05 Aug Daniel Willington: la luz en la sombra
Por Marcelo Máximo
Jugar a la pelota, y que te paguen por eso. A la sombra cuando el sol golpea y eleva temperaturas, a un costado y paso cansino, para que la pelota corra y el hombre piense entregado a la creatividad y a la libre inspiración. Daniel Willington supo llevar el picado de los amigos a los estadios y por dinero. A ese José Amalfitani que lo guarda como uno de esos tesoros inolvidables que genera el encanto cada vez que un futbolista lleva la pelota al pie. El recuerdo de este 10 y de su magia, como referencia de alguna asociación y una jugada posible de estos tiempos. Campeón con la camiseta de Vélez en 1968, bandera de quienes todavía sienten que en el fútbol todo tiempo pasado fue mejor. Nostalgia, por ese repertorio oculto en una galera donde salen caños y conejos y sombreros.
El 10 de antes, que sólo descansa en esos jugadores tan distintos que no responden a una camiseta de fútbol. El gusto universal, porque de alguna buena vez los Willington vuelvan a ganar espacio para tirar paredes. Porque un romance entre el público y el protagonista tiene que ver con lo que se toca –una Copa, por caso– y también con todo eso que se sueña. Y en esa interpretación de los sueños, este creativo surgido en Talleres de Córdoba no utilizó palabras bonitas ni exposiciones tribuneras para generar una relación eterna con los hinchas de Vélez.
El 25 de marzo de 1962 y en un partido frente a Huracán, se redactó el prólogo de un libro que debe ser manual ilustrado para los entrenadores de inferiores. ¿Cómo jugar a la pelota? Dijo Pelé: “Es el mejor jugador del mundo.” Sí, dijo Pelé, luego de un amistoso jugado entre el club de Liniers y Santos de Brasil.
El hijo de Atilio y Elda Belkis Gianerini empezó a sacarle brillo a la pelota de cuero en la liga local con la camiseta de Talleres. Y fue Victorio Spinetto el que lo llevó hasta Buenos Aires para jugar en Vélez. Después, la conocida historia en la que disputó 212 partidos y convirtió 65 goles entre 1962 y 1971 –su primer ciclo– y ese final de su carrera en 1979 para retirarse con el club que lo identifica en Buenos Aires. En el medio, aventuras por Tiburones Rojos de Veracruz y Minnesota (México y Estados Unidos, respectivamente) Huracán, Instituto y Talleres de Córdoba.
Su talento y ese rendimiento en Vélez le abrió las puertas para ser convocado al seleccionado. Y aunque no haya podido dejar una marca en las vitrinas, Willington dejó más que eso: fue ovacionado en el Parque de Los Príncipes en París, por su actuación en un amistoso que finalizó sin goles en la previa –un año antes– al Mundial de Inglaterra 66. Casi al mismo nivel que el recordado episodio titulado “el gol de los estadios”, un tiro libre que le anotó a Belgrano desde 40 metros en un clásico cordobés el 21 de agosto de 1974.
Loco, por jugar a la pelota sin tantas pesas ni tantos físicos de cuerpos para Juegos Olímpicos. Willington también se ganó el apodo de “exorcista” que le puso el Negro Fontanarrosa luego de sufrirlo y disfrutarlo con el Central de sus amores. Distinguido por el Concejo Deliberante de Córdoba por sus 70 años y por cumplirse el 50º aniversario del debut con la camiseta de Vélez, este genio de la pelota también pasó por la experiencia de ser entrenador en Liniers. En 1988, con la expectativa natural de un ídolo que asume la responsabilidad y el peso de jugar, un poco, con todo ese reconocimiento. Fue un año, y los resultados no acompañaron. Sin embargo, su figura quedó –como debe ser– intacta.
Correr poco, jugar mucho y ser el mismo del potrero, con las obligaciones profesionales, pero sin perder la esencia. Lejos del sol, si hubiera podido Willington plantaba un árbol en la izquierda o en la derecha del campo de juego para quedarse ahí, bajo la sombra. Y jugar, cada vez que llegaba la pelota, y desde esa zona hacer todo eso que tan difícil resulta. Pasarle la pelota a los compañeros, inventar una jugada y llevar a la práctica la teoría de un artista. “Fui un loco, siempre me gustó tomarme un vino y estar con amigos. Y fumar un cigarrillo. Ahora me levanto y compro las cosas como un viejo pelotudo”, contaba Willington en El Pelotazo, publicado a fin de 2011.
Jugó a la pelota, y le pagaron por eso. Pensó el fútbol, Willington.
EL GRAFICO