Rosa Montero: “Ser un buen escritor es conquistar cada vez más libertad”

Rosa Montero: “Ser un buen escritor es conquistar cada vez más libertad”

Por Loreley Gaffoglio
Rosa Montero está de estreno. Acaba de publicar un libro atípico e inclasificable dentro de su profusa narrativa y debutará en TV con Dictadoras, una serie documentales sobre las mujeres de Stalin, Mussolini, Hitler y Franco, y sobre el rol que ocuparon en el detrás de escena de la historia. “Nunca imaginé que me iba a picar el bichito de la TV, pero me pasó”, reconoce esta madrileña vital, que se mueve por Buenos Aires como pez en el agua. Montero presentó en la Feria del Libro La ridícula idea de no volver a verte, su última creación, un contrapunto biográfico entre su propia vida y la de Madame Curie, lleno de intimidad y confidencias, pero con un rasgo distintivo: la inclusión de hashtags de Twitter, y una libertad estitística como guiño explícito a la cultura digital.

-¿Por qué decís que éste es un libro al margen de todos los demás? ¿Hay en él un mayor énfasis de indagación y audacia?
-Porque es el más distinto y más libre, sí. Creo que ir madurando como escritora, ir siendo mejor escritor, es ir conquistando cada vez más libertad. La libertad de las convenciones literarias pero también de tus prejuicios, de tus necesidades, de las dependencias de las miradas ajenas. Saber escribir es tener libertad para dejarte atravesar por la historia que quieres contar. Porque las historias se escriben desde el inconsciente y así se las enriquece.

-En el estilo y los muchos guiños a lo digital se perciben como una exploración de los límites y de la libertad para escribir.
-Como escritora esa indagación estilítica siempre está. Y la síntesis conceptual de Twitter está porque la uso en mi vida cotidiana y me permito incluirla en mi literatura. No me ha sido nada fácil conquistar la libertad que hoy tengo.

-¿Cómo se logra?
-Pues pensando mucho, escribiendo mucho. Desde niña he tenido una inmensa fantasía, pero debí reprimirla porque era la parte femenina que no se valoraba. Sólo te respetaban si eras capaz de mantener una discusión lógica en las bases racionales. Así debí potenciar mi parte lógica. Entonces he tenido una parte fantástica sojuzgada, incluso en mis novelas, hasta que he podido liberarme. Y eso fue a los 39. Fíjate lo que me costó.

-¿Por qué elegiste a Curie?
-¿O por qué ella me eligió a mí? Creí que la conocía, pero cuando empecé a leer todas sus biografías me di cuenta de que hay una Madame Curie todavía más fascinante. Su vida toca todos los temas centrales del siglo XX: qué hacer con la propia vida, cómo luchar, qué hacer con la ambición para que no te destruya, y con el deseo; lo importante que es la perseverancia, lo que es la pasión, la razón. Creo que tengo muchísimos puntos de contacto con ella, sólo que ella es gigantesca y me eligió.

-Hablás del dolor, en el caso de la trágica muerte del esposo de Curie, y también del tuyo, como algo indecible, que no enseña nada sino que enmudece.
-Detesto la mitificación del dolor. Porque el dolor sólo te enseña si no te destruye. Pero algo hay que hacer con él. ¿Qué armas tenemos contra él? Pues, desde el principio de los tiempos, el ser humano ha utilizado la creatividad y la belleza contra el dolor. Georges Braque, el pintor francés, decía que el arte es una herida hecha luz, y es así. El arte es lo más poderoso que tenemos los seres humanos contra el dolor y el sin sentido, sin duda. Entonces tenemos que hacer algo contra él. Y no es que el dolor nos permita ser artistas, es que el arte y la creatividad nos permiten defendernos del dolor.

-¿Hubo otros libros donde usaste un personaje como contrapunto de tu propia vida?
-No, porque siempre escribo libros diferentes. Isaiah Berlin decía que había dos tipos de escritores: el erizo, que se enrosca sobre sí mismo y siempre escribe la misma novela, profundizando, y el zorro, que va caminando por el paisaje buscando horizontes nuevos. Soy zorro e intento escribir desde donde no sé escribir. Esa es mi aventura, si no me aburre.

-¿La literatura como búsqueda?
-Uno siempre habla de lo mismo, y hasta extremos increíbles. Y lo que quieres es encontrar una manera de decirlo mejor, de forma más profunda y más bella. Pero yo termino siempre lamiendo mis propias heridas.

-En el ibro, se te ve bastante. ¿Te sentís cómoda con esa exposición?
– Sí, pero creo que soy bastante prudente a la hora de hablar de mis cosas. O sea que soy más bien púdica. Algunos me han dicho que hablo poco, que tendría que hablar más.

-¿Cómo lo medís?
-Uno escribe con la intuición, que es una sabiduría empírica. La intuición se basa en algo que has hecho 20.000 veces y has aprendido de ello. La intuición no sale de la nada, sale de un trabajo anterior muy grande.

-Contás que estudiaste psicología porque creías que estabas loca.
-Sí, eso muy habitual entre psicólogos. Yo tuve crisis de angustias y visiones de túnel, a los 16, a los 21 y a los 29 y luego se acabó. Entonces, estudié para ver qué me pasaba y qué era eso de la angustia. Vi que era normal e hice mi trabajo, claro. Uno tiene que aprender a vivir con lo que es, y yo sé que soy una neurótica.

-¿Cuál creés que es el futuro de la literatura cuando la gente lee y escribe en 140 caracteres ?
-Internet no atenta contra la literatura ni la condiciona. Hoy todos los best sellers tienen 800 páginas. Creo, incluso, que la favorece: te permite publicar novelones larguísimos, escribir corto y largo. No es cierto que las tecnologías empobrecen el contenido. La lectura siempre ha sido minoritaria y hoy esa minoría es más grande que nunca. La novela y la narrativa están en perfecto estado de salud. Donde sí hay un problema es en el mundo del libro como comercio y en cómo nos adaptamos a la cultura digital. En eso estamos ahora en el desierto, pero el acuerdo llegará porque la sociedad necesita de los cantantes, de los escritores, de las editoriales y los periódicos. El tema es el mientras tanto.

-¿Qué relación tenés con las redes sociales?
-Las uso mucho. Sobre todo soy muy facebookera ; Twitter me interesa menos, pero estoy. Me llevan mucho tiempo, pero me permiten una relación con la gente muy interesante.
LA NACION