Yo, avatar

Yo, avatar

Por Violeta Gorodischer
Si tuviera que definirse, Natalia S. (33) asegura que ella es ella, pero es también muchas más. Al menos cuatro Natalias conviven a lo largo del día a través de las pantallas (la Mac, el smartphone , la tablet ) que se encienden bien temprano a la mañana, mientras calienta el agua para el café, y se apagan a la noche, cuando llega la hora de irse a dormir. Es directora de comunicaciones de una agencia, donde coordina a un grupo de community managers y, a la vez, entabla relaciones con clientes que piden ayuda para dar forma a sus perfiles digitales. “Mi trabajo es hacer que la gente se vea más linda online “, bromea. Nadie como ella para decodificar las reglas del mundo virtual. “Yo creo que los adultos usamos estas plataformas para desplegar distintas personalidades, o facetas -sostiene-. Así como uno no es siempre igual en los contextos sociales, tampoco es el mismo en estos nuevos contextos de interacción.”
A la hora de describir a cada uno de sus avatares (personalidades virtuales), entonces, plantea que en Twitter, donde su perfil es cerrado y sabe perfectamente quiénes son sus followers , se permite ser irónica e irreverente; en Facebook aplica un “filtro” (tiene demasiados contactos de la “vida real” y sabe que el espectro es amplio); LinkedIn es, sin duda, su costado más serio y cuidado (“hoy yo no leo currículum; ocho de las últimas 10 personas que contraté las conocí a través de esta red”, explica) y en Instagram se dedica a subir fotos de sus ratos de ocio.
Como Natalia, cada vez más personas conviven con las redes sociales y crean perfiles de sí mismas que van copando terrenos de la vida cotidiana. En su libro Socialnomics , Erik Qualman plantea que en la actualidad, la vida online impacta directamente sobre la vida offline : una de cada cinco parejas hetero y tres de cada cinco parejas gay se conocieron online , uno de cada cinco divorcios se produce por Facebook, los chicos de jardín de infantes ya aprenden con iPads, lo que sucede en Las Vegas está ahora mismo en Facebook, Twitter, Flickr, YouTube, por citar algunos ejemplos. Si Facebook fuera un país, sería el tercero más grande del mundo; su influencia en la vida cotidiana de la gente es altísima. Según el sitio Socialbrakers, de hecho, la Argentina tiene 20.403.520 usuarios y una penetración del 49,35% en la población, sobre todo en la franja de 18 a 34 años. Hablamos de gente común y corriente que se desdobla y, por tres, seis o diez horas, despliega sus personalidades virtuales, con mayor o menor referencia directa a quién es cada uno en la llamada “vida real”. Aunque el límite, parece, es cada vez más difuso.
“Nuestra existencia transcurre en un ambiente de porosidades entre lo online y lo offline , donde la tecnología no es un objeto de elección, porque todo está tecnológicamente mediado -opina Fernando Peirone, investigador y autor del libro Mundo e xtenso-. Añorar un mundo sin Internet y sin celulares no está mal, pero, cada vez más, es como querer vivir sin automóviles y sin aviones. Hace ya 3 años que la población conectada a Internet superó los 2000 millones y que las cuentas de telefonía móvil rebasaron los 3000 millones. Esas posibilidades de conexión convierten a este momento, en términos relativos, en el menos aislado de la historia.”
En ese sentido, la idea de construir personalidades virtuales está totalmente naturalizada. Se puede tener más o menos conciencia de eso, pero es innegable que quien maneja un perfil, maneja los códigos para moldearse (proyectarse) como quiera. “En la vida material, no virtual, cada uno de nosotros tiene su edad, sexo, raza, no es algo opcional, no se elige, mientras que mediante un nick o un avatar podemos construir voluntariamente una identidad virtual, a la que podemos moldear y cambiar según nuestro estado de ánimo o nuestras experiencias -sostiene la psicoanalista Adriana Guraieb, de APA-. Muchas veces, un avatar no expresa edad ni sexo y se presta al juego de identidades, que puede ser lúdico, divertido, aunque en casos extremos pueda llevar a una cultura de la simulación. Como sea, estamos en el reino de la ambigüedad: es la representación y proyección, en el mundo virtual, que cada usuario hace, dice o cree de sí mismo.” Natalia coincide con esto y agrega que a veces ella desaparece voluntariamente de las redes por uno o dos días. ¿Por estar muy ocupada? “No, en realidad no, lo que quiero es generar una idea: que mis seguidores piensen que tengo una vida que se sostiene sin necesidad de esto”, admite.

Facebook, divino tesoro
Otras veces, por el contrario, hay quienes aseguran que no buscan construir ningún perfil en particular. Aunque eso mismo, incluso contra la voluntad de la persona, sea también una construcción…
Es lo que le ocurre a Florencia Garramuño (47), profesora de Literatura de la Universidad de San Andrés, casada con un profesor de la Universidad de Nueva York con sede en Buenos Aires y madre de tres hijos. Toda la familia tiene perfiles en Facebook, desde donde hablan varias veces al día. “Yo estoy en la compu todo el tiempo, tengo más de 1000 amigos. Uso FB para comunicarme con ellos, con mis hijos y con mi marido: todos hablamos por acá -afirma Florencia-. Posteo desde artículos que me interesan hasta fotos. A diferencia de amigos e hijos de conocidos, que juegan personajes en la red, o muestran partes desconocidas para mí, yo intento seguir siendo yo, ni siquiera establezco diferencias entre mi parte personal y mi parte profesional.”
Para ella, Facebook es una plataforma dinámica para la comunicación familiar y de pareja. La conversación más reciente la tuvo con su marido, mientras estaba de viaje: un intercambio de posteos sobre temas académicos que les permitió debatir como si estuvieran cara a cara, pero a miles de kilómetros de distancia.
Muchos utilizan también estas plataformas para potenciar sus carreras y ponen toda su libido creativa al servicio de la construcción de un profesional virtual, que capte seguidores y revalorice la actividad que transcurre fuera de las pantallas. Federico Rodríguez (41), por ejemplo, es profesor de educación física y tiene grupos de running . Él tenía sólo un perfil de Facebook donde subía fotos de los cumpleaños, las vacaciones, alguna que otra reflexión pasajera. Un día decidió postear también temas laborales: dónde entrenaba, cómo lo hacía, horarios, fotos de todas las carreras… Los “Me gusta” no tardaron en propagarse y se fueron contagiando en claro efecto de red. Y de a poco, el perfil del “profe Fede” se fue comiendo al perfil de Fede, a secas. Así, el entrenador decidió abrir una fan page y “ponerle pilas” a la parte profesional. “Mi objetivo fue no mezclar todo esto con imágenes de mis hijos, mis vacaciones y demás”, cuenta. Por eso saca fotos de todas las carreras y trata de subirlas lo más rápido que puede. En general va de parque en parque entrenando, se lleva la netbook y el teléfono y actualiza la página mientras hace un break . Con 912 likers en su página, llamada Grupo F, asegura que la gran expansión de su actividad se dio gracias a Facebook, donde sigue manejando los dos perfiles, con características bien distintas: el padre de familia relajado vs. el entrenador incansable. Además, acaba de abrir un Twitter para actualizar el minuto a minuto del entrenamiento.

La actualización permanente
Adriana Bustamante, profesora de Social Media de la Universidad Abierta Interamericana y fundadora de www.digitalinteractivo.com , plantea que existe en todos nosotros una constante necesidad de actualización y conocimiento de las redes sociales, de lo que sucede en Internet, de cómo se relacionan los usuarios, qué hacen, dónde, cómo, cuándo y por qué. “El especialista y consultor de política 2.0, José Fernández Ardáiz, sostiene que la irrupción de las redes sociales está configurando una nueva sociedad, nuevas identidades personales que se retroalimentan entre la vida online y la vida offline de cada uno de nosotros. Esto hace que no sea una moda, sino un nuevo paradigma, una nueva forma de vivir -explica-. Internet irrumpió en la vida cotidiana cambiando las formas de relacionarse, no sólo de comunicarse, sino de relacionarse entre amigos, parientes, colegas, compañeros de trabajo y hasta con nuestros jefes.” Es el caso de Facundo Falduto, un periodista que hoy cosecha más de once mil followers en Twitter y consiguió trabajo gracias a la interacción con quien luego sería su jefe. “Yo tengo perfil en Twitter, en Facebook, en Instagram y en LinkedIn, aunque la verdad es que este último lo tengo un poco abandonado, mi carta de presentación es básicamente Twitter”, afirma Falduto, que arrancó en la red a comienzos de 2007, cuando sólo había 300 usuarios en la Argentina. “La mayoría de los nucleados habíamos entrado por el blog de Darío Gallo, que era editor de la revista Noticias, y así fue como él me llevó a Perfil.com, por las cosas que había visto que yo escribía en Twitter.”
Conocido en el universo virtual como @elfaco , Falduto no filtra nada y es más: se excede adrede, insulta, increpa, manifiesta todos sus deseos. “Creo que, por exceso, todo se contrarresta. De diez millones de cosas que escribís, la mitad se filtra, no queda muy claro qué es real y qué no, y al final ni siquiera importa.” En Facebook, eso sí, es más recatado. No por una cuestión moralista, sino como una metodología en cuanto a la posición de su yo virtual. “La diferencia la marca el medio -dice-. Twitter te permite una verborragia que Facebook no acepta, es probable que si posteás todo el tiempo en FB y ponés mucho material constantemente, te empiecen a bloquear, por eso ahí tengo una especie de represión autoimpuesta. El manual del buen tuitero, en cambio, dice que lo importante es imponer presencia, estar muy activo.” De todas formas, según Falduto, todo es lisa y llanamente una creación: “Nadie es tan feo como en la foto del DNI, ni tan lindo como en Facebook, ni tan inteligente como en Twitter, ni tan empleable como en LinkedIn”. ¿Qué porcentaje de su vida cotidiana copó su avatar? “El 100%”, responde sin dudar. Tuitea todo el tiempo, “un poco por ansiedad, otro por aburrimiento y mucho para sostener el personaje”. Para él, escribir en Twitter es, directamente, una manera de pensar. “Pienso en ese formato. Muchas veces vuelco las ideas ahí, y después las sigo en otro lado.” Además, es mentor de las fiestas Rispé, que, convocando invitados a través de la red del pajarito, llegaron a reunir 1000 personas en su última edición.
Por supuesto, siempre estarán los que eligen no pertenecer, los que ni siquiera quieren conectarse, y es una opción más que respetable. Pero, en palabras de Bustamante, “la tendencia es ir hacia una indiferenciación cada vez mayor, donde no se van a poder distinguir fronteras y las redes sociales van a jugar un rol fundamental en nuestras vidas”. Con esta perspectiva, quedará en cada uno de qué lado del límite quiere pararse. Si es que, todavía, hay límites.
LA NACION