El caso Detroit muestra hasta qué punto en Argentina las crisis se resuelven de otra manera

El caso Detroit muestra hasta qué punto en Argentina las crisis se resuelven de otra manera

Por Martín Burbridge
¿Puede quebrar una ciudad argentina como le está sucediendo a Detroit? El reciente anuncio de que la cuna de la industria automotriz de EE.UU. solicitaba colocarse bajo la protección de la ley de quiebras, como mecanismo para salir de la profunda crisis económica que la atraviesa, sirve para plantear cómo sería el caso en nuestro país. Y para recordar que la ciudad de Santa Fe, de similar tamaño que Detroit (unos 700.000 habitantes), tuvo que atravesar una crisis económica de proporciones hace una década atrás, resuelta de manera muy distinta.
A primera vista, Detroit y Santa Fe no parecen tener demasiados puntos en común. La decadencia de la gran ciudad del norte de EE.UU. se ha extendido durante décadas, vivida en paralelo al desmantelamiento de la industria del automóvil, que desde los años ’80 viene sufriendo por la competencia de las terminales japonesas.
Mientras que en el caso de la capital provincial, su descenso a los infiernos fue rápido y brutal, tras la terrible inundación que en 2003 anegó toda el área sur de la ciudad, cuando una crecida extraordinaria del río Salado superó los diques de contención que no se habían terminado de construir y provocó que en algunos barrios se acumularan hasta 14 metros de agua.
En ese sentido, la crisis de Santa Fe suele ser comparada más con la de Nueva Orleans, provocada en 2005 por la inundación que trajo el huracán Katrina. En cambio, en la Argentina no existe un caso tan parecido al de Detroit, en el que una ciudad se va dejando llevar por la decadencia de su principal sostén económico y que, a la hora de buscar una salida a la crisis, tiene que arreglárselas sola y sin ayuda del Gobierno Nacional o provincial.
Es que en nuestro país no está contemplado en la Ley de Quiebras que una comunidad pueda caer en bancarrota; a lo sumo es el Estado quien se hace cargo de una situación financiera terminal. Lo que implica que, en un caso como el de Santa Fe, el costo de la reconstrucción (se estima que fue de u$s 1.500 millones) fuera afrontado por toda la provincia.
Por supuesto que Detroit intentó que el gobierno del Estado de Michigan le diera una mano para afrontar su gigantesca deuda (equivalente a u$s 18.500 millones). Pero como la ciudad cuenta con un alcalde demócrata y el Estado es gobernado por los republicanos, la ayuda nunca llegó y, en cambio, fue designado un administrador de emergencia para definir cómo resolver la quiebra municipal, que ha pasado a convertirse en la mayor de la historia de EE.UU..
¿Qué hubiera pasado si en la Argentina rigiera una ley de quiebras municipal como la de EE.UU.? Probablemente, en el caso de Santa Fe, hoy su calidad de vida sería muy inferior: muchos se habrían mudado tras la crisis (en Nueva Orleans se redujo la población a la mitad después de la inundación), el desempleo habría crecido de manera exponencial por el cierre de empresas (en Detroit llegó al 28% en el peor momento de la crisis subprime en 2009), la inseguridad sería endémica (el número de crímenes es en Detroit cinco veces mayor que la media nacional), habría barrios enteros abandonados (con la crisis inmobiliaria que eso provoca) y la recaudación municipal se encontraría por los suelos, al igual que los servicios públicos (dos tercios de las ambulancias de Detroit no funcionan y hay barrios enteros sin alumbrado público).
Y sin embargo, varios de estos aspectos del círculo vicioso en que se convierte una ciudad en crisis fueron vividos por los santafesinos tras la inundación de 2003. La ciudad se convirtió en la más violenta de la Argentina, la crisis dejó a miles de personas en la calle (se calcula que un tercio de los habitantes fue afectado de distinta forma por las inundaciones), hubo barrios abandonados (sobre todo en las áreas más dañadas) y el desempleo creció a la par de la crisis, puesto que toda el área rural vecina fue perjudicada (un total de 2 millones de hectáreas quedaron bajo el agua y 5.000 establecimientos agropecuarios dejaron de funcionar).
Pero la ayuda pública fue clave para que la ciudad se reconstruyera bastante rápido y que la crisis no se profundizara como en Detroit. Además, los precios récord de los commodities agrícolas también hicieron lo suyo para que toda la región de Santa Fe se recuperara en pocos años y la ciudad no perdiera parte de su población.
En cambio, a Detroit le espera un largo vía crucis por delante. Si la Justicia federal acepta el pedido de quiebra, le permitirá al administrador Kevyn Orr negociar con los 100.000 acreedores quitas suficientes para sanear las finanzas públicas y poner el barco otra vez a flote.
El servicio de su deuda se lleva casi la mitad de los ingresos públicos, por lo que las soluciones viables son todas drásticas. Desde vender el patrimonio del Detroit Institute of Arts, museo que alberga una las mejores colecciones de pintura del mundo (tiene obras de Picasso, Rembrandt, Bruegel y Matisse, entre otros), símbolo de la época en que Detroit era la capital mundial del automóvil y que, según los expertos, con la venta de sus 66.000 piezas se podría cubrir el bache financiero.
O la reestructuración de la deuda municipal y la quita de hasta un 75% de su valor, incluidas las “General Obligations”, títulos públicos protegidos del riesgo de default por la promesa de cada municipio de aumentar los impuestos para honrar su pago. Si Orr logra que se apruebe esta fenomenal quita, que recuerda a la que aplicó el Gobierno de Néstor Kirchner a la deuda argentina en 2003, parte del problema de Detroit estaría resuelto, pero a costa de que suba el costo de financiamiento de los demás municipios estadounidenses. Es decir que, al igual que en Santa Fe, la crisis de Detroit terminaría siendo pagada entre todos.
EL CRONISTA