León Ferrari, un artista y militante de la provocación

León Ferrari, un artista y militante de la provocación

Controvertido y genial. Provocativo y talentoso. Tan criticado como reconocido. León Ferrari, uno de los artistas argentinos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, murió ayer, a los 92 años, en esta ciudad. “Lamentablemente debemos confirmar el fallecimiento de Ferrari”, señaló un vocero de arteUna, una red cultural entre cuyos promotores figuró el pintor y escultor.
Inmediatamente después de conocida su muerte, la noticia repercutió en las páginas culturales de los principales medios del mundo. Los críticos de The New York Times lo consideraron “uno de los más prominentes artistas conceptuales de la Argentina” y uno de los “cinco iconoclastas más polémicos de las últimas décadas”.
Activista defensor de los derechos humanos -debió exiliarse en Brasil durante la última dictadura-, centró gran parte de su obra en la crítica hacia el poder, y la Iglesia Católica fue uno de sus principales blancos. Con algunos miembros de la jerarquía eclesiástica mantuvo fuertes polémicas, fundamentalmente con el ex arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio, ahora papa Francisco, que cuestionó en 2004 una amplia retrospectiva de su trabajo en el Centro Cultural Recoleta. La muestra, integrada por provocativas obras consideradas ofensivas por sectores religiosos, fue calificada de “blasfema” por Bergoglio, y desató una amplia controversia que llegó a la Justicia. Ferrari no se quedó corto en su respuesta y atacó a la Iglesia por los “delitos que cometió en la Argentina y en otras partes”.
Fundador del antirreligioso “Club de impíos, herejes, apóstatas, blasfemos, ateos, paganos, agnósticos e infieles”, Ferrari fue polémico hasta el final y, en marzo pasado, cuando Bergoglio fue elegido Papa, expresó que el nombramiento le parecía “un horror”.
“Hoy despedimos su enorme talento, su mirada crítica y siempre lúcida, su opción por el compromiso. Hoy despedimos, con gran pesar, al maestro León Ferrari -dijo el secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia-. Ferrari llevó a fronteras inimaginables la relación política entre arte y sociedad. Puso rostro y nombre a la tragedia de la civilización occidental y cristiana. Configuró un mundo en el que los desastres provocados por el hombre podían ser interpretados trastocando los símbolos de la ideología dominante.”
Durante la última edición de la feria arteBA, la Secretaría de Cultura de la Nación lo había homenajeado al exhibir en su stand una serie de obras realizadas por el artista y pertenecientes al Museo Nacional de Bellas Aires. El año pasado, Ferrari presentó en el Malba una selección de 70 obras pertenecientes a las series “Brailles” y “Relecturas de la Biblia”, realizadas a lo largo de tres décadas y hasta entonces sólo parcialmente conocidas.

Arte que conmueve
Hernán Lombardi, ministro de Cultura de la ciudad, también lamentó su muerte, a la que calificó de “una gran pérdida”, y afirmó que “Ferrari conmovió y vigorizó al arte argentino”. Lo hizo en la red social Twitter, donde desde temprano se multiplicaron ayer los mensajes de usuarios lamentando el deceso. También fue un espacio donde se renovó la controversia sobre la particular visión del artista acerca del catolicismo.
Florencia Battiti, curadora de su última exposición, en el Malba, afirmó que Ferrari “era maravilloso, divertido, lúcido, inteligente, buen tipo, irreverente y un artista mayúsculo. Logró una obra comprometida políticamente y, al mismo tiempo, mantuvo un lenguaje del arte contemporáneo, nada panfletario”.
César Cigliutti, presidente de la Comunidad Homosexual Argentina, expresó: “Sentimos afecto y admiración por su obra, por su mensaje, su ideología, tan genuinas que logró algo que pocas personas pueden hacer: combinar todos estos elementos en obras de arte que son, y ése es nuestro consuelo hoy, inmortales”.
Estaba casado desde 1946 con Alicia Barros Castro y tenían tres hijos: Marialí, Pablo y Ariel. Sus restos eran velados en una ceremonia íntima en su casa, y hoy, a las 15.30, serán conducidos al cementerio de la Chacarita.
LA NACION