Fútbol y cine: la deuda eterna

Fútbol y cine: la deuda eterna

Por Ezequiel Fernández Moores
En los cines de Buenos Aires, el panzón del bar corta un avance, el emo desgarbado se tira a los pies, el cura sesentón se proyecta por su lateral, policía y preso marcan y quitan juntos. El equipo de Amadeo, goleador y pibe de barrio, es un rejuntado. Pero defiende la identidad de un pueblo. Le sirve para frenar la prepotencia millonaria del equipo de cracks patrocinado por multinacionales que comanda el Grosso, un Cristiano Ronaldo engreído y mal perdedor. El “bien”, la fuerza colectiva y solidaria de un pueblo unido, triunfa sobre el “mal”. En las canchas, en cambio, los barras se siguen matando a balazos. Sumaron el último domingo seis muertes en 2013. Casi doscientas en los últimos cuarenta años. Todos se cruzan culpas. Nadie asume responsabilidades. Mandan los “malos”. Y se van los “buenos”, porque el “Tata” Martino, la última esperanza de un fútbol más audaz, parte al Barcelona. Y su fino goleador, Ignacio Scocco, se va a Brasil. Metegol es una bella animación que arrasa en las boleterías de los cines. En nuestro fútbol de todos los días, las cosas suelen ser más injustas y complejas. Como la vida misma. Y, a veces, aun peor.
“La literatura sobre fútbol creció mucho en los últimos 20-25 años. ¿Es un refugio? ¿Un acto de resistencia? El fútbol se oscurece y el fútbol que nos emociona aparece entonces en los cuentos, con equipos de medio pelo, equipos de barrio.” Lo contó en la última Feria del Libro el escritor Eduardo Sacheri, el guionista más futbolero de Metegol, el exitoso film de Juan José Campanella. El equipo del pueblo de Amadeo (sin el intendente, que huye en helicóptero) va por la hazaña imposible ante el de los cracks consagrados de “el Grosso”. Lo mismo intentó también el equipo de presos de Escape a la victoria para ganarles a sus carceleros nazis en el muy discreto film de John Huston. O los presos de la cárcel de máxima seguridad que comanda el ex jugador Vinnie Jones en Juego duro . O el del orfanato del cura que gana con la ayuda de Pelé en Once más uno . Todos equipos modestos, como los de los films ingleses Small Town Story (1953) o The Match (1999), que salvan la desaparición de su pueblo. El Amadeo de Campanella quiere ganar de modo ético, sin la ayuda extra de los formidables Capi, Beto y Loco. Es el trío de ataque de los héroes de Metegol , muñequitos de plomo que cobran vida y nos hablan de “pasión”. Ellos también ayudan a salvar a un pueblo que no quiere perder su identidad, pero que, globalización mediante, carece de nombre.
La pasión dominaba también a los films de fútbol que producía el cine argentino más de medio siglo atrás. Pelota de trapo, Pelota de cuero, El crack, El hijo del crack, El centroforward murió al amanecer y El hincha , entre otros. “Dramas intensos, oscuros aunque cotidianos y populares, algo fatalistas y pasionales, en los que el fútbol, casi como el tango, es un amor tan profundo que acaba trayendo siempre problemas.” Así los describe el gran libro Fútbol y cine . El español Carlos Marañón, su autor, dice que ese cine argentino “se atrevió a retratar el fútbol como ninguna otra cinematografía, con una gravedad y una carga de dramatismo tan reales que asustan y que incluso se adelantan a los tiempos, respondiendo perfectamente al sentido casi religioso que el balompié sigue teniendo aún hoy para los argentinos”. Una línea, se lamenta Marañón, que luego no se profundizó. “Si por entonces surgían dramas de cierta amargura, imagínense de qué serían capaces ahora los (espléndidos) cineastas argentinos. Quizás han preferido dejar a salvo una de las cosas que más les gustan a los argentinos: el fútbol.”
Metegol , se sabe, nació inspirada en el cuento “Memorias de un wing derecho”, del Negro Fontanarrosa. Un wing derecho “en serio”, que abre la cancha “para que no se amontonen los forwards en el medio y que tampoco baja a marcar, si no “para qué mierda están los marcadores de punta”, y cuya misión principal es servirle los goles al número nueve. Corbatta, Bernao o Houseman no eran wines de metegol. Mucho menos Garrincha. Locos y geniales. Algunos también alcohólicos, como George Best, el “7” más cinematográfico de Manchester United. Ese número lo heredaron luego en el club inglés Eric Cantona y David Beckham, rebelde uno, marketinero otro, pero ambos también artistas de la pantalla grande. Y después llegó Cristiano Ronaldo, que trasladó su marca a Real Madrid, con las iniciales adosadas al número (CR7), como bien hubiese hecho el vanidoso Grosso de Metegol . Los wines comenzaron a mutar en Inglaterra, aun antes de la ley del offside de 1925, con el paso del esquema 2-3-5 a la más cautelosa W-M (3-2-2-3). Y con el tiempo, sabemos, el fútbol, como todo, se hizo más pragmático. Eligió amontonar jugadores para la batalla más conservadora del medio campo. Algunos DT, en nombre de la “evolución del fútbol” y de los equipos “más cortos” -y también menos anchos-, hasta pasaron del doble cinco al triple cinco. Son los que, si el reglamento permitiera poner un jugador más, usarían doble arquero: uno en el poste derecho, otro en el izquierdo. Por suerte, surgió el Barcelona que dirigió Pep Guardiola y que, aun con variantes, reinstaló a los wines en el gran escenario, incluso invertidos, como lo fue el primer Messi, o como Arjen Robben en Bayern Munich. Pero los wines bien abiertos, hay que decirlo, pasaron a ser piezas de museo. Y la extinción del viejo número 7, como la del enganche, atrajo a futboleros como el Negro Fontanarrosa. Pero no a Hollywood.
Sin aspiraciones de Oscar y sin presupuestos récord, la pantalla argentina nos muestra también en estos días otras formas de ver el fútbol. “En nuestro peor momento hicimos la bandera más grande del mundo”, dice, orgullosa, una hincha de River en el documental Esos colores que llevás , de Federico Peretti. En pleno descenso a la B, hinchas, no barras, hicieron una bandera roja y blanca de 7829 metros, casi 8 kilómetros, 2500 kilos que precisaron de 60 personas y casi tres horas para levantarla y pasearla hasta el Monumental, en una caravana de 130.000 personas. Una fiesta de pasión sin incidentes, retratada en un film bien futbolero, que no precisa de ciertos ritos del llamado “folklore” y por eso prescinde deliberadamente de las palabras “Boca” o “Bombonera”. “Es que el fútbol tiene que unir, no dividir”, dice Nigel, inglés, voz clave de Copa Hombre Nuevo . Una película de fútbol , realizada por Colectivo Hombre Nuevo y la dirección de Esteban Giachero, ya exhibida en el Gaumont y en el Monumental y de gira por el país. Filmada durante un torneo que enfrentó a equipos de la Argentina, Inglaterra, Chile y Brasil, entre otros países, la Copa Hombre Nuevo, cuya idea nació hace 26 años en un pub inglés, busca “gritarle a la FIFA que otro fútbol es posible”. Porque, lejos de ser “el opio del pueblo”, el fútbol “es un derecho” y porque, según dice José, chileno, “el fútbol libera adrenalina, y la adrenalina disfraza el dolor”. En otro formato, el colega Andrés Burgo documentó en Despertate , el programa de Gonzalo Bonadeo en TyC Sports, que el progreso también puede ser bueno. Que no sirve idealizar siempre el pasado ni la identidad como refugio que teme al cambio. Lo muestran hinchas de Deportivo Morón, que después de siete años de debate despidieron a su cancha de medio siglo a cambio del impecable Nuevo Francisco Urbano, para 32.000 personas, de inauguración inminente.
“El cine -escribe Elías Querejeta en la introducción de Fútbol y cine – no tiene problemas con nada excepto con el fútbol.” “Lo normal -añade- es que las películas de fútbol se derrumben cuando el fútbol entra en acción.” Porque “no encaja la maravilla del juego”. Porque “es el más coral de los deportes”, porque es “demasiado complejo” o porque no nació en Estados Unidos, y Hollywood, entonces -dice Querejeta-, “nunca consiguió entenderlo”. Hollywood quizá premie a Metegol , un trabajo enorme y de formidable factura técnica. Pero que, como aclara el propio Campanella, no es una película de metegol. Y tampoco de fútbol.
LA NACION