Información nutricional: hay más, pero pocos le hacen caso

Información nutricional: hay más, pero pocos le hacen caso

Por Fabiola Czubaj
Quien haya visitado estos días un local de McDonald’s habrá advertido que la casa de comida rápida comenzó a difundir en los paneles donde expone sus combos las calorías de todos los productos. Esto, que ya ocurría en ciudades como Nueva York, Madrid y Río de Janeiro, es parte de una tendencia que crece lentamente en los restaurantes y otras cadenas de comida y cafeterías del país.
Desde hace varios años se sabe que la información nutricional influye en la decisión de compra del consumidor cuando los ingresos lo permiten (los bajos recursos y la inflación obligan a pensar más en el precio). Así que, por ejemplo, saber que el menú del sándwich estrella de los arcos dorados, el Big Mac, aporta 1000 calorías sin agrandarlo haría que algunos decidan reemplazar las papas fritas por una ensalada pequeña y optar por gaseosa dietética o agua para ahorrar unas 300 calorías sin dejar de darse un gusto. ¿O no?
Sin embargo, aunque hoy hay más información nutricional disponible, aún son pocos los argentinos que se detienen a leerla y, por lo tanto, deciden cambiar sus hábitos alimentarios. Otros directamente no la entienden. La etiqueta que deben incluir todos los productos en su envoltorio no sólo ofrece la cantidad de calorías de una porción o 100 g del alimento, sino también cuántas grasas, sodio, potasio, vitaminas, calcio o carbohidratos ingeriremos.
“Alguna vez leemos las etiquetas, sobre todo las calorías. Pero es difícil entender todos esos datos y, más, aplicar esa tabla”, comentó a LA NACION Hernán, que acababa de terminar sus compras con su esposa e hijo en el Carrefour de Donato Álvarez al 1300. Más allá, Dinora se acercaba a su esposo, que ya había encontrado un carrito vacío: “A nosotros nos interesa y leemos esa información, pero porque los dos trabajamos en salud. En general, la gente no la lee”.
Y Martín, que había ido con sus dos hijos a comprar manzanas, comentó: “Ahora, con mi esposa leemos más esa información que antes. No prohibimos ningún alimento en casa, pero tratamos de prestarles atención a esos datos, porque con mi mujer nos cuidamos”.
Es que navegar entre todos esos valores, equivalentes y porcentajes no es fácil si no se tienen el hábito y la orientación profesional sobre qué debemos comer y qué nos convendría evitar, sobre todo si alguien padece hipertensión, diabetes, osteoporosis, anemia, obesidad y colesterol alto, entre otros males, o se está conviviendo con la menopausia.
“Para ser consumidores responsables hay que saber qué se está llevando a la mesa. Y para eso sirve leer las etiquetas de los alimentos. También, para comparar, por ejemplo, un producto común con su versión light o entre distintas marcas. Nos ayuda a saber por qué uno es más caro que otro, si un pote tiene más o menos producto, si está más enriquecido, si aporta más o menos sodio o si contiene grasas trans”, explicó a LA NACION la licenciada en nutrición Viviana Viviant, autora de Frutas y verduras, los súper alimentos que curan y Leche, yogur y queso, sanadores más allá de los huesos .

MUCHO, POQUITO O NADA
Una Encuesta Global sobre Alimentación Saludable, Etiquetas e Información Nutricional de la consultora Nielsen orienta sobre este problema: el 11% de los argentinos afirma que no entiende “nada” de lo que dicen esas etiquetas y el 45% dice que lo comprende “en parte”, mientras que el resto asegura que comprende “la mayoría” de esos datos.
En la última encuesta, de 2011, participaron 25.000 usuarios de Internet de 50 países. Seis de cada 10 argentinos dijeron que los restaurantes y las cadenas de comida rápida “siempre” deberían incluir la información nutricional y dos de cada 10 opinaron que debería estar disponible “a veces”.
El doctor Flavio Dombrowsky, del Programa de Prevención del Infarto en la Argentina (Propia), en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), observó que aquí el uso de esos datos en bastante relativo. “La mayoría no sabe cuántas calorías consume con su alimentación diaria según sea su nivel de actividad física y su estado general -indicó-, salvo que vaya a un nutricionista por consejo médico, para hacer dieta o empezar a hacer ejercicio.”
Consideró que la difusión de las calorías siempre “es un paso” en la concientización, pero también “una forma elegante” de ir ajustándose a las presiones normativas de otros países. “Pero no sé si la gente sabe mucho qué hacer con esa información -opinó Dombrowsky-. Conocer las calorías no va a modificar los hábitos si no es dentro de la educación del consumidor.” Recordó, como para restar culpas, que el problema no es el consumo ocasional de ciertos productos, sino el hábito.
Desde McDonald’s explicaron que el objetivo de “subir” la información de la parte de atrás de los manteles de las bandejas a la cartelería es “que los clientes puedan tomar una decisión informada” más fácilmente. “Se puede estar hablando de 200 calorías y quizás el 80% sea sólo grasa -afirmó la licenciada en Nutrición Dolores Pizarro, jefa de Entrenamiento en Manipulación de Alimentos de Arcos Dorados Argentina (la información está disponible en www.mcdonalds.com.ar )-. Por eso, entender la composición nutricional de un alimento abre aún más la posibilidad de elegir y tener una dieta balanceada.”
LA NACION