Leonardo Padura: “Todavía hoy existen prejuicios con respecto a la novela policial”

Leonardo Padura: “Todavía hoy existen prejuicios con respecto a la novela policial”

Por José María Brindisi
Leonardo Padura, el mismo que en otra época utilizaba el compuesto Padura Fuentes y que en ésta es sinónimo de literatura policial merced a la obra y vida de su detective, Mario Conde, ha sido víctima durante estas décadas de trayectoria literaria de una serie de prejuicios recurrentes. El primero está relacionado con el género de (la mayoría de) sus novelas, siempre pidiendo permiso para colarse en la academia. El segundo, con el hecho aparentemente extraordinario de que continúe viviendo en Cuba, incluso en la casa en la que nació, como si se descontara que el escritor de éxito debía huir de su tierra para hacer pie en un sitio mejor, una realidad imprecisa o fantasiosa si se piensa, por ejemplo, en la Europa de hoy. Por último, que justamente por residir en la isla debía medir siempre sus palabras, escritas o habladas; equívoco que cualquier lector o escucha atento despejará de inmediato a partir de las resonancias de fuerte tinte social que suelen desplegar sus argumentos y, asimismo, de sus críticas al gobierno de su país, que sin embargo siempre están teñidas de un reconocimiento esencial respecto de los términos en que se desarrolla la pelea de fondo.
Autor de alrededor de una veintena de títulos entre novelas, cuentos, ensayos, reportajes y crónicas, por estos días Padura estará de visita en nuestro país, más precisamente como uno de los invitados estrella de la Feria. Dándole razón a ese otro prejuicio que habla de la innata y proverbial simpatía cubana, aceptó una entrevista vía e-mail con adncultura en la que empezó recordando con placer su primera visita al país, allá por 1994, en la que pasó por todos los clichés porteños: cantidad de asados, fideos en Pipo, cafés en Clásica y Moderna, visitas a La Boca y Tigre, al cementerio de la Chacarita. Hasta tuvo tiempo de ir a ver a Pinti al teatro. “Todo gracias a la generosidad de varios amigos, porque yo andaba con muy poca -casi ninguna- plata. Me sentí como un explorador al que se le abrían todas las puertas. No sé por qué cantidad de misterios no había vuelto aún a la Argentina, y lo hago ahora con mucha expectación.”

-Su nueva novela, El hombre que amaba a los perros , parece haberlo situado en otra escala de la consideración general, lo que tal vez evidencie una nunca del todo asumida subvaloración del género policial, en el que usted ha dejado ya su marca. ¿Siente que con esa novela han terminado de reconocerlo?
El hombre que amaba a los perros y La novela de mi vida , que no son consideradas novelas policiales, son las más policiales de mis novelas. Sólo que no hay policías investigadores ni otros recursos propios del género. Hace un par de meses, mientras mi esposa y yo hacíamos el argumento para el cine de Pasado perfecto , mi primera obra con el personaje de Conde, una novela que todos consideran policial, nos dimos cuenta de lo poco policial que era, y tuvimos que empezar a trabajar buscándole aristas, episodios, estructuras más policiales. Sin embargo, los misterios, crímenes, enigmas, ocultamientos que hay en las historias o argumentos de esas dos novelas “históricas” son esencialmente policíacos… ¿Cómo si no escribir una novela de más de quinientas páginas y mantener la expectación del lector, si se trata de una historia real en la que, desde antes de leerla, todos saben que Trostki fue asesinado por Mercader? Pero, como dices, todavía hoy -¡todavía hoy!- existen prejuicios con respecto a la novela policial, pues muchos críticos y hasta lectores -por no hablar de académicos desfasados- la consideran un género menor. Y eso no es cierto ni justo… Creo, de cualquier manera, que El hombre … es una novela compleja, ambiciosa, polémica, pero, sobre todo, que ha tocado fibras que todavía nos duelen a muchas gentes en el mundo, hayan vivido o no -como he vivido yo- la experiencia de pasar su vida en un país de socialismo real. Y el hecho de que sea una novela escrita por un cubano que vive en Cuba ha despertado más interés. Pero te confieso otra cosa: mi novela menos vendida es La novela de mi vida , y estoy seguro de que es mi mejor novela, la obra donde mayor equilibrio consigo entre personajes, historia, estructura, lenguaje, y la que cuenta una historia más visceral y desgarradora.

-Sus últimos dos libros -incluido el que está en preparación, Herejes- lo acercan a una literatura más expansiva, que dialoga fuertemente con el pasado y que, por tanto, le ha exigido un profundo trabajo de investigación. ¿El Padura de los próximos años seguirá por esa misma senda, definitivamente alejado de las peripecias de Mario Conde?
-Sí y no, entre otras razones porque en Herejes aparecen Rembrandt y Menasseh ben Israel en la Ámsterdam del XVII… pero también Conde en la Cuba del XXI. Mi interés está centrado ahora en tener una mirada más universal de los conflictos, realidades, asuntos cubanos con los que trabajo, pues me parece que muchas veces la literatura cubana es excesivamente localista, y creo necesario romper ese cerco de lo “típico” o “singular” cubano, mirándolo desde una perspectiva más histórica y universal. Pienso que esa intención está presente incluso en mis primeras novelas con el personaje de Mario Conde. Tanto es así que se han publicado en casi veinte idiomas, y una novela que sólo les diga algo a los cubanos no puede conseguir eso. Pero en este momento -que supongo es el de mi madurez literaria- necesito ser más abarcador, más ambicioso, más explícitamente universal, pues pienso que como ser humano debo verme y moverme en un contexto mucho más amplio que el de la isla y sólo la isla.

-Uno de los rasgos característicos de su detective parece ser el de la nostalgia. Sin pretender leerlo como un álter ego suyo, ¿esa característica los une? ¿Hay un tiempo pasado que, siempre, fue mejor?
-Para Conde, para mí, para toda mi generación hubo un pasado que he llamado “de la credulidad feliz”, que pareció ser mejor. Fue una época en la que creíamos en algo, o creíamos creer en algo, y pensábamos que tendríamos un futuro con premios por nuestros esfuerzos. En ese pasado -que parecía más feliz, entre otras cosas porque éramos jóvenes- hicimos nuestros estudios, forjamos proyectos, pudimos gozar algunos placeres de la vida con nuestro dinero ganado como periodistas, médicos, profesores. La mística de que vendría un mundo mejor nos envolvía y nos hacía más felices. Para un tipo tan jodido como Conde -jodido por su carácter y también por su medio, por la historia- es lógico que ese pasado parezca mejor, pues en muchas formas fue mejor para él, que en ese tiempo no sufrió demasiadas -y digo demasiadas- represiones ni mutilaciones. Pero a Conde y a toda la generación a la que pertenecemos, al entrar en la década de 1990 y lo que ha seguido después, se nos deshizo todo, incluida la credulidad, los sueños de futuro, los proyectos vitales. La nostalgia de Conde no es inocente sino causada, fruto de la inconformidad con un presente en el que tanto él como sus amigos han perdido hasta los sueños… ¿Cómo no sentir nostalgia por el pasado, aunque ese pasado no haya sido algo real sino una creación virtual, un país imposible que se deshizo como tantas otras historias, discursos, retóricas, realidades que hemos vivido y sufrido?

-Usted ha manifestado con frecuencia sus críticas al sistema cubano, o más bien, al estado de situación general a partir de sus debilidades económicas, pero también es cierto que esas manifestaciones suelen manipularse para situarlo de plano en la vereda opuesta a los Castro. ¿Cómo juzga los cambios que se han dado en su país en los últimos años, y qué otras transformaciones considera que deberían llevarse a cabo prioritariamente?
-Yo tengo una conciencia ciudadana. Y tengo una responsabilidad como escritor, periodista, intelectual, como ciudadano cubano. Desde esa responsabilidad emito mis juicios, que pueden ser críticos, sobre muchísimas cosas que pasan en Cuba. El problema es que por decir esas cosas, por escribirlas como periodista o como novelista, unas veces me califican de anticastrista y otras de procastrista, pues la polarización y el esquematismo con que los talibanes de una y otra tendencia asumen todo lo cubano es una especie de encasillamiento en el que se considera que estás con ellos o contra ellos si no piensas y dices exactamente lo que ellos desean o necesitan que tú digas. Pero yo soy un hombre libre. Mucho trabajo me ha costado llegar a serlo (política, social, económicamente) y mi postura es la que me dicta mi conciencia y lo que he vivido y veo en la realidad cubana, que es muy, muy compleja… Desde esa postura he hablado de cambios positivos, necesarios en la Cuba de los últimos cinco, seis años, como lo puede ser la reforma migratoria, la apertura del mercado laboral a los privados, la eliminación de trabas de diversa índole. Pero también he hablado de que es insostenible o bastante terrible que la gente en Cuba no pueda vivir con su salario, que las críticas se vean siempre como ataques, que no se tenga conciencia de los niveles de degradación moral que ha alcanzado la sociedad cubana, que sólo ahora parezca que se descubren las muy extendidas tramas de la corrupción económica, que las personas no tengan muchas veces lo necesario para vivir dignamente y se diga que debemos cambiar pero que no hay prisa por introducir esos cambios… aunque haya gente que lleve más de veinte años viviendo en la cuerda floja de la subsistencia.

-En los últimos años han ocurrido dos hechos trascendentes para su vida. Parece imposible no relacionarlos: la ciudadanía española, que le fue otorgada en 2011, y el Premio Nacional de Literatura, que obtuvo en Cuba en 2012, como si hubiesen dicho: “Padura es nuestro”. ¿Cómo vivió ambos sucesos? ¿Se le ocurrió relacionarlos?
-Para nada. Yo tengo un pasaporte español que me facilita la vida, mucho. Y una relación de trabajo y cultura muy estrecha con España. Allí están mis editores de siempre, Tusquets, algunos de los productores de cine con que he trabajado, está el vino y el jamón que me gustan, una literatura que me complace, y en España radican muchos buenos amigos, españoles y cubanos, con los que disfruto mucho en cada estancia que hago allá… Pero yo soy un escritor cubano, un ciudadano cubano, un cubano… y creo que eso será muy difícil de revertir a estas alturas de la vida y de mi profesión. El Premio Nacional de Literatura es un reconocimiento a mi trabajo como escritor, a mi esfuerzo, y la verdad, no creo que el jurado que me concedió el premio haya pensado ni un solo instante que debían potenciar mi calidad o cualidad de escritor cubano, que es inalienable… aunque a veces sea un poco insoportable.

-Uno de los rasgos que parecen tener continuidad en su literatura, me refiero a la serie de Mario Conde y su última novela, es el humor. ¿Hasta qué punto se trata de una estrategia literaria -un modo de relacionarse con el lector desde un registro más rico o complejo- o de algo que “le sale”, que está en usted y no puede evitar?
-Creo que, más que humor, hay mucha ironía. Conde es un tipo esencialmente irónico. Es una de las armas que tiene para defenderse en un mundo bastante agresivo, un mundo del cual él no tiene el control y contra el cual poco puede hacer. Conde es un hombre decente, que cree en la verdad, en la amistad, en la fidelidad: es un ser casi prehistórico, en un mundo cada vez más cínico y que él entiende menos, con el que se identifica menos. Por lo tanto, no le queda otra que burlarse de ese contexto. Su ironía, por supuesto, puede leerse como humor, funciona como tal en muchos casos, pero su carácter no le permite ser simpático, sino más bien sardónico. Pero, en el fondo de todo, como sabes, está el autor, que tampoco puede hacer mucho con respecto a ese mundo que le rodea, más que reflejarlo con ironía, vengarse a través de la burla… y eso es esencialmente lo que hago. Otros tienen el poder; yo, la palabra. Y le doy el uso que me permite poner en solfa ciertos poderes…

-Usted ha dicho en varias ocasiones que tenía un gran sentimiento de pertenencia a Cuba, y también que se había quedado en la isla, simplemente, “porque llegó primero”. ¿Cómo es hoy su trabajo cotidiano?, ¿cuáles son las tensiones que lo atraviesan más allá de las que le propone su obra? ¿Siente que en ocasiones, desde el exterior, se le exige que ocupe un espacio que un solo hombre jamás podría ocupar?
-Lo que se espere de mí no me preocupa demasiado. Me preocupa mucho lo que puedo dar de mí. Y si eso que doy, a través de la literatura y el periodismo, de alguna manera llena espacios de silencio, o satisface las expectativas de miles de cubanos que se identifican con mis libros, mis maneras de pensar y reflejar la realidad, pues me doy por satisfecho. Soy un cubano que trata de ver la isla desde la perspectiva posible de los demás cubanos que, como yo, viven en el nivel de la realidad. Es cierto que económicamente soy mucho más afortunado que la mayoría, pero mis problemas pueden ser los mismos que los de muchos de esos cubanos. A mí me resulta muy fácil tener contacto con esa realidad de abajo, pues vivo en un barrio donde conozco a todas las gentes y las claves, las expectativas, las frustraciones de esas gentes.

-¿Hacia dónde cree que va América Latina y cuál cree que será el rol de Cuba en el futuro?
-No me gusta hacer especulaciones de futuro, porque generalmente suelen errar. Y lo que me pides, además, entrañaría la condición de analista político, cuando no soy más que un escritor… No sé hacia dónde vamos. Pero si sé que quisiera que fuéramos hacia un futuro mejor, con más igualdad, menos corrupción, menos populismo, más democracia… Y quisiera que en el futuro Cuba fuera un país normal, no un ejemplo, no un modelo, sólo un país normal, sin tanta carga histórica o política encima, un país donde la gente viviera vidas normales… y más felices.
LA NACION