29 Aug De ladrón de bancos en Barcelona a escritor de historias policiales
Por Natalia Páez
Daniel Rojo es más conocido como “Dani el Rojo” o “Dani El Millonario”. Se define a sí mismo como ex politoxicómano y ex atracador de bancos. El prefijo ex se refiere a su pasado, un pasado que buscó dejar atrás y no pudo. Porque Dani tiene un don y es el de la palabra. Dani habla de corrido. Cuenta historias que lo tienen de protagonista. Y su vida viene siendo muchas. Su presente –laboral– está escrito en su tarjeta de presentación: “gestor integral de servicios musicales y deportivos”. Y esto no es sólo un título que coloca en una tarjeta. Ha sido el encargado de seguridad de artistas como Andrés Calamaro o la española Rosario Flores. Y por si quedan dudas de que juega en primera, también trabajó para Leo Messi.
Es y ha sido otros. Dani el que lleva el rojo de las crónicas policiales en su apellido; Dani el que llegó a coleccionar Porsches; Dani el seropositivo desde 1986; Dani el papá de mellizos de cuatro años; Dani el sobreviviente a un cáncer de hígado. Dani el que escribe novelas. Es por este, el oficio que le llegó por el don del verbo fácil, que fue invitado al último festival de novela negra de Buenos Aires. El BAN! que proponía en su slogan que el crimen real se juntara con el de ficción y que fue quizás en su figura donde resumió con más ímpetu el espíritu del encuentro.
Nació en 1962, en Pueblo Nuevo, cerca del barrio de La Barceloneta. Tiene 50 años está casado y vive con su mujer y sus hijos en las afueras de Barcelona. En Argentina Ediciones B publica dos de sus tres libros autobiográficos que escribió a cuatro manos con el periodista Lluc Oliveras. Mi vida en juego. Los orígenes del gánster de Barcelona, en cuya tapa se lo ve en una foto a sus 16 años, ya convertido en atracador, con campera de cuero y anteojos rockeros sobre una Vespa; y Confesiones de un gánster (con prólogo de Andrés Calamaro) donde relata los años de sus robos maestros a bancos por los que llegó a pasar casi dos décadas preso. Escribe, dice, porque sintió que tenía algo para decir.
Empezó a tomar drogas blandas a los 13 años y se picó cocaína y heroína por primera vez a los 15. Por aquellas épocas, a fines de los ’70 con una España de transición luego de tantos años de represión franquista, había entrado con fuerza el enemigo invisible de la heroína. “Así escritores como William S. Burroughs, con sus Nova Express, El almuerzo desnudo o Yonqui, me ayudaron a establecer las bases necesarias para adentrarme sin remordimientos de conciencia hacia una futura espiral de consumo extremo de dicha sustancia. Patti Smith con su Horses, Bob Dylan con sus documentales sobre la movida underground más cool y Lou Reed con su Rock’n Roll Animal fueron otras voces que me susurraban al oído la tendencia a seguir”, dice un pasaje de Mi vida en juego. La de Dani es la historia de cómo un adolescente de clase media alta se sume en el mundo de las drogas y la delincuencia en los años de la transición en pleno Barcelona.
Metro noventa, traje negro, perfume francés. El último libro de la trilogía se titula El gran golpe del gánster de Barcelona, allí relata sus años de recuperación y viraje hacia su vida actual. Dani, mientras se pide un café, cuenta que sufre de insomnio crónico desde que dejó las drogas en 1997. Duerme tres horas diarias gracias a un inductor del sueño.
–¿Cómo hacía para pasar inadvertido durante los robos midiendo como un basquetbolista?
–Bueno, fui preso tres veces e imputado en total por 150 atracos. En la mitad de ellos, me sacaban por mi constitución física. Aunque también por mi modus operandi. Yo entraba al sitio, tranquilizaba a todos y me iba con el dinero. No había por aquella época atracadores de metro noventa que entraran en un banco a primera hora de la mañana y se llevaran la caja.
–Cómo fue que comenzó a escribir sus historias?
–No pensé nunca que quería escribir. Cuando salí de la cárcel y de la granja de desintoxicación yo “no había pegao un palo al agua” (no había trabajado nunca). Mi miedo ya no eran las drogas sino si sabría trabajar por un sueldo. En el ’89 me llamaban “El Millonario” por la vida que yo había llevado. No era sólo quitarte de las drogas, era deshabituarte de esa forma de vida. Yo tenía casas como de estrella de rock, cochazos. Acostumbrarse a vivir normal era bien complicado. Empecé a enojarme cuando se asociaba el delito sólo a la clase baja, cuando yo comencé a robar, esa era la creencia extendida. Hoy en día ¡mira quiénes son los delincuentes más grandes! Políticos, grandes empresarios evasores, abogados inescrupulosos.
–Usted era un lector antes de meterse de lleno a delinquir
–En mi momento y sobre todo en España cuando se produjo el fin del franquismo hubo una apertura de fronteras culturales, literarias, musicales. Y nos pillaron a nosotros que habíamos vivido con Franco sólo leyendo a Cervantes y a Góngora –que era lo único que nos dejaban leer– . Entonces empiezan a llegar esos libros con toda la cultura americana underground. En cine Robert Kramer, en letras William Burroughs, Las enseñanzas de don Juan de Castaneda, todos hablando de droga, todos cantándole a la heroína. Luego musicalmente Lou Reed, Patti Smith, Los Rolling… es que estaría todo el día diciéndote canciones explícitas sobre la droga. Y claro, tú tienes 15 años y los ves como triunfadores, pues claro, eran estrellas.
–¿Cómo llegó a consumir tanto, desde la preadolescencia?
–A los 13 ya había empezado a consumir hachís, marihuana, LSD, alcohol y tabaco. A los 15 me meto el primer pico de coca y el primer pico de caballo (heroína). Eran drogas que estaban en la calle –y no hablo del estrato bajo– sino en lo más alto de la burguesía catalana que era la que podía pagar los viajes a Tailandia a sus hijos. Ahí llega la heroína buena y yo estaba allí. En ese momento parecía cool tomar heroína. En 1978 al slogan “Sexo, Drogas y Rock and Roll” lo compramos entero.
–¿Recuerda su primer robo?
–Me había echado mi padre de casa, a los 15, porque me la pasaba saliendo de noche. Cuando me fui me llevé un cepillo de dientes y unos nunchakus. Cualquier otro chico en mi situación termina durmiendo en la calle. Pues yo quise conservar mi estilo de vida y me fui a vivir a un apartamento guapo. En un momento necesité dinero. Yo no me podía ir a un sitio normal, me gustaba vivir bien. Desde muy chico vi que en el mundo había pobres y ricos. Y yo había decidido pertenecer al primer grupo. Un día iba caminando y escucho como ahora ¿oyes? Una caja registradora. Y yo iba caminando. Pues entré al local, asusté a la buena señora del mostrador con los nunchakus y me llevé 14 mil pesetas.
–De allí a pasar a dedicarse a eso, ¿cómo sucedió?
–En un momento tuve que pensar. Me di cuenta que estaba haciendo decenas de atraquillos, exponiéndome mucho y sacando poco dinero. Entonces pensé que tenía que dar el salto e ir a por el dinero grande. Y eso ¿dónde estaba? Pues en los bancos. Hicimos una banda con unos amigos. El atraco más grande que hice no lo puedo contar porque no me agarraron. Imputado tengo uno de 400 millones de pesetas, que son unos 2 millones de euros. Me agarraron y por todos pagué condena.
–¿Comparte con algunos de sus colegas escritores una cierta visión romántica sobre la figura del ladrón?
–Ya no tengo ninguna visión romántica. Creo que ya no quedan ladrones que puedan caernos bien. Ni yo me voy a poner en ejemplo de Robin Hood, aunque sí que traspasando y extrapolando tiempos todo lo que robé me lo gasté y lo compartí. Los ladrones teníamos ciertos códigos que yo no veía en la calle. Pero ya no pienso así.
–¿Qué es lo que usted quería contar?
–Pues creo que hay algo que decir. Yo he tomado tantas drogas que no pensé que hoy iba a estar vivo. Durante 20 años para mí cada día podía ser el último. Cuando eres politoxicómano y te metes 20 gramos de coca en una tirada y luego para bajarte los efectos te metes un gramo de heroína ¿Qué clase de vida tienes? Había perdido totalmente contacto con mi familia. Ahora tengo a mis padres viviendo conmigo. Me casé, les di nietos. Para mí tener hijos era una cosa bien complicada porque tengo VIH, hepatitis. Cuando ellos tenían seis meses me detectaron cáncer de hígado y he sido operado. Pero mírame, estoy de puta madre, de todo se sale.
–Hoy valora su vida.
–Me gusta disfrutar de la vida, hay que ser un tonto para no hacerlo. Cada día que abro los ojos me sonrío. Porque no necesito nada para levantarme. Me pasé 25 años en los que para poder moverme tenía que meterme un pico de coca. Y luego otro tanto para poder circular. Hoy el sólo hecho de despertarme, apenas abro los ojos, ya me estoy riendo. Porque puedo hacerlo sin necesitar nada. De los 150 personajes que pasan por mis tres novelas, 140 están muertos. ¿Te parece que no había algo para contar?
TIEMPO ARGENTINO