Pablo Prigioni: “Se dieron cuenta de que soy un jugador inteligente”

Pablo Prigioni: “Se dieron cuenta de que soy un jugador inteligente”

Por Diego Morini
A esta edad, sólo a un intelectual del baloncesto puede presentársele semejante oportunidad. La condición de hombre de la NBA de Pablo Prigioni quedó confirmada a los 36 años, firmando un contrato por tres temporadas en uno de los equipos deportivos más poderosos del planeta. Por su forma de ser, no se advierte su condición de estrella ni aún después de renovar su vínculo con New York. Está parado en un plano de disfrute. La entrevista estaba estipulada para las 13.30 y atiende a las 13.32. Pide disculpas por los dos minutos de atraso. Una sonrisa real, nada impostado. Le corre su Río Tercero por la venas, más allá de los 12 años en España.
“En la franquicia ya me habían transmitido que estaban muy contentos y que les gustaría que continuase. Terminamos muy bien tanto yo como mi familia. Estoy muy feliz de poder continuar formando parte de este gran equipo”, dice.
Luego, con la rigurosidad que lo llevó a la cima ofrece cada respuesta con la frescura de su cuna. Se muestra genuino, con la seguridad de su trayectoria despeja cualquier interrogante, con la humildad de los grandes explica cómo está viviendo un momento mágico en su carrera, casi impensado.
-Pablo, a esta altura de tu carrera, ¿te ponés a pensar que tu generación llegó a lugares insospechados?
-Ahora le estoy dando más dimensión. Estuve en mi pueblo, en Río Tercero, y hay gente que me pregunta cosas sobre la NBA. Uno ahora quiere, mediante su experiencia, poder transmitirles a los chicos, que alguien del pueblo, puede llegar hasta la NBA. No es algo tan lejano. Si alguien que nació en Río Tercero, que se crió ahí y se formó ahí, como yo, pudo hacerlo, lo puede hacer más gente. Porque uno piensa en Manu, pero él tiene un talento increíble, pero yo soy un jugador diferente. No tengo ese estilo de juego, yo dependo de la inteligencia, físicamente no soy un portento, estoy en la mínima para competir. Yo tenía 15 años y nadie pensaba que podía haber un jugador argentino en la NBA. Uno mira para atrás y claro que es tremendo lo que hizo esta generación.

-¿Lograste darte cuenta dónde estás jugando?
-La verdad ahora es cuando estoy tomando conciencia. Y digo ahora, porque durante la temporada me venían flashes de los lugares donde estaba. Pero cuando me pasaba eso lo apartaba de mi cabeza para evitar impresionarme y desenfocarme de lo que tenía que hacer cada día. Ahora sí me cae la ficha. Estar con Pat Ewing, Allan Houston, John Starks… A ellos los miraba por la tele, por Canal 9, y ahora me doy cuenta que compartí tiempo con ellos.

-¿Cómo te adaptaste al juego de la NBA?
-Se juega diferente a Europa. Con situaciones más cortas, menos elaboradas, con menos pases. Más aclarados para la estrella del equipo. Tuve que saber que hay veces que tengo que estar en 45 grados o en una esquina y no más. Tuve que aprender a tener que tirarla cuando me llegaba la pelota, es una liga que cuando tenés el tiro, tenés que tomarlo, porque te castigan con el banco. Y por intentar meter ese estilo de básquet mío tan europeo, de circular el balón, de compartir el juego, muchas veces me caían las broncas. Me metí eso como prioridad y trabajé para ponerme fuerte de la cabeza.

-En Europa hay tiempo para trabajar, en la NBA se juega cada dos días…
-Es real. Los momentos para entrenar son pocos e incluso hay veces que lo haces el día del partido. Yo muchas veces arriesgaba, sobre todo al principio cuando jugaba 10 minutos, porque cuando necesitaba correr, para estar bien, lo hacía durante el juego. Pero tenía que hacerlo para no bajar la condición física. Y en cuanto a la táctica, se hacía sobre la marcha. Cuando repasamos la táctica rival. Quizá agarrás a un compañero y le decís cómo lo vas a buscar. Se habla y se ejecuta en el juego.

-Los jugadores de NBA nacen con ese estilo de trabajo, ¿vos tuviste que hablar con alguien para comprenderlo?
-Lo primero que hice fue enfocarme en entender al entrenador. Cómo piensa, cómo ve el básquet, qué son las cosas que le gustan y qué no. Al mismo tiempo debía conocer a los compañeros, de qué manera poder buscar conexiones con ellos. También conocer a los rivales que iba a enfrentarme, porque el tema defensivo es esencial. Si me comía dos canasta del rival, me iba al banco. Por eso los tenía que defender bien. Sabía que tenía que invertir tiempo en conseguir toda esa información para poder ponerme a disposición del equipo y saber cómo jugar en ese equipo. Y creo que eso fue fundamental. En el medio de todo eso fui metiendo mi básquet en el equipo, porque por más que estaba en la NBA, quería demostrar que el correr, hacer dos pases y tirarla, no es la manera de jugar.

-¿Y tus compañeros aceptaron la propuesta?
-Ellos también me estudiaron a mí, y se dieron cuenta, que mi mayor virtud es que soy un jugador que depende de la cabeza, que no salto y me cuelgo del aro, que no soy un tremendo tirador, pero que anoto, que no soy el mejor defensor, pero que puedo defender correcto. Ellos se dieron cuenta de que soy un jugador inteligente y desde ahí empiezan a confiar. Y dicen, si él marca una jugada o si me dice que me ponga acá, será por algo. Si conseguís que tus compañeros confíen en vos y ven que te entregás al máximo, que te brindás por el equipo, todo se hace más fácil.

-¿Cómo funcionó aceptar que dejabas de ser una estrella, como lo sos en Europa, para ser uno más en la NBA?
-En el momento que tomé la determinación de ir, yo sabía que todo lo que hice no contaba para nada para ellos. Europa no cuenta, ellos entienden que si sos bueno, tenés que demostrarlo en la NBA. Incluso, hay gente que no te conoce, jugadores, prensa, entrenadores… Entonces, sabía que el status que logré no sirve para nada. Entendí que al lugar que llegaba no podía exigir nada, debía empezar de cero. Eso fue automático, cuando firmé, lo sabía, no tuve que luchar con eso.

-No era una decisión fácil, no sos un chico.
-Seguro. Era un gran desafío y sobre todo ir a un equipo en el que estaba Felton (Raymond) y Jason Kidd, que podía no jugar ni un minuto en todo el año. Y me puse eso en la cabeza, porque si ocurría, no me iba a hacer daño. Pero como yo no quería eso, me preparé para que no suceda. Por lo tanto, sabía que no iba a tener el rol que tenía en Europa, que no iba a jugar todo lo que quería.

-¿Y el cambio de vida? Idioma, cultura…
-Es una tarea más compleja para la familia que para uno. Con los entrenamientos y viajes te sumergís en una vorágine que no estas tan atento a esos cambios. Da igual estar en Nueva York, Rusia o España. Además, con la edad que tengo, estoy atento a alimentarme bien, dormir bien. No puedo irme a caminar en una tarde libre, porque al otro día estoy fundido. Si tengo tiempo libre, me quedo en casa con la familia, descansando, porque al otro día voy a tener que jugar contra un pibe de 22 años, americano, que tiene unas patas que vuela… Entonces, yo no puedo darme esos lujos. Por eso, cuando empieza la temporada, es lo mismo donde esté. Pero sí el cambio es para la familia, porque era la primera vez que salían de España, no hablaban inglés y los dos o tres primeros meses fueron más complicados. Después empezaron a manejar el idioma y nos adaptamos bien.

-¿Cómo es vivir en la NBA?
-Hay chicos que viven en Manhattan, pero nosotros no, estamos en las afueras. Es mucho más adecuado para criar a los chicos. Nos instalamos ahí, porque es muy parecido a donde estábamos en España.

-¿Y el vínculo con tus compañeros? ¿Es todo tan alocado como se supone?
-Tuve suerte en ese sentido, porque es una de las plantillas de la más vieja de la liga. Salvo Shumpert (Iman), que tiene 23 años, los demás estamos de 30 para arriba y cuando llegás a esa edad te tranquilizás. Todos tenemos hijos. Fue un vestuario muy agradable. Ellos se portaron muy bien conmigo, me la hicieron fácil. Cuando teníamos tiempo libre, cada uno estaba con su familia.

-¿Quién fue el que más te ayudó?
-Steve Novak, porque él ya había jugado con Manu y con Luis (Scola). Él ya tenía una amistad con ellos y enseguida cuando llegué se sentó conmigo en el vestuario. Me ayudó con el idioma, los americanos tienen una pronunciación difícil, dicen media palabra y te confunden. Pero a medida que los fui conociendo ya sabía cómo hablaba cada uno.

-¿También te ayudó que te conocieran Carmelo Antonhy y Tyson Chandler?
-Conocí a Tyson y a Carmelo en Barcelona y en Londres, y cuando llegué me recibieron como uno más. Y si ellos, que son de los más importantes de la plantilla tiene esa actitud con vos, todo es más sencillo.

-De la organización de la NBA, ¿también aprendiste cosas?
-Hay muchas charlas en las que te enseñan a cómo comportarte, cómo tratar a la prensa. Nosotros tuvimos una con el jefe de prensa, donde nos daba ejemplos, de cómo twittear, con ejemplos buenos y malos.

-¿Es real el respeto del jugador americano con el básquetbol argentino?
-Más que con el básquetbol argentino, se habla de los jugadores argentinos que han jugado en la NBA. Todos nos respetan, saben que somos jugadores que competimos, que somos profesionales, que luchamos, que tenemos calidad para hacerlo, que tenemos cabeza para estar. Ese respeto es gracias a Manu, a Luis (Scola), a Chapu (Nocioni), a Carlos (Delfino). Ellos han puesto al básquetbol argentino en el mejor nivel. Yo soy un beneficiado de todo el trabajo que ellos hicieron. Saben que jugué con ellos y por eso te respetan. Después uno tiene que revalidar eso en la cancha.

-¿Qué jugador te sorprendió cuando lo enfrentaste?
-Dos o tres. Russell Westbrook es un avión, juega a una velocidad diferente a la de toda la NBA. Chris Paul, es tremendo, cuando se enfoca y quiere anotar, te mata. Me cuesta con los bases chiquititos, como Jameer Nelson, de Orlando, que se te mete por todos lados. Me gustó el base de Portland, Damian Lilliard. Era un desafío para mí cada día, salir e intentar hacer el mejor trabajo defensivo de la mejor manera.

-¿Cómo fue la relación con Jason Kidd?
-Un placer. Tuve la suerte de compartir tiempo con él antes de que se retire. Creo que vemos el básquetbol parecido, porque hablamos muchos en los descansos, en los entrenamientos o cuando el técnico explicaba alguna acción. Fue un gran compañero, me ayudó mucho, me habló de rivales que yo no conocía, la verdad es que disfruté mucho.

-¿Qué te sorprendió de Nueva York?
-Muchas cosas, el Madison, las fotos colgadas de Ewing o Starks, y a los cinco minutos tenerlos charlando conmigo. El impacto es grande. Que venga Allan Houston y te hable como si estuvieses charlando con una migo de Río Tercero… Es un maestro Allan, es muy sencillo…

-No vas a estar en el Premundial en Venezuela. ¿Cómo fue comunicárselo a Julio Lamás?
-Quiero jugar cada torneo, porque en el equipo en donde más disfruto jugando, y con diferencia, es en la selección. Entonces quiero jugar cada año. Pero llega un punto donde los chicos comienzan a crecer, te demandan más, quieren estar más tiempo con uno. La familia necesita más tiempo. Ya no importa sólo lo que yo quiero. Entonces, siento que si no juego este torneo, no se resiente tanto la estructura. Siento que está Nico (Laprovíttola) y que está Facu (Campazzo). Y la verdad es que me voy a volver loco, cuando le dije a Julio que no iba a jugar me moría. Cuando empiecen a entrenarse me voy a desesperar. Es una lucha de sentimientos. Pero la familia necesita de mí y yo de ellos.

-El Mundial de España puede volver a reunir a algunos de los jugadores de la Generación Dorada. ¿Será la última vez?
-Desde hace un tiempo está la sensación de que el torneo que viene puede ser el último. Daba esa sensación antes de Londres. Después de eso, todos jugamos esta temporada, estamos a buen nivel y entonces todos pensamos, en el Premundial y creo que todos queremos jugar en España. Y hasta ahí llega nuestra visión. Creo que jugaremos ese torneo. Qué sentido tiene pensar si España va a ser el último. Quizá me siento bárbaro y quiero más. El documento muchas veces no cuenta. No vamos a durar para siempre, eso es claro y hay chicos que tiene que hacer su experiencia. Nos cuesta despegarnos, porque disfrutamos mucho jugando con el equipo.

-Mucho se habla de Manu y Luis como la cabeza, pero también es vital que los demás aceptan su rol, aun cuando todos son estrellas.
-Totalmente. Si no fuese así, el equipo no podría tener los éxitos que tuvo. Todos sabemos que Manu es el máximo exponente, que Luis es el complemento exacto. Que Chapu deja todo por el equipo. Todos tenemos nuestro lugar y nadie lucha por el lugar del otro. No voy a pelear por el lugar de Manu, como tampoco Carlos (Delfino).

-¿Cómo funciona un técnico en un equipo con tantas estrellas?
-Nosotros los conocíamos bien a los tres técnicos que tuvimos: Magnano, Hernández y Lamas. Entonces sabés cómo amoldarte a lo que quiere cada uno. Nosotros somos inteligentes y comprendemos qué le gusta a cada uno y cómo piensan. Ellos también saben que nosotros tenemos una línea de juego.

-Da la sensación de que ellos son los que se adaptan a ustedes.
-Puede ser. Es mutuo, se sabe cómo lleva el grupo uno y cómo el otro.

-¿Magnano fue el que más los marcó?
-Puede ser, pero creo que cada uno, en su momento, nos aportó cosas muy importantes. Quizá Rubén, si tuviese que trabajar ahora como lo hizo antes con nosotros, no tiene el mismo resultado, porque nosotros estamos más grandes.

-¿Se bancarían tanta exigencia?
-Por ahí no, nunca se sabe. Cada uno hizo un gran trabajo en el ciclo que le tocó. Julio hizo la transformación de la generación pasada a esta, después tomó la posta Rubén, después Sergio? Ellos fueron los entrenadores que moldearon al equipo en cada ciclo. Entiendo que ellos se adaptan a nosotros y nosotros a ellos. Cambiamos el chip con cada uno de ellos.

-¿El mejor básquet lo jugás en la selección?
-Y sí, sobre todo porque llevamos mucho tiempo jugando juntos. La sensación de salir a la cancha con los chicos, es única, es placentera. Incluso, perdiendo. Jugar con todos ellos es un placer.
LA NACION