Jornada completa

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Por Joaquín Vismara
Pocas cosas han estado tan presentes a lo largo de la historia de la humanidad como la división del trabajo. El hecho no es fortuito: sea por vocación o por elección forzada, la tarea que una persona desarrolla diariamente la define tanto como sus aspectos personales. Pensémoslo de esta manera: si alguien es ingeniero, seguro se dirá que es esquemático y rígido; por el contrario, si hablamos de una persona abocada a las artes, se la verá como bohemia y desestructurada. El cine y la televisión, demás está decir, no son ajenos a este tipo de clasificación, porque incluir la profesión o el oficio de quienes protagonizan una historia, en cierto modo ayuda a completar y entender el cuadro general. Uno de los pioneros del séptimo arte, el soviético Sergei Eisenstein, puso los primeros ladrillos del cine tal como lo conocemos con dos obras férreamente vinculadas con el trabajo: La huelga (1924) y El acorazado Potemkin (1925). La primera, como su nombre lo indica, recrea una trágica serie de manifestaciones ocurridas en 1903, mientras que la segunda relata el motín que la tripulación del barco del título llevó a cabo contra sus oficiales. En ambos casos, el repaso histórico se hace a través de la connotación política junto con técnicas de producción y narración consideradas de vanguardia para la época. Pocos años después, Charles Chaplin dirigiría, escribiría y protagonizaría Tiempos modernos (1936), un clásico que, sin proponérselo, ejerció una marcada crítica a las condiciones laborales de la época. Ambientada en la Gran Depresión, la película muestra en clave cómica las desventuras de un trabajador de fábrica que lidia con la exigencia de la producción en cadena hasta que pierde la razón. Una vez que se recupera, es encarcelado por error al participar involuntariamente de una huelga y con un posterior motín carcelario. Con el tiempo, esta comedia pondría a los espectadores en un lugar incómodo al reparar en cuan crueles y ciertos son los hechos que se narran en pantalla. Una de las mayores virtudes de trasladar una problemática real al mundo del cine es que permite más de una manera de traducir los hechos. A principios de los noventa, en Inglaterra se vivió una ola de desempleo en los sectores mineros e industriales. Ante este panorama, el cineasta Mark Hermán creó Tocando el viento, una comedia dramática sobre una orquesta integrada por trabajadores mineros que deben lidiar con la incertidumbre de su futuro laboral mientras triunfan con la música. En un tono más liviano, The Full Monty muestra cómo un grupo de empleados siderúrgicos se encuentran ante una encrucijada. Al ser despedidos, para poder mantener su nivel de ingresos, optan por convertirse en strippers sin reparar en su edad o su estado físico. Como se dijo anteriormente, una misma realidad con distintos modos de abordar el tema en discusión. El ámbito laboral también puede ser hostil y competitivo. En 1999, Laurent Cantet mostró en Recursos humanos el dilema moral que atraviesa Franck, un joven que regresa a su pequeño pueblo natal en Normandía, contratado por una empresa local para administrar el área que da nombre a la película. Muchos de los lugareños ven con malos ojos su llegada y el tiempo termina por darles la razón: a las pocas semanas de instalarse, Franck debe llevar a cabo una acelerada reducción de personal que perjudicará a gran parte de la gente a quien conoce desde niño, incluyendo a sus propios familiares. Ante este panorama, surge el debate sobre cuál es la decisión que debe tomar, si respetar las órdenes de quienes lo contrataron o bien intentar preservar el futuro laboral de los habitantes del pueblo. Siguiendo esta línea, el argentino Marcelo Piñeyro dirigió en España El método, una película en la que participan Pablo Echarri, Eduardo Noriega y Ernesto Alterio. Basado en la obra teatral El método Grönholm, del catalán Jordi Galceran Ferrer, el film muestra a un grupo de candidatos para un puesto gerencial en una empresa extranjera que deben participar de una serie de extrañas y siniestras pruebas para quedar entre los finalistas de la competencia. A medida que el proceso avanza, apa¬recen entre ellos viejos rencores que hacen que todo el certamen se vuelva cada vez más descarnado y atroz, a modo de metáfora con la crueldad del mundo laboral. Pero no todo es tragedia en este ámbito, o al menos eso nos enseñó Ricky Gervais. El comediante inglés pergeñó en el 2001 la sitcom The Office con un formato innovador. Planteada como un falso documental, la serie sigue el día a día en las oficinas de una papelera que tienen a cargo a un gerente entre patético y delirante interpretado por Gervais. Con tan sólo quince episodios, esta comedia se volvió un éxito en Inglaterra, y así fue como al poco tiempo tuvo su versión del otro lado del Atlántico, con un elenco encabezado por Steve Carell, y completado por Jenna Fischer, Ed Helms y John Krasinski. En el 2005, Gervais volvió al terreno de la televisión con otra comedia, pero de su propio gremio. Extras trata sobre el largo camino a la fama de los actores que recién comienzan y luchan por sus primeros bolos en televisión, cine y teatro. En sus doce capítulos, la serie contó con invitados de la talla de Robert De Niro, Ian McKellen, Ben Stiller, Daniel Radcliffe, Orlando Bloom, David Bowie y Chris Martin. Trabajar en el estrellato, como en cualquier ámbito, es difícil, pero visto de afuera puede hacer reír, más cuando el espectador encuentra algún punto en común con su propia experiencia.
REVISTA MIRADAS