de una estrategia política general y cuando son simplemente estallidos ocasionales. Yo no veo que haya una línea estratégica opositora que de coherencia a ese tipo de protestas; además, no han seguido repitiéndose demasiado, después de noviembre pasado disminuyó la cantidad de concurrentes. Cuando uno piensa la composición social de esas protestas, a las que yo le doy poca importancia, le da menos importancia todavía…era gente que, de todos modos, no hubiera votado al gobierno.
–¿Mira programas como el de Jorge Lanata o a 678?
–No miro a ninguno de los dos: ni a Lanata ni a 678…
–¿Qué piensa del rol que están jugando los medios?
–Los medios están tratando hace rato de llenar el vacío que ha dejado la oposición política…
–¿Y lo logran?
–Hasta cierto punto sí…
–¿Cómo se combate al monopolio mediático?
–Bueno, con la Ley de Medios… tu pregunta me hace acordar a lo que se llamaba “la guerra de posiciones”, tiene que haber una lucha molecular en distintos órdenes y sectores de la sociedad para combatirla, esa es la posición. No alcanza con hacer una convocatoria pública “desde arriba”. Se tiene que dar una movilización local de fuerzas alrededor de lo que genera el problema, sino sólo el llamado “desde arriba” no tiene mayor efecto.
–¿Y quién gana la lucha?
–Bueno, aún no puedo saberlo. Sin embargo, se me ocurre que un posible desenlace sería que la oposición lograra finalmente conseguir una fuerza unida, pero eso lo veo cada vez más distante (risas) … y la otra alternativa es que se mantenga el kirchnerismo como la única fuerza capaz de gobernar, con un programa coherente para el país frente a una resistencia pasiva. Eso me parece mucho más viable que lo primero.
–¿Usted es kirchnerista?
–Soy simpatizante.
–¿Simpatizó con otros gobiernos?
–Con Perón, pero sólo retrospectivamente porque yo tenía 20 años… y apoyé el proceso de vuelta del peronismo en los ’70 y luego, hasta el momento del kirchnerismo no me identifiqué realmente con nadie.
–¿Qué diferencia entre Néstor y Cristina?
–En mi opinión, con Cristina se ensañan más, le ponen más palos en la rueda por ser mujer…
–Algunos lo señalan como el filósofo de la presidenta ¿lo es?
–Definitivamente no. A Cristina la habré visto cuatro o cinco veces en mi vida y te aseguro que hablamos de muchas cosas, pero no precisamente de filosofía… (risas)
TIEMPO ARGENTINO