05 Aug El turf argentino está de luto por la muerte del “Mago” Yalet
Por Pablo Gallo
Eligió para marcharse de este mundo un domingo de carreras en su querido Hipódromo de La Plata. Y se fue nomás, en una partida que se venía demorando por su inmensa fuerza interior, esa que le permitió brillar en todo lo que se propuso.
La historia dirá que el domingo 4 de agosto de 2013 murió en una clínica de Capital Federal el mítico Néstor Antonio Yalet, el “Mago” del Bosque, “Cacho” para los amigos, el papá de Silvina, Nay y Nico, el esposo de Susana Beatriz Zappettini en un hogar a la antigua que tuvo su nido originario en la calle 2 entre 36 y 37.
Como jockey, en aquella época de oro de la hípica sureña y nacional, allá por los años ’60, obtuvo diez estadísticas consecutivas a rigor de fuerza, picardía y fe, amén de librar un duelo que dividió las aguas de la afición con Pablo “Coco” Tárrago. Y llegó a ser una de las grandes fustas del país.
“A los caballos hay que entenderlos, para saber cuándo están felices”, sostenía ya en su etapa de compositor, reconocida por logros en todas las distancias, aunque discutida por sus detractores a raíz de la cantidad de inhabilitaciones sufridas en la Oficina Química. Así, fue uno de los primeros en afianzar el rol del “figurín”, que en su caso tuvo diferentes ensilladores: Juan Colucho, “Cachencho” Pavarini, “Mingo” Torrilla, Osvaldo Bazzaro, Edmundo Rodríguez, Damián Verón, “Oaky” Borelli, el “Poliya” Jorge Yalet, el “Chimbo” Héctor Raúl, el “Poyo” Hugo, su sobrino Ariel o Nicolás.
El “Mago”, mientras tanto, asombraba con su ojo clínico para elegir ejemplares en las cabañas –un don sobrenatural-; y para distinguir, a simple vista, qué dolencia afectaba a cualquier animal, al rato certificada por la revisión veterinaria sin lugar a correcciones.
Desde la atalaya de su stud central, ubicado frente al palo de los 600, observaba los desarrollos de las contiendas; fui un privilegiado al compartir su opinión en una carrera de la milla, unos diez años atrás, y al abrirse un pupilo suyo para pasar por afuera a varios rivales, sentenció: “Si en mi época hacías esto, te mandaban de vuelta a la Escuela”.
Sacó notables SPC, de la talla de Goleada, el velocista devenido en millero Eclipse West –a los pocos de días de actuar en el derecho los acalambró sin pasada en los 1500 del GP Montevideo (G1)-, Chevillard, Golfer, Godard, Astrológica, Slew of Reality, la ligera Petite West, Tiara Meeting, Guernika, Cutlas, el “Gitano” Enriendado, Dorian Gray, Di Escorpión –ganó en la misma temporada el Internacional sureño de la milla y los Grandes Premios Palermo y San Isidro-, Symbolic, Final Meeting, Viva-Raz, Bahiaro, Knock, Bailango, La Pesadilla, Secretario Plan, Sixty Finder, Rocococo, Conocedor, Cafrune, etc.
Pero sin ninguna duda, los excepcionales Mountdrago y Team fueron sus dos creaciones inmortales. El hijo de Sheet Anchor y Atbara brilló para los colores del stud “Toqui”, se erigió en uno de los mejores potrillos de su generación con la monta de Rubén Laitán, triunfó en la Polla y en el GP Jockey Cub-G1, fue placé en el “Derby” y también en aquel memorable match con Regidor en uno de los Pellegrini más vibrantes que se evoquen; luego, en la cabaña, extendió su calidad con creces. Team, por su parte, descolló en pocas presentaciones, demoliendo a sus adversarios en el Juvenile-G1 de las Estrellas, y fue el responsable de la exposición mediática de la hípica por el surgimiento de un equino impresionante; después de una caída a manos de Señor Juez en la grama alterada de San Isidro, sobrevendrían el cambio de jinete (Jacinto Herrera por Arreguy), la corrida formal, sus hilos de sangre, otras derrotas, una infosura y su desaparición repentina, que lo arrancó de la vida con la misma premura con que había surgido a la consideración popular.
Ya veterano, por un pedido de su hijo Nicolás, a fines de la década del ’80 si la memoria no me falla, regresó a la silla de un tungo, tomando parte de una competencia. Y fue ovacionado por el público.
La remembranza popular dirá que de joven se dedicó también a la pesca de sábalos en Punta Lara, con tanta fortuna que extrajo cantidades industriales y fundó una pequeña empresa de exportación. Que con los caballos de su propiedad, los defensores de la ecurie “Las Telas”, ganaba cuando quería.
Le cuidó al Firmamento y a La Quebrada. No usaba el reloj, y sí en cambio era un cultor acérrimo del constante vareo en pelo. Levantó en Tornquist el Haras Las Telas, más tarde Haras La Campana, y en los últimos tiempos despuntó allí su pasión por la crianza. Amaba las tardes de truco con sus amigos de siempre, como el “Nene” San Millán. Y visitar bien tempranito el stud, incluso cuando la indicación médica se lo prohibía.
El “Mago” era feliz entre los caballos. Su caligrafía no era de las mejores, pero dibujaba la silueta de un SPC con asombrosa precisión. Nunca un pensionista suyo era para él una fija; no obstante, si decía “el caballito está lindo querido, yo lo veo contento”, ganaban o pegaban en el poste.
Creó un imperio, el cual se fue ensombreciendo a medida que declinó su vida. Tuve la suerte de hablar con él largo y tendido varias veces, siempre de caballos, en ocasiones intercambiando opiniones opuestas, y una vez en el portón de los “ocho” vi cómo unos paisanos lo felicitaban porque les había sanado una yegua manca; la bajaron del trailer, se encontraron con la inesperada novedad, estaba anotada en las últimas, el “Mago” andaba por ahí, entablaron un breve diálogo, se la llevó al stud, estuvo encerrado 15 minutos con ella en el box, y la sacó rebosante, sin una sola señal de flojera.
Fue un fenómeno. Sabía todo. Y sólo le temía a la muerte, que ayer arrancó su cuerpo respetuosamente para dar paso a la leyenda.
PURA HIPICA