Multitudinario recibimiento para el Papa durante su primer día en Brasil

Multitudinario recibimiento para el Papa durante su primer día en Brasil

Por Claudio Mardones
La última vez que Jorge Mario Bergoglio se subió a un avión para cruzar el océano Atlántico fue a fines de febrero, cuando todavía era cardenal primado de la Argentina y tuvo que salir corriendo por la renuncia de su amigo Benedicto XVI. Lo hizo por Alitalia, en la ruta Buenos Aires– Roma, con habitual pasaje de clase turista. Le dijo a sus colaboradores que volvería a su tierra en 15 días, porque nunca se imaginó que sería electo Papa. Desde aquellas horas han pasado cinco meses. El suelo que lo vio nacer sigue esperando su regreso, pero ayer esa promesa de retorno comenzó a cumplirse cuando el ex arzobispo porteño, ahora conocido como Francisco, se bajó de un charter de la misma aerolínea italiana, y puso un pie en Río de Janeiro para encabezar las Jornadas Mundiales de la Juventud 2013, la escena y el lugar elegidos por el Vaticano para el viaje inicial al extranjero del primer Sumo Pontífice de origen latinoamericano de la historia.
El aterrizaje se concretó media hora antes de las 16, pero la ansiedad por la partida se vivió desde las 4 de la mañana en la “Ciudad Maravillosa”. A esa hora, las principales cadenas del país transmitieron en vivo el despegue de la nave que 12 horas después llegó a Brasil con una comitiva de 120 personas, entre ellos, 70 periodistas que pagaron un promedio de 10 mil euros por asiento para tener acceso al Papa argentino. El nuevo Obispo de Roma volvió a sentarse en los asientos de clase económica, pero ante el primer pedido periodístico, Bergoglio contestó: “No doy entrevistas, porque, no sé, no puedo. Es así para mí, es fatigoso hacerlo.” La aclaración no es ninguna novedad para los periodistas argentinos, pero eso no le impidió mantener un buen clima en el vuelo con interlocutores que ahora tienen material para escribir, al menos, un libro. “Me siento como el profeta Daniel, he visto los leones, pero no eran tan fieros”, chicaneó Francisco.
Apenas pisó suelo carioca, el Papa fue recibido por la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, junto a las principales autoridades del país. El protocolo, con un palco especial montado en el Aeropuerto Tom Jobim, no duró más de 30 minutos. Fue el prólogo del recorrido que hizo el Papamóvil por las principales calles de Río, ante unas 50 mil personas que poblaron las veredas, bajo la llovizna pegajosa de unos días de invierno con 26 grados de térmica.
No estaba previsto en la agenda, pero el ex cardenal porteño decidió recorrer la ciudad y terminar en el Teatro Municipal. Cerca de las 17, la esquina de la céntrica Avenida Río Branco con Heitor de Melo estalló en gritos, flashes y aplausos ante la aparición de un Papamóvil abierto y con techo de vidrio. Adentro venía Bergoglio, saludando exultante ante miles de jóvenes que le gritaban “Viva o Papa” y “Esta es la Juventud del Papa”.
“No lo puedo creer, se me pone la piel de gallina cuando pienso que vine a verlo”, contó a los gritos desde el cordón de seguridad Andrés, un mendocino de 21 años que viajó 54 horas para llegar junto a sus compañeros. Cómo él, Ángela, de Tucumán, había tenido que pasar primero por Rosario para emprender hacia Brasil, pero nada le iba a quitar la posibilidad de ver a Francisco y vivarlo como si fuera un rockstar. Los dos son parte de la marea de jóvenes argentinos que llegaron a protagonizar las Jornadas y que, según la propia organización, ya aportaron la mayor cantidad de peregrinos desde el extranjero, y el máximo número de voluntarios para el mega evento.
Ante ellos, Francisco pasó dos veces antes de perderse en los interiores del teatro, y luego de pasar por las imponentes sedes del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BANDES), de Petrobras, y continuar, entre bendiciones y besos a bebés, por la sede del consejo municipal, el Museo de Bellas Artes y la Plaza Cinelandia.
Con un breve paso por la Catedral de San Sebastián incluido, habían transcurrido dos horas desde que pisó Río, pero Francisco ya se había metido de lleno en la ciudad más grande de América del Sur. Tanto que, antes de subirse al Papamóvil, su auto quedó demorado por más de cinco minutos en medio del infernal tránsito carioca.
Antes de las 20, Francisco fue trasladado al Palacio de Guanabara, sede de la Gobernación de Río de Janeiro, donde fue recibido por Rousseff. “Un hombre que viene del pueblo latinoamericano, de nuestra vecina Argentina, agrega más condiciones para crear una alianza de combate a la pobreza y de diseminación de buenas experiencias”, dijo la presidenta, y profundizó las coincidencias políticas: “Sabemos que estamos ante un líder religioso sensible y atento a las ansias de nuestros pueblos por justicia social y oportunidades para todos. Luchamos contra un enemigo común: las desigualdades en todas sus formas. Hicimos mucho y sabemos que aún hay mucho por hacer, y en ese proceso hemos contado con la asociación importante con la Iglesia.” Fue un reconocimiento al papel del episcopado brasileño para que 40 millones de habitantes superen la línea de pobreza con los programas sociales de las administraciones del PT.
El discurso de Francisco apuntó a los destinatarios de las jornadas que lo trajeron al continente. “No tengo oro ni plata –comenzó–, pero traigo conmigo lo más valioso: Jesucristo. Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo corazón y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo. La paz de Cristo esté con vosotros.” En idioma portugués, les habló “a los hombres y mujeres de los que depende en gran medida el futuro de estas nuevas generaciones”, porque, destacó, son “el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y por tanto nos impone grandes retos”.
Lejos del Palacio, en la playa de Copacabana, se lo podía ver en las pantallas gigantes que forman parte del escenario que lo recibirá el próximo jueves. Las jornadas recién comenzaron y la próxima estación será el santuario de Aparecida, donde Francisco bendecirá el lugar y dará una homilía acorde a las palabras de su anfitriona Dilma.
TIEMPO ARGENTINO