Cómo financiar un emprendimiento científico

Cómo financiar un emprendimiento científico

Por María Gabriela Ensinck
Una temporada en la Antártida le alcanzó al biotecnólogo e investigador Sebastián Calvo para agotar todo tipo de temas de conversación con sus colegas. De una de esas charlas, con un científico noruego especialista en krill (el organismo que sirve de alimento de las ballenas), surgiría años más tarde una buena idea de negocios.
Uno de los disparadores fue la inocente pregunta de un compañero de trabajo aficionado a la acuicultura: “Vos, que sos biotecnólogo, ¿no sabés cómo puedo conseguir artemia, un alimento para peces?”. Un poco por curiosidad, y otro tanto por orgullo profesional, Calvo empezó a investigar el asunto junto a una ex compañera de facultad, Cintia Hernández. Los científicos indagaron vida y obra de la artemia, un orgtanismo difícil de conseguir, cuyos huevos son el alimento preferido de otros crustáceos y peces de mar.
“El mercado de la artemia está muy concentrado. Hay unas 20 empresas en el mundo que la extraen de lagunas pero, a la vez, depredan el ambiente. En el país, había un productor en Bahía Blanca, pero el cambio climático y el agotamiento del recurso terminaron con su negocio”, dice. “Nosotros desarrollamos un método de producción y envasado de los huevos deshidratados al vacío, que no requiere refrigeración, con lo que se puede exportar a bajo costo y conservan sus propiedades por cuatro años”, cuenta.
Por entonces, año 2007, Calvo y Hernández trabajaban en una firma de alimentos y de tratamiento de agua, pero querían tener su propio emprendimiento. Así se inscribieron en un concurso de jóvenes emprendedores del banco Santander Río. “Mandamos un correo electrónico y nos pidieron un plan de negocios. No sabíamos lo que era”, confiesa Hernández. Averiguaron, investigaron y redactaron el primer business plan de Biosima, hoy, una firma biotecnológica.
Con sorpresa, resultaron ganadores de $ 20.000 más un curso de formación de emprendedores y una incubación en el IAE, la escuela de negocios de la Universidad Austral. “Empezamos a desarrollar las pruebas dentro de piletones en el patio de Sebastián, y reformulamos el plan de negocios para apuntar al mercado global”, dice Hernández.
En el programa de incubación, Calvo y Hernández conocieron a dos inversores que contribuyeron con u$s 30.000 y se convirtieron en socios, aportando tiempo, management y contactos. Al año siguiente (2009), se presentaron a la primer convocatoria de Empretecno, el fondo sectorial destinado a la creación de Empresas de Base Tecnológica de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, en el Ministerio de Ciencia.
Esta herramienta cubre el bache existente entre el capital semilla y la financiación que necesita un proyecto de alta tecnología y riesgo (que, en general, ningún banco otorga, dado que lo que evalúa son los balances y no la proyección del negocio a futuro). “Nos otorgaron $ 2,5 millones para la construcción de la planta, en la localidad de Abasto (Gran La Plata), y aportamos otros $ 800.000 de inversores privados. Sumamos un ingeniero y un técnico para el diseño y desarrollo de equipamiento para automatización y control del proceso y este mes iniciamos la producción a escala industrial”.
En los próximos dos años, planean incorporar a otras 20 personas al negocio. Al mismo tiempo, los socios analizan abrirse a otros mercados. En principio, apuntan a Ecuador, Brasil y México, los grandes productores de camarones de la región. “Es increíble pero, de estar en un laboratorio, pasamos a diseñar máquinas, líneas de producción, hacer proyecciones financieras, revisar contratos, tramitar habilitaciones. Hay que hacer un poco de todo”, confiesa la biotecno-emprendedora.
No conforme con eso, los fundadores de Biosima ya están buscando nuevos horizontes y nichos de producción. “Somos una empresa de desarrollos biotecnológicos. Estamos desarrollando un sistema de cultivo de microalgas para bioremediación (descontaminación de agua por procesos biológicos), o para utilizarlas como vector de vacunas”, adelantan.
El caso de Biosima no es aislado. En la Argentina, hay más de 20 instrumentos de financiamiento para promover la investigación y desarrollo (I+D) en las pymes, fomentar la creación de empresas de base tecnológica (EBT) e incorporar tecnología en los procesos productivos. Entre 2008 y 2011, se ejecutaron más de $ 1.731 millones de para financiar proyectos de I+D, modernización de equipamiento, mejora de infraestructura e incorporación de recursos humanos, a través de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.

Haciendo camino
A principios de la década del ‘90, cuando el biólogo Mauricio Seigelchifer decidió pegar el salto desde la investigación y la academia al emprendimiento propio, debió enfrentar dificultades de todo tipo. “No estaba bien visto ir a pedir un subsidio para un proyecto empresarial a la por entonces Secretaría de Ciencia y Técnica”, cuenta el socio fundador de PharmADN, un laboratorio de biotecnología que fabrica anticuerpos monoclonales para medicamentos oncológicos y enfermedades autoinmunes.
Tras recibirse en la Universidad de Buenos Aires, hacer un posgrado en los Estados Unidos y volver para trabajar en unafirma del sector, Biosidus, Seigelchifer y cuatro colegas crearon GenArgen (por Genética Argentina), empresa que desarrollaba moléculas como eritropoyetina (para el tratamiento de la anemia) e interferón alfa (diabetes I). “Trabajamos para el laboratorio Pablo Cassará”, cuenta el emprendedor. A mediados de los ‘90, se vincularon con un laboratorio alemán (Rhein Biotech), con el que desarrollaron una vacuna para la hepatitis B. Pero cuando esta compañía fue adquirida por otra, Seigelchifer y sus socios “se abrieron” y crearon PharmADN para dedicarse a los anticuerpos monoclonales, el hallazgo de César Milstein, premio Nobel de Medicina, en 1984.
Dado el nivel de inversión que se requiere en este rubro, la clave fue buscar un socio que aportara capital, infraestructura y conocimiento del negocio. En este caso fue mAbxience, la empresa de biotecnología de Grupo Insud, de capitales argentinos. La construcción de esta planta, única en Sudamérica por su tecnología y normas de bioseguridad (incluye biorreactores desechables), demandó una inversión de u$s 15 millones, con el apoyo del Fondo Sectorial (Fonarsec) de Biotecnología del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. En 2014, la planta estará en funcionamiento. El primer paso es sustituir importaciones con medicamentos de alto impacto y a costo más accesible. Y, a partir de allí, el mercado ser global.
EL CRONISTA