Enérgica condena del Papa a la legalización de las drogas

Enérgica condena del Papa a la legalización de las drogas

Por Elisabetta Piqué
No a la plaga del narcotráfico que favorece la violencia; no a los “mercaderes de la muerte, que siguen la lógica del poder del dinero a toda costa”; no a la liberalización del consumo de drogas, “como se está discutiendo en varias partes de América latina”.
Desde lo que calificó como un “santuario particular del sufrimiento humano”, el Hospital San Francisco de Asís, de esta ciudad, donde tratan a indigentes y adictos a las drogas, Francisco volvió a ponerse ayer del lado de los marginados, los que sufren. Tras condenar con fuerza el flagelo del narcotráfico y exhortar a la sociedad a tener valor para detenerlo, llamó a los jóvenes a “no dejarse robar la esperanza”.
En una jornada marcada por un frío inusual y lluvias torrenciales, después de haberse mezclado entre la multitud en Aparecida, un santuario a 200 kilómetros donde estuvo por la mañana, la visita de Francisco al hospital estuvo cargada de momentos de gran vibración.
Lo más emotivo fue cuando abrazó con fuerza a jóvenes adictos en tratamiento, que antes le habían contado sus experiencias entre lágrimas. Entonces, tal como había ocurrido en Aparecida, cuando encomendó su pontificado a la patrona de Brasil, Francisco se emocionó. Se puso de pie y se fundió en un abrazo con cada uno de los chicos, los “nuevos leprosos” del mundo.
El Papa, que fiel a su estilo cercano no dudó en empaparse bajo la lluvia para saludar a muchísima gente, desde enfermeras hasta pacientes y peregrinos que viajaron para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), empezó su discurso aludiendo a San Francisco. “Es bien conocida la conversión del joven Francisco, que abandona las riquezas y comodidades del mundo para hacerse pobre entre los pobres”.
“Se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso”, recordó.
Directo y sin vueltas, Francisco explicó que no es la liberalización del consumo de drogas, “como se está discutiendo en varias partes de América latina”, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la drogadependencia.
Varios ex presidentes de la región, como el brasileño Fernando Henrique Cardoso, el colombiano César Gaviria y los mexicanos Ernesto Zedillo y Vicente Fox están promoviendo un nuevo enfoque para combatir el narcotráfico, que incluye la legalización de las drogas. En Uruguay, en tanto, el presidente José Mujica impulsa un proyecto para despenalizar la producción y el consumo de marihuana.
“Es preciso afrontar los problemas que están en la base de su uso, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza en el futuro”, exhortó Francisco.
Tras sentenciar que “todos debemos aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco”, destacó que “hay muchas situaciones en Brasil, en el mundo, que exigen atención, cuidado, amor, como la lucha contra la dependencia química”.
“¡Cuántos «mercaderes de muerte» que siguen la lógica del poder y el dinero a toda costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad”, disparó.
Hablando en portugués, pero con un marcado acento argentino, el Papa también subrayó que “abrazar no es suficiente”. “Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad, al que ha caído en el abismo de la dependencia, tal vez sin saber cómo”, pidió.
Dirigiéndose a los adictos en tratamiento en el Hospital San Francisco de Asís y a todos los que en el mundo están en proceso de rehabilitación o enganchados en las redes de la droga, transmitió luego un mensaje de profundo optimismo, similar al que lanzó por la mañana desde Aparecida.
“Queridos amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas están con ustedes. Miren con confianza hacia adelante, hay un futuro cierto que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día”, dijo.
“¡Quisiera repetirles a todos ustedes: no se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: no robemos la esperanza. Más aún, hagámonos todos portadores de esperanza!”, insistió, y la audiencia reaccionó con aplausos.
Es un llamado que Jorge Bergoglio solía hacer cuando era arzobispo de Buenos Aires y en las villas veía los estragos del paco, y que no deja de repetir desde que fue elegido para el trono de Pedro, el 13 de marzo pasado.
Como hizo cuando peregrinó hace menos de un mes a la olvidada isla de Lampedusa, al sur de Sicilia, para llamar la atención sobre el drama de los inmigrantes clandestinos, víctimas de la “globalización de la indiferencia”, el Papa recurrió a la Parábola del Buen Samaritano.
“La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Sólo un samaritano, un desconocido, lo ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura”, evocó.
“Queridos amigos, creo que aquí, en este hospital, se hace concreta la Parábola del Buen Samaritano. Aquí no existe indiferencia, sino atención; no hay desinterés, sino amor”, destacó. “La Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto. El Señor está cerca de ustedes y los toma de la mano. Vuelvan los ojos a Él en los momentos más duros y les dará consuelo y esperanza”, también pidió, al cerrar su discurso. Luego rezó el padrenuestro en portugués con los participantes del encuentro.
Como hizo en Aparecida, Francisco volvió a bendecir, besar, y abrazar a todo el mundo al marcharse, sin ocultar nunca su amplia sonrisa. Fiel a su estilo low cost, y más allá de las polémicas por su seguridad, volvió a subirse en un humilde Fiat Idea para trasladarse hasta la residencia de Sumaré, donde se aloja.
LA NACION