La memoria de los peces

La memoria de los peces

Por Daniel Merle
fines del mes pasado, cumplió 80 años. Y los festejó con una exposición relámpago donde mostró alrededor de quince autorretratos, más sus últimas obras Un poco demasiado (expuesta en arteBA) y Columna de agua , que realizó especialmente para la Fundación Ecocentro de Puerto Madryn. Coincidencias: un día y un año después de la muerte de Nora, su compañera de toda la vida, Luis Felipe Noé recibió a adncultura en su casa-estudio de San Telmo. Yuyo abre la puerta e inmediatamente comienza una suerte de monólogo, que sólo pudo ser interrumpido por algunas preguntas.

-¿Por qué expusiste los autorretratos?
-El primero me lo hice a los 18, antes de entrar en el taller de Horacio Butler. Y después vino una serie de autorretratos de todo tipo. No es que uno se pone simplemente en el medio del cuadro y trata de copiarse. No, uno hace otras cosas también. En uno de esos autorretratos, que no estuvo en la muestra porque no me pertenece (está en la colección Blaquier), pinté mi entorno. En ese ambiente hay una puerta que se abre y aparece una imagen mía pintada por Deira. Le pedí que hiciera mi retrato y lo pintara dentro de esa puerta, y que lo firmara. Y se lo pedí porque uno lo que menos tiene presente es su propia cara. Porque la cara les pertenece a los otros y no a uno. En consecuencia, el cuadro tuvo dos firmas.

-¿Qué es lo que ves hoy de esos autorretratos?
-Los de los últimos años son muy complejos. Uno se llama De visita en este mundo , donde mi cabeza flota en medio del caos. Caos para mí no es desorden. Es cambio permanente. Es el orden temporal. El concepto de orden y desorden son conceptos estáticos. Para mí caos tiene que ver con el sentido que le dan al término los físicos: lo impredecible. Caos es el orden de la permanente transformación de las cosas. Siempre me ha fascinado, incluso en lo político. No para militar, sino como espectáculo. En estos ochenta años he vivido tantas transformaciones y tantas cosas… “Aparte de la pólvora y de la imprenta, yo he visto todas las invenciones”, decía mi madre.

-¿Y cómo fue tu participación en la vida política argentina?
-En 1975 estaba dando clases, aparte de tener el Barbaro Bar, que me daba de comer. Había dejado de pintar. Un miércoles me tocan el timbre y me encuentro con unos cuantos “nenes” que me estaban apuntando a la panza con sus armas. Antes, había sido interventor en la carrera de Arte de la Facultad de Filosofía y Letras. Fue una de las tantas cosas que hice en el período en que no pinté. Seguramente estaba mi dirección en alguna libreta, en alguna agenda. Era el gobierno de Isabelita todavía. No me detuvieron. Todavía guardaban ciertas formas. Entraron con testigos. Buscaban armas que, evidentemente, no encontraron. Levantaron un acta y me citaron al día siguiente. Pasó. Pero no me gustó nada. Cuando vino el golpe y había desaparecido Haroldo Conti (su hija Alejandra era alumna mía), yo dije “acá no me quedo”. Primero me fui yo y después se vino Nora con mis hijos. Llegué a París el 1 de junio de 1976. Me acuerdo cuando apareció Scilingo diciendo que tiraban gente desde los aviones. Yo lo supe al mes de estar en París. Allá lo sabía todo el mundo. Entonces hice una serie de tres cuadros que titulé Esto no tiene nombre . Como iba a hacer una exposición en Buenos Aires, no me animé al “esto” y le puse No tiene nombre. Después de la inauguración, a la que yo no concurrí, lógicamente, la gente comentaba: “¿Qué le pasa a Noé que está tan violento?” Había una voluntad tan fuerte de negarlo todo aquí que al final el violento era yo. Nunca milité en ningún grupo. Trabajé con artistas que luchaban por retornar a la democracia. Mamé el antiperonismo en mi casa. Pero este país no tenía otra solución que el retorno de Perón. Sin ser peronista ni militante, hice lo posible para volver a la democracia. Aun así, no pude entrar en ningún grupo: a todos les veía sus agujeritos.

-¿Con quiénes te vinculaste en aquellos años?
-Mis amigos eran del grupo de Tucumán Arde, de 1968. León Ferrari, Carpani… Y en el período en que ellos se fueron, yo también me fui. De Tucumán Arde, confieso que hay cierto mito. No lo valorizo como lo hacen otros. Fue un fenómeno y nada más. Los artistas se unieron a sociólogos y otros especialistas para hacer un estudio. Excedía el campo del arte. Para mí fue una obra testimonial de conjunto, paraartística. Fue un acto de denuncia. Creo más en las acciones hechas desde el campo del arte. Recuerdo un Salón Nacional en la época de Lanusse, en 1971. El Gran Premio de Honor se lo habíamos dado a una obra de Ignacio Colombres y Hugo Pereira, Made in Argentina , una picana eléctrica. Yo era jurado. Fue toda una operación logística lograr semejante impacto político. El premio lo anularon, obviamente. Primero, lo anularon. Después viene la época de Cámpora y lo otorgan. Y otra vez, cuando vino el golpe, lo eliminan. Y finalmente lo otorgan otra vez. Toda una ironía sobre la independencia de la Justicia.

-¿Y qué te interesa reflejar hoy en tu pintura?
-En estos momentos me interesa reflejar en un medio estático la velocidad de los cambios. Yo soy analfabeto tecnológico. No soy capaz de manejar una computadora, ni siquiera para ver los mails . Pero lo que me fascina de la tecnología es el cambio de visión del mundo que produce. En ese sentido, mi obra actual (la que estoy persiguiendo desde comienzos de este siglo) es la de interrelacionar cada vez más la abstracción con la figuración. Hay un núcleo figurativo pequeño, pero el ritmo es cada vez más abstracto. Es una visión de la red. Para mí el dibujo es el elemento que estructura toda esta red; lo que me interesa es captar el movimiento. Como si fuera un fotógrafo de deportes inmovilizando la acción en una milésima de segundo.

-¿Qué pensás de la fotografía como forma de arte?
-Hay un diálogo entre la fotografía y la pintura. Una cosa es la fotografía de prensa y otra, la fotografía que pretende llegar a otro nivel, que quiere decir algo más que lo que se ve. O que tiene una propuesta singular. En la actualidad hay una tendencia hacia la abstracción en la fotografía. Hay cada vez más fotógrafos que quieren hacer cuadros abstractos. Y hay cada vez más pintores que quieren hacer cuadros fotográficos. Este entrecruzamiento me parece muy curioso. Entiendo más los intentos de los fotógrafos que la tontería del hiperrealismo en pintura.

-¿Qué hubiera sido de tu obra sin el inmenso reconocimiento que tuviste a lo largo de tu carrera?
-Mi reconocimiento es muy relativo. Es argentino y un poco latinoamericano; un desconocimiento europeo y también relativo en Estados Unidos. Tengo cuadros en el Museo de Houston, que es el que más interés tiene en el arte latinoamericano; tienen cuatro obras mías, pero son de cuando yo era un pibe. Eso me irrita. Es como si a uno lo clasificaran por la partida de nacimiento, como si los artistas vinieran por generaciones, como si no tuviesen trayectoria, una evolución. Cuando me clasifican como un artista de los años sesenta me siento la viuda de un artista que vivió en los años sesenta. Por eso me emocionó cuando me invitaron a la Bienal de Venecia en 2009. Si yo tuviera que decir cuáles son los años preferidos de mi obra, elegiría los últimos diez años.
LA NACION