“Paco Regular” fue el más malo de los “crotos”

“Paco Regular” fue el más malo de los “crotos”

Por Mariano Wullich
“Socabón de cardal hecho tapera/ y más entoavía dentro el alma,/ lienzo que se hace un lao a la gotera/ y un porqué sin final en cada marcha.”
Así les cantaba José Larralde a los crotos y, seguía: “Le llaman croto, sin saber que habita/en cada humanidad que se transita,/ que es una fragua abierta a la miseria,/ donde se funde cada flor marchita”.
Brillantes definiciones y estrofas de lo que es o era un linyera de campo (croto), pero más allá de la historia que les dejó el apelativo, seguramente, el gran poeta no se refirió a “Paco Regular” ¡el más malo de los crotos!
“¿Quién anda ahí?” le pegaban el grito los peones de estancia: “¡Paco Regular!”, contestaba el “macaco”, mientras se preparaba para hacer noche debajo de un tamarisco, amansaba a los tres “cuzcos” que lo acompañaban, hacía un fuego y pedía galleta, azúcar, sal, yerba y algo de carne de oveja, antes de partir en la mañana.
Así fue y todavía lo es algunos lugares del campo argentino. Siempre, y como una obligación no escrita, a los crotos se le dejaba pasar la noche en el casco de la estancia, por allí, cerca de los bretes y con las vituallas señaladas.
Pero con Paco era distinto. Quien esto escribe lo conoció cuando chico, a sus doce años, en la matera de la Santa Teresita, de los Inciarte. Allá en La Pampa, más exactamente en Trebolares, frente a las 7 leguas del campo de Atucha y a unos kilómetros más lejos de General Pico. Fue una noche de sábado, junto al viejo Baigorria, el mensual que se había quedado de nochero, mientras la peonada se había ido a pasar el franco al pueblo.
Don Baigorria, el padre de Aniceto (esa será otra historia), terminaba una pata de cordero en la matera, noche de vino y salmuera. Y, allí estábamos tres chicos cuando el fuego dejó ver la cara de un hombre más curtido que un cuero viejo.
“¿Ajá?”, dijo “¡Acá hay cuatro para el paté de foie!” La amenaza nos dejó duro a los chicos, porque sabíamos que Baigorria apenas podía montar para recorrer el campo, pero nunca para hacerle frente a “Paco Regular”. Todavía, no se que se le pasó por la cabeza “al loco”, quien pegó media vuelta y se volvió para su fuego mientras los chicos temblaban y. ¡yo también!
“Paco” ya había echado historia en gran parte de la pampa húmeda, casi de novela radial, como si se tratara de la del famoso bandido Juan Bautista Bairoletto.
Pasaron los años, se alimentó el mito del croto malo, aquel chico dejó los años de la adolescencia y, ya cronista de este diario pasó unos días en la estancia Tierra del Fuego, de Adolfo Augusto Inciarte. El campo estaba a unos pocos kilómetros del pueblito de Dorila y a otros más de Pico, casi pegado al haras Pavón, de los Mitre.
Ya había pasado el sereno y allá, por atrás de los silos, cerca del galpón y de una hilera de eucaliptos se oyó un ruido. ¡¿Quién anda ahí?!, grito “Pichón”, el capataz de la estancia: “¡«Paco Regular», y me voy cuando quiero!”, tronó la respuesta.
“¡Andate, «Paco»!” le gritó Pichón. “¡Te dije que cuando quiero!”
Fue entonces que el capataz buscó la carabina, tiro tres tiros amenazantes y el croto desapareció en la noche sin luna.
De él quedaron las historias de miedo que se propalaron de Dorila hasta Quemú y de Trebolares hasta Alvear.
Por eso, en las noches de esos pagos camperos, los advertidos no preguntan quien anda ahí. Es que la respuesta puede ser: “¡Paco Regular!”.
LA NACION